Fantasía 3

Aunque había pasado varias veces por aquella calle nunca me había fijado en ese local. Casa de masajes Flor de Loto, rezaba un cartel en la entrada con letras de estilo oriental. El escaparate mostraba una estatua de Buda a cuyos pies habían colocado un cuenco grande con agua y una flor de loto flotando en su centro. Junto a la flor un incensario sostenía una barrita de incienso humeante. Tras esto se veía una pequeña sala de espera vacía y un mostrador en la que una chica oriental trabajaba.
No sé exactamente por qué, pero me sentí enormemente tentado a entrar. Nada más entrar la chica se me quedó mirando sonriente y dijo:
-¿Le puedo ayudar en algo?
-Esto… Pues es que he sentido curiosidad al ver la tienda y… - dije vacilando y sintiéndome un poco perdido. A fín de cuentas no sabía exactamente que me había impulsado a entrar allí.
-Creo que le puede interesar un masaje relajante y tonificante. Tenemos una masajista que es una verdadera artista y ahora estamos ofreciéndolo muy barato como oferta de apertura del establecimiento. –dijo la chica sonriéndome mientras se dirigía hacia el pasillo que llevaba a las salas de masaje.
La verdad es que el olor del incienso y una musiquilla oriental relajante que sonaba en el local me resultaban muy agradables, así que me dejé conducir por la chica hasta una sala grande en cuyo centro había una camilla de masajes. En el fondo había también una estera y almohadones. En varias estanterías relucían velas y se veían vasijas y botellitas. Sobre una repisa se situaba un jarrón con unos lirios blancos y un incensario en el que ardía otra barrita cuyo aroma me pareció incluso más fragante que el de la entrada del local. Toda la decoración, las velas y olores invitaban a relajarse.
-Por favor, desvístase y después puede cubrirse con esta toalla. –dijo la chica mientras me entregaba una suave, blanca y minúscula toalla. – Puede colgar su ropa en ese perchero. La masajista entrará enseguida. Espero que disfrute de su masaje.
Y tras decir esto hizo una leve reverencia sonriendo y se marchó. Algo en su sonrisa y su mirada me había parecido levemente sugerente. Sin darle mayor importancia comencé a desnudarme y una vez desnudo cubrí mi cintura con la toallita. La verdad, me sentía un poco ridículo allí, desnudo y cubierto solo por la toallita, pensé que menuda apariencia debía de tener… Pero de pronto la puerta se abrió y entraste tú.
Alta, pelo oscuro casi negro y muy liso, ojos oscuros y brillantes, sonriente como si compartiéramos un secreto, preciosa. Cubría su cuerpo con un kimono ceñido que dejaba entrever un sinuoso cuerpo, pecho abultado, cintura estrecha y largas piernas. Me pareció la masajista más atractiva del mundo.
-Si quieres, puedes subirte a la camilla y empezamos. –dijiste siempre sonriente.
-Si, si… -medio balbuceé yo mientras me sentía un poco torpe y estúpido.
Me encaramé en la camilla y no sabiendo como colocarme te pregunté:
-¿Me pongo boca abajo?
-Si quieres podemos empezar así.
-Vale.
Y me tumbé boca abajo sobre la camilla, los brazos a lo largo del cuerpo, para acto seguido maldecir el hecho de no poder ver a tal preciosidad de masajista pero sin embargo excitado ante la posibilidad de sentir sus manos en mi piel.
-No hace falta esto. – dijiste mientras retirabas con delicadeza la minúscula toallita.
Sentí pudor y excitación ante el hecho de estar desnudo frente a ti, pero la excitación y la expectación persistían.
De pronto sentí tus manos en la parte alta de mi espalda, que empezaban a masajear, subiendo hasta los hombros y el nacimiento del cuello. El tacto de tus dedos me pareció sedoso y me provocaba un ligero hormigueo en la piel allí donde tocaban. Poco a poco tus manos iban bajando por mi espalda, hasta mi trasero, para después continuar por mis muslos. Sentí una terrible excitación, cuando rozaban la parte interna de mis muslos y el deseo comenzó a prender en mi bajo vientre. Con cada roce de tus manos mi excitación iba en aumento y sentía que mi pene se hinchaba apretado contra la camilla.
-Date la vuelta. – me dijiste de pronto.
-Yo… Es que… -balbuceé avergonzado ante el hecho de que mi erección iba a ser evidente.
-No pasa nada. Date la vuelta.
-Me dí la vuelta y me quedé mirándote al mismo tiempo avergonzado y excitado. Y tú sonriendo miraste mi pene y mientras con tu dedo índice recorrías mi pierna hasta el muslo dijiste:
-Vaya, vaya… ¿Eso es por mí?
-Dios… Tienes unas manos que…
-¿Te gusta? – dijiste mientras con tu dedo trazabas suaves círculos sobre mi bajo vientre, rozando suave.
Tu contacto hacía hormiguear mi piel y avivaba mi deseo. Sentí como me iba hinchando más y más. La lujuria aleteaba en mi cabeza, mi pecho y mi entrepierna. El deseo era un infierno que reclamaba que me consumiera en él junto contigo. Y sin embargo estaba bloqueado, anonadado ante la situación: por un lado te deseaba de una forma atroz y por otro no podía creerme que una chica tan guapa estuviera insinuándoseme así.
Algo debiste ver en mi cara porque dijiste:
-No te creas que hago esto con todos los clientes. Es que tengo mis necesidades y he notado tu excitación mientras te tocaba y al verte así con esto creciendo… Es que me encanta…
Y dicho esto me cogiste la polla suavemente y comenzaste a acariciarla. En ese momento el fuego estalló en mí. Te miré a la cara y tú me miraste sonriendo, tus ojos dos ascuas negras brillando picaras. Mis ojos se deslizaron por tu nariz, tus labios, tu cuello… La bata entreabierta dejaba ver la curva de dos hermosos pechos. Levanté mi mano y la posé en la base de tu cuello y comencé a bajarla sin parar, pero lento hasta el valle entre tus pechos y seguí bajándola abriendo tu kimono, viendo tu vientre, tu ombligo, el comienzo de tu pubis, tu vulva entreabierta, un poco húmeda.
Con una mano empecé a acariciar tus pecho izquierdo, lento y dirigiéndome al pezón. La otra, la que te había abierto el kimono se dirigió a tu vulva y la recorrió lentamente de abajo a arriba con la punta de los dedos índice y corazón. Noté tus labios suaves y un poco húmedos, tersos.
Mis labios se dirigieron a tu pecho derecho y comencé a recorrerlo hasta tu pezón, que acaricié suave con la punta de la lengua, apretándolo sólo un poco.
Y tú te inclinaste y hacia mi pene y lo abrazaste con tus labios, succionándola lentamente, arriba y abajo. Sentí la húmeda de tu boca contra el tronco de mi polla, el roce de tus labios… Que placer…

Compi Murgen un relato muy bueno,me imagino que continuara,cuando sera la próxima entrega?

Este relato continúa, pero lo hace en la imaginación de cada cual.

Muy bueno compañero Murgen enhorabuena es un relato muy bueno.un saludo.