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mightymouse 13-01-2012 00:55

Elena
 
Hubo un tiempo en que Elena fue la reina de las putas de Madrid. Era la mujer perfecta. Tenía la combinación ideal para triunfar; era bella, inteligente, divertida, le gustaba el sexo, disfrutaba con el y era capaz de hacer que el hombre que estuviera con ella disfrutara al máximo, haciendo que las experiencias pasadas quedaran en el olvido y palideciesen ante el éxtasis que su contacto proporcionaba. Sin embargo, lo que más destacaba en ella era su sonrisa. Elena tenía una sonrisa que enamoraba, su tarjeta de presentación, que sugería placeres ocultos, veladas inolvidables y confidencias a la luz de las velas. Banqueros, empresarios, ministros, e incluso algún príncipe de la iglesia se disputaban sus favores y se rendían a sus pies. El mundo de Elena estaba compuesto de regalos costosos, fines de semana en hoteles de lujo, travesías en yates ostentosos y vacías palabras de amor envueltas en joyas y oropeles. Fue entonces cuando yo la conocí. Era casi imposible llegar hasta ella, pero yo tuve suerte y lo conseguí, casi por azar, casi sin querer. Yo era mucho más joven que ella, apenas un niño jugando a ser mayor. Creo que por eso se encaprichó de mí, vio en mí el hijo que no tenía y asumió el papel de madre mientras me enseñaba los entresijos del sexo y el amor.

Un día Elena me dijo que lo dejaba. Había encontrado algo parecido al amor de la mano de un hombre muy rico, que la trataba bien, le juraba amor eterno y le prometía que siempre la cuidaría. Quizá no era lo que esperaba de la vida, pero si era suficiente para empezar de nuevo, dejando atrás toda aquella vida de apariencia de felicidad, de regalos, de promesas vacías, de falso amor y de sexo no deseado, pero generosamente remunerado. Elena lo dejó todo, incluyéndome a mí. Me sentí abandonado, huérfano. No lo entendí, incluso la odié y la maldije durante las largas noches de su ausencia. El tiempo pasó y el odio dejo paso a un sentimiento de nostalgia, las crueles puñaladas se transformaron en leves punzadas y el doloroso recuerdo en una vaga sensación de pérdida. Yo seguí con mi vida, conociendo otras mujeres, otras putas, en las que buscaba, sin hallarla, esa sonrisa que enamora.

Un día en el periódico un anuncio de contactos llamó mi atención: "Elena, madurita española. Si a todo. Precios económicos". Por curiosidad llamé y reconocí su voz. Un sinfín de sensaciones y recuerdos se agolparon en mi cabeza. Después de tanto tiempo Elena volvía a mí. Me apresuré hacia ella con el corazón encogido, pero expectante, con el deseo y la ternura a flor de piel y, también, con el rencor nacido del abandono, que había permanecido adormecido, dispuesto a saltar. Cuando la vi me quede paralizado, me costó reconocerla. El tiempo había hecho estragos en ella, excavando profundos surcos en su rostro y en su alma, rodeando sus formas de una capa uniformadora que borraba todo rastro del que había sido un cuerpo perfecto, tiñendo sus cabellos de un blanco que siempre prevalecía sobre el arcoiris de tintes de saldo que intentaban, sin éxito, devolver el brillo perdido a su cabello. Su historia se resumía muy fácilmente. Cuando empezó el declive se acabó el amor. Su acaudalado protector buscó en cuerpos más jóvenes prolongar un sucedáneo de eterna juventud, un remedo de vigor eterno. No la dejó porque Elena envejecía, sino porque necesitaba creer que él aún era joven.

La historia de su vida fue desde entonces una espiral descendente de decadencia y abandono. Dando tumbos de piso en piso, de club en club, cayendo lenta pero inexorablemente en la vorágine del dos por uno y del todo a cien. Aceptando cada vez presentes más modestos por servicios más repugnantes. Sin poder elegir, sin poder decir a nada ni a nadie que no. Buscando refugio en el alcohol que adormecía sus sentidos y ofuscaba sus recuerdos, haciendo más tolerable su miserable existencia. Cuando la volví a encontrar recibía en un sucio cuchitril, que pagaba entregándose a un anciano desdentado, que babeaba sobre su cuerpo, y que siempre la culpaba de su incapacidad de obtener placer, golpeándola sin piedad. No era muy diferente del resto de su clientela.

Todavía voy con ella siempre que puedo. Le llevo una botella de alcohol barato o un paquete de tabaco recién empezado. Muchas veces no hacemos nada, la abrazo y ella llora en silencio. Otras se ríe con mis bromas insulsas y sus ojos recuperan brevemente el brillo de antaño. Algunas hacemos el amor, y ella se aferra a mí, apurando unos breves instantes de calor humano, tan escasos. Elena ya se ha rendido, espera en silencio que una muerte piadosa se la lleve, sin hacer ruido. Elena ya es un fantasma, un espíritu errante atrapado en un cuerpo que aún no sabe que todo ha terminado… pero aún tiene esa sonrisa que enamora.



Nota: Elena es un personaje de ficción, cualquier parecido con personas reales es pura coincidencia

Escipion 13-01-2012 13:01

Precioso relato. Tan bonito como triste.

mightymouse 15-01-2012 01:15

Muchas gracias Escipion.
Me alegra que te haya gustado.

ze4non 17-01-2012 12:38

Un relato muy logrado, si señor. Escribe más. Saludos.

mightymouse 18-01-2012 00:14

Cita:

Iniciado por ze4non (Mensaje 630467)
Un relato muy logrado, si señor. Escribe más. Saludos.

Muchas gracias ze4non. Se intentará, si el tiempo (o su falta) no lo impide.

MARCOFALO 01-02-2013 19:04

buen relato
 
Un relato precioso y muy emotivo y sobre todo escrito con mucho sentimiento.Te felicito sinceramente.


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