El avión
Siempre me han gustado los aviones. A pesar de que técnicamente entiendo el principio físico por el cual despegan y se mantienen en vuelo, me sigue pareciendo un milagro que en menos de un minuto y rodando sobre una pista, un cacharro de 60 toneladas construido por la mano humana despegue y nos lleve a cientos o miles de kilómetros de distancia en unas horas. Acojonante. Como en otras cosas de la vida cotidiana, cada vez que lo pienso me da más rabia lo acostumbrados que estamos a lo que en otro tiempo nos parecería magia.
Como a todos, me aburre soberanamente el trámite de llegar al aeropuerto, pasar el control de seguridad, hacer cola y rezar por encontrar hueco para el equipaje de mano. Sin embargo, lo compensa los treinta mágicos segundos que paso mirando por la ventanilla del avión mientras el avión acelera. Sólo en una ocasión me he dormido antes del despegue. Para mí supone casi un rito y mi pensamiento siempre es el mismo: no va a despegar, no puede ser, va demasiado despacio para el peso del avión, ni de coña…
El jodido siempre ha despegado, hasta ahora, y las posibilidades de que no lo haga conmigo abordo son tan bajas que no merece la pena ni calcularlas.
La semana pasada volví a volar. Como en cualquier lugar atestado de gente, paso el rato mirando a las chicas y, en ocasiones, creo encontrar a alguna conocida. Salvo en raras ocasiones, no suele ser habitual que busque el contacto visual con una desconocida y por eso en esta ocasión me apetece contarlo.
La observé por primera vez sentada cerca de la puerta de embarque leyendo una novela. Me gustan las chicas que leen novelas mientras que odio a las que leen revistas. Jamás encontré a ninguna leyendo un periódico. Curioso, cuando menos. Me la quedé observando de lejos y me sonrió. Como había sitio me senté a su lado aunque no intenté entablar conversación.
Al cabo de unos cinco minutos, ella dejó de leer y me preguntó: “… … …” Me quité los auriculares para escucharla y, medio disculpándose, me volvió a preguntar: ¿Sabes si queda mucho para el embarque?
Me molestan mucho las preguntas absurdas y aquella lo era. Yo por qué coño iba a saber nada, yo que sé chica, el tiempo que sea, cuando el avión esté listo o los pilotos o pollas en vinagre… Por supuesto, no contesté eso ya que una cosa es ser gilipollas y otra muy distinta ser un completo gilipollas y en lugar de contestar, miré a la puerta de embarque, a mi reloj, a ella, me encogí de hombros y callé, sabiendo que, en realidad, no le interesaba la respuesta.
¿Qué escuchas?, preguntó.
Música, contesté. - Soy un tío encantador, ¿verdad?-
Se rió como se ríen las señoritas, sin hacer mucho ruido y con una encantadora expresión en los ojos. Desconfío de las personas que se ríen únicamente con la boca. Me resulta signo de falsedad.
Mirándome como buscando mi aprobación, me cogió el ipod del regazo y vio que eran los Smiths, la canción se llamaba I Know It´s Over. Para el que no la conozca no es la alegría de la huerta, vamos. Yo tampoco. Mientras ella daba a la ruedita del chisme de Apple yo la observaba, un tanto sorprendido por su descaro.
Era rubia con melena larga, unos veintitantos años y guapa sin atosigar. No la haré ficha ni la pondré nota. ¿Vale? Cuando acabó de curiosear, eligió una canción, me quitó el auricular derecho y lo colocó en su oreja izquierda. Así estuvimos escuchando canciones a su elección durante un cuarto de hora hasta que nos llamaron para embarcar. La situación era incómoda, ya que teníamos que mantener nuestras cabezas bastante juntas ya que el cable no era largo. Sentía su olor y nuestros hombros se acariciaban. Entre el morbo y la incomodidad, me quedo con la sensación de incomodidad.
Ya en el avión, ella se inventó una historia y cambió su asiento con la señora que volaba a mi lado. No me preguntéis por mi rito del despegue, me lo salté sin darme ni cuenta, aunque es algo que tengo casi automatizado.
Pasamos las dos horas del vuelo hablando de nuestras respectivas vidas, sueños y deseos. A la llegada al aeropuerto sin que tuviéramos que hablarlo se metió en el taxi conmigo, se vino al hotel y pasó la noche conmigo. A la mañana siguiente se tenía que ir, me apuntó su teléfono en una hoja de notas del hotel y se fue. Pasamos unas fantásticas 16 horas juntos.
En el aeropuerto para volver a Madrid encontré el papelito con su teléfono, lo miré durante unos cinco minutos, me volví a poner la canción con la que comenzó todo y lo tiré. Ahora que lo pienso, no nos dijimos el nombre, no hacía falta.
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Última edición por Phooey; 20-09-2013 a las 16:17
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