El conquistador
Siempre me he considerado un gran conquistador. Puedo presumir de que pocas mujeres se me resisten. Conocí a Carmen en una exposición, estaba viendo un cuadro cuando me acerqué a ella para comentar algo sobre él. Ella empezó a hablarme sobre cómo la mezcla de colores daba fuerza expresiva a la obra. Seguimos recorriendo los demás cuadros mientras escuchaba sus comentarios sobre cada uno de los cuadros, la belleza de su rostro se remarcaba al concentrarse al observarlos. Se apreciaba que era una mujer con una gran cultura, y así se lo dije. Esperé a salir del museo para invitarla a un bar de tapas cercano que conocía. Se quedó un rato pensándolo y me dijo que sí. Al salir le pedí si podíamos pasear para seguir con nuestra conversación.
- Bueno, parece que ya hemos llegado a mi casa. ¿Quieres tomar una copa? - Me preguntó.
Siempre he pensado que en estas ocasiones no hay que precipitarse, que hay cosas cosas que hay que hacerlas con calma. Y todo con Carmen indicaba que tenía que ser así.
- Acabamos de conocernos, no creo que sea...
- Déjate de rollos, como conquistador aún te falta mucho. Venga, decídete que empieza a hacer frío.
- ¡¿Eh?!, sí, sí... claro.
Al subir no hubo copa, según entramos empezó a besarme.
- Me ha gustado mucho, Carmen.
- Bueno, no besas mal, has estado un poco torpe quitándome la ropa, los prolegómenos han sido bastante escuetos y haces el amor como si estuviéses tú solo. Aunque tengo que reconocer que en momentos he llegado a disfrutar.
- ¿?
- Por cierto, querido, ¿podrías irte? Es que mañana salgo de viaje y tengo que madrugar. Tendré que despertarte y no voy a poder estar pendiente de ti.
- Sí, claro, como no. - Yo siempre tan caballero.
- Gracias, querido. Y abrígate bien, que hace frío.
Así que ahí estaba yo, buscando mi orgullo, mis calcetines y mi calzoncillo entre los naipes caídos de mi castillo de conquistador.
- Adiós Carmen.
Dormida, claro, tenía que estar dormida, si mañana madruga. Serás estúpido, me dije. Lo bueno era que un poco más no se iba a notar. Cerré la puerta, salí a la calle y mientras buscaba un taxi a las dos de la madrugada pensaba en lo poco que conozco a las mujeres y lo mucho que aún me falta por aprender de ellas. Al menos en una cosa no tenía razón, no hacía frío, hacía muchísimo frío.
|