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¡Cómo me pone mi sobrina!


Ya cincuentón, soltero y sin hijos no puedo dejar de asistir con estupefacción a las diecinueve (ya para veinte en pocos meses) preciosas primaveras de mi única sobrina (el resto sobrinos).

Parece que fuera ayer cuando siendo ésta un bebé la sostenía en mis brazos, o cuando pocos años después la llevaba al parque frente a casa, para distraerla mientras mi hermano y mi cuñada “aprovechándose” del generoso tío la dejaban a mi cuidado para hacer unas compras por el centro, o irse a un cine tranquilamente. Corría arriba y abajo y parecía no cansarse de montar en una atracción tras otra, pues ya desde muy niña demostró una gran vitalidad y energía, lo que con el devenir de los años se tradujo en una afición por los deportes que desde su primigenia delgadez le llevó poco a poco a forjar un tipazo de los que quitan el hipo: piernas, culo y senos turgentes, cintura estrecha y firme y hombros y espalda algo atléticos pero sin ausencia de femineidad. Modelando su físico año a año con altas dosis de voleibol, surf, esquí, patinaje, gimnasia, etc. ha alcanzado sus primeros años de universidad constituida en una verdadera belleza “fitness”: unida a esa figura, una sonrisa generosa y abierta, unos bonitos ojos, ligeramente oblicuos y una nariz respingona, todo enmarcado en una esplendorosa melenita castaña lisa y larga.

Sin duda, en verano (cuando las jovencitas como ella, acostumbran a vestir ligeritas de ropa) hará babear a más de uno, y no sólo de su edad y alrededores, seguro. Habrá que ver a más de un talludito adulto.

Y es que yo, como tío, no puedo dejar de ser uno de esos y sentir un tremendo deseo sexual por ella. Me es imposible dejar de mirarla de arriba abajo cuando me visitan o les visito en su casa de las afueras de Madrid.

Cuando de un tiempo para acá me pega esos efusivos abrazos de sobri (tan cariñosa como ella es) a su tío favorito (como me consta), tengo que procurar no mantener más de la cuenta el contacto de nuestros pechos pues la turgencia de los suyos impactando y presionando los míos me lleva a un peligroso grado de excitación.

En fin, siga allá esta pecadora confesión por mi parte con la experiencia que un día tuve, no con ella, sino con algunas de sus prendas íntimas. Hay muchos fetichistas de ropa interior (de las bragas muchos de ellos). Pero a mí lo que me vuelven loco son las medias y los pantys, pues soy un absoluto fetichista de las piernas y los pies femeninos. Mi sobrina a veces lleva ese look que, en invierno, tanto me pone en las jovencitas (más aún que las minifaldas, por lo que marcan el trasero y sus redondeces): shorts con pantys, sobre todo negros.

Encontrándose mi cuñada, sobrina (hija única) y mi hermano fuera un fin de semana, recibí de este último una llamada pidiéndome que le hiciese un favor. Resulta que por problemas en la reciente instalación de una alarma en su casa, ésta había saltado un par de veces (sin deberse a un intento de robo por fortuna, según le comunicó su seguro) y me pidió, ya que tengo copias de las llaves de su casa que me acercara a desconectarla hasta su vuelta y revisión de la misma, para que no andara su estridente pitido molestando al vecindario sin necesidad. Cogí el coche enseguida ese sábado y me planté en su casa a los 40 minutos, sobre la hora de comer. Desconectando previamente la alarma con la clave por él facilitada, me comí a continuación un bocadillo de jamón serrano que me hice antes de salir y que regué con una lata de coca-cola de su siempre bien surtido frigorífico.

Nada había de premeditación en mi cabeza por aprovechar esta encontrada oportunidad de dar rienda suelta a mi fetichismo y a mi adoración por mi sobrina. Un chispazo repentino de pervertido pensamiento se abrió camino en mi cabeza como una inesperada explosión nuclear:

¿Y si accedía al piso superior (se trata de un chalecito con dos pisos y buhardilla) y entraba en el cuarto de mi sobrina? Allí podría dar con esas prendas íntimas que tanto me ponen en general y que en ese caso, tenían el valor añadido de envolver las preciosas formas inferiores de mi querida sobri.
No pude rechazar esta idea tan excitante así como llegó a mi mente.

Me lavé las manos en un cuarto de baño del piso bajo, y a continuación encaminé mis pasos hacia arriba, con el corazón acelerándose en un excitado trote peldaño tras peldaño hasta alcanzar el distribuidor del piso superior. Su habitación, como las del resto de la planta estaban en semipenumbra. Levanté un poco la persiana pero dejé sin descorrer las cortinas, lo que, dada la hora del día y estar el cielo despejado procuró luz suficiente a la requerida para mis aviesos propósitos.

Me dirigí al armario de madera beige claro y abrí su hoja izquierda, comprobé que los cajones eran de la misma anchura. Abriendo un momento la puerta derecha salí de dudas: esta parte contenía tan sólo prendas de abrigo colgadas en sus perchas y ropa no interior, ya que no disponía de cajones, sólo de estantes en los que se alineaban jerseys, faldas, camisetas, pantalones… y ningún atisbo de lo que llevaba en mi pensamiento hallar.

Volví a dejar la puerta cerrada y abrí ya del todo la hoja izquierda que había dejado entornada. En el primer cajón, cinturones, pañuelos de cuello, cintas del pelo….;en el segundo, algunos pantalones cortos y largos, algunas faldas más, calcetines…y por último, con el corazón a cien, y sin duda alguna de que ahí y sólo ahí, en el cajón inferior habría de hallarse el anhelado tesoro; procedí a tirar de él con premeditada lentitud, y ante mis ojos apareció un “botín” mayor de lo esperado:

Absolutamente todo el cajón estaba dedicado a contener pantys.

Unos en cajitas, sobresaliendo de cualquier manera; otros sueltos, más o menos revueltos y enrollados unos (como desenfundados de sus piernas y dejados ahí de cualquier manera, con prisas), más o menos plegados y doblados sobre sí mismos otros; pero en general una evidente anarquía reinaba por el cajón, por lo que no preocupándome mucho el dejar pistas de mi travesura, pero aun así procurando no alterar en demasía su “desordenada distribución” (nada especial debía llamar la atención en el próximo vistazo al cajón de mi amada sobri), y sacando el cajón lo máximo posible, procedí a la exploración de las deseadas prendas contenidas en su interior:

Fui tocando con sensual tacto las finísimas prendas que tenían el honor de abrigar las hermosas piernas y culito de mi sobri. La mayoría de color carne, y además éstas, comparadas con las otras más oscuras y opacas (marrones y negras) eran las más finas. También las olisqueaba a medida que las acariciaba. La mayoría olían a nuevas. Por lo que habían tenido escaso o ningún uso (como si algunas solo se las hubiera probado, para comparar cómo le quedaban con respecto a otras apenas compradas y estrenadas). De repente, di con un par de pantys que me excitaron de forma especial; claros, de color carne y muy finos (uno de aquellos que evidentemente había soltado de cualquier manera, incluso una de las perneras tenía el pie del extremo dado la vuelta). Lo que me capturó sin ya posibilidad de vuelta atrás al olisquearlos fue ese dulzor denso, personal y más intenso respecto al de sus compañeros, que denotaba sin lugar a dudas su uso más reciente (y durante más horas). Incluso era posible que estuvieran destinados a ser lavados en breve y los dejara con prisas en el cajón hasta su vuelta, si es que no pensabas usarlos alguna vez más. Fuera cual fuese el caso, el hecho de llevar la esencia de los divinos pies de mi amada sobri fue el detonante.

Me bajé los pantalones hasta los tobillos, saqué un kleenex de los que siempre llevo en el bolsillo y envolviéndome la polla que ya llevaba un rato poniéndoseme todo morcillona, procedí a masturbarme con gran excitación, inhalando con profundidad las esencias recogidas en la parte de los pies de la prenda.

Metí la mano, allá donde se aloja uno de los pies y me lo restregué como loco por las fosas nasales y por los labios, procurando no humedecerlas ni rasgarlas (estaba bien afeitado por fortuna). Intensifiqué poco a poco, y ya loco de placer, el vaivén de la mano y medio minuto después me corrí con un estertor brutal y un largo jadeo pronunciando el nombre de mi sobrina varias veces, anegando de esperma el kleenex. Liberé el panty con varias sacudidas de la mano en la que se alojaba, no fuera a dejar restos de semen ayudándome con la otra mano (o babas si lo hacía con la boca) y lo dejé caer en la cama de mi sobri, pegada al armario.

A continuación, me lavé y sequé bien las manos. Volví a la cama para recoger los pantys y dejarlos en el cajón en su sitio aproximado y tal y cómo más o menos los había encontrado. Cerré la puerta del armario, y dejando todo lo demás tal y como me lo encontré, bajé y cerrándola bien, abandoné la casa con una sonrisa de tonta satisfacción en la cara.
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  #2  
Antiguo 22-06-2019, 12:09
Profesor de Secundaria en Lumis
 
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Gracias: 869
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Curioso relato. Seguro que mas de uno ha experimentado situaciones de este tipo.
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pone, sobrina, ¡como


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