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Antiguo 14-01-2012, 22:07
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Jugar


Jugar

Me gusta jugar. Jugar como en los dos significados de "play", jugar y representar, o actuar.
Crear juegos a medida para situaciones personales concretas.

Hoy vamos a ver un juego de este tipo.

Mi gimnasio tiene una zona de aguas bastante amplia, con sauna y piletas de chorros, todo para ambos sexos. A pesar de que está muy bien, suele permanecer vacía. Un día apareció por allí una chica nueva. Como no se manejaba muy bien con las distintas posibilidades disponbiles, me acerqué a enseñarle el funcionamiento. Vi que se encontraba a gusto con la compañía y empecé a hablar con ella. En seguido comprobé que rehuía los temas más personales, más bien los continuaba sin cortarse, así que al cabo de un rato estábamos hablando con toda libertad de los cuerpos y de lo que se podía hacer con ellos en un sitio como ese.

Como era la primera vez que bajaba a la zona de aguas y era invierno, había cogido un bikini sin darse cuenta de que estaba para tirar, ya que era de tela vaquera y se había quedado rígida y deformada. De esta forma, se le movía tanto que no llegaba a taparle nada, y al ponerse en los chorros apenas podía sujetarlo. Viendo que en realidad disfrutaba al quedarse así, le dije que dejera de sufrir por eso, que la poca gente que había no iba a quejarse. Le costó un poco, pero al cabo de un rato ya se estaba exhibiendo con toda tranquilidad, hasta el punto de mantener una conversación con dos chicos jóvenes que estaban también en el jacuzzi mientras tenía el sujetador prácticamente caido.

Coincidimos dos o tres días más, y siempre manteníamos una converación completamente deshinbida, pero sin llegar a tocarnos directamente, como si lo fueramos dosificando a propósito.

No quedábamos fuera del gimnasio, pero una vez que coincidimos en la calle, al salir, me dijo directamente: "Un día me gustaría que me follaras".

Aseguro que era la primera vez que alguien me ha dicho algo así. Yo, con toda tranquilidad, le contesté: "Follar..., no sé, pero te doy un masaje cuando quieras", y le pedí el teléfono.
Se llamaba Emilia.

Pocos días después la llamé para quedar en su casa.

Me presento, me abre, y antes de dejarle que se lance a nada le enseño una bolsa, con una camiseta, un pantalón de deporte y un frasco de aceite de masaje. Le digo que me lleve a la cama y que ponga unas toallas de baño encima. Las trae y le digo directamente que se quite la ropa y se tumbe. Me pongo mi ropa de trabajo, sin mirar cómo se desviste, sólo lo suficiente para ver que se había puesto una lencería de encaje negro, carísima.

Por su expresión y sus comentarios deduzco que realmente no se había creido lo del masaje y que estaba preparada para otra cosa. Es evidente que pensaba en unos momentos románticos, unos juegos preliminares, sus besitos y sus toquetos, ir mostrándome poco a poco sus encantos y disfrutar mientras se exhibía en sus braguitas de encaje negro, prolongando la situación hasta llegar al sexo. Pero yo pretendía otra cosa, de forma que mantuve mi actitud profesional, incluso tapándola con una tolla por encima.

Una vez en situación, le di un masaje absolutamente terapéutico, sin una sola concesión a la sensualidad o al erotismo. Yo entonces solía empezarlos boca arriba, por lo que le hice primero los pies, las piernas, el abdomen, los costados y los brazos, sin acercarme a los pechos más que lateralmente. Al ponerse boca abajo, hice el recorrido correspondiente, únicamente dejando los glúteos para el final, en lugar de trabajarlos entre las piernas y la espalda, que sería lo correcto.

La sensación de sensualidad de un masaje terapeútico depende más de la actitud de la persona que lo recibe que de las maniobras del que lo da. Yo lo doy como hay que darlo, como si la persona llevara un tanga de hilo y no se pudiera tocar la piel que quedara cubierta, pero sí todo lo demás. Esto quiere decir que se trabajan las ingles, la cara interior del muslo y los glúteos sin restricciones.

La realidad es que al pasar a los glúteos, después de una hora y media de masaje, esta chica, cuya intención original conmigo era clara, tenía que estar bastante caliente. Al pasar por los glúteos puedes realizar muchos movimientos y pases que en ese estado son insoportablemente excitantes, y me entretuve en realizar algunos suficientemente ambiguos, mientras le seguía describiendo el masaje y le contaba trivialidades, como había hecho durante el resto del masaje.

Pero, con mi actitud, yo estaba seguro de haberla había convencido de que el masaje no iba a pasar de ese punto y que sería inoportuno insinuar algo más. Emilia estaría recordando perfectamente mi respuesta a su oferta inicial, que en su momento le habría parecido sólo una broma.

Y este era el juego. Ella, sumida en un mar de contradicciones, deseando intensamente por un lado que el masaje se convirtiera de una vez en un masaje erótico y al mismo tiempo viéndose incapaz de pedírmelo.

Sólo se atrevía a insinuarse, y lo hacía levantando el culete cuando yo acercaba la mano como dándome facilidades para meterla debajo, separando las piernas hasta desconyuntarse y jadeando. Pero como yo no me inmutaba, llegó un momento en que no pudo más, y me dijo con un hilillo de voz:

"Mira, no sé, no sé si es normal... es que..buffff....me da corte, no me suelen dar masajes.... me estoy poniendo un poco nerviosita..."

"Nerviosita": esa era una buena expresión, suficientemente ambigua. Pero no caí en la trampa.

Así que la aproveché. Le dije "¿Nerviosita? ¿Se te está haciendo largo?" "No joder...que me gusta mucho...y ahí en esa zona...joder...buffff..."

Momento de jugar de verdad.

Le conté que era completamente natural, que el cuerpo tiene esas reacciones, que no se preocupara por eso, que los masajistas están acostumbrados, que disfrutara de sus sensaciones sin sentirse mal, que quizás es por la poca costumbre....

Al mismo tiempo, empecé a acercarme más a los puntos sensibles, pero hablando continuamente. Hay personas que disfrutan más de un masaje en silencio, y no es aceptable un diálogo en el que el receptor del masaje tenga que intervenir, pero las explicaciones de lo que te están haciendo, si no hay que decir nada, mantienen un masajeo verbal que también es muy excitante.

Yo lo hice de manera que mi discurso y mis actos fueran totalmente contradictorios, aumentando el nivel de erotismo del masaje mientras lo negaba por completo. Para ello utilicé todo el repertorio científico. La expliqué el efecto de cada pase, la conté que no podían ser erotizantes si se hacían adecuadamente, mientras buscaba y presionaba sus puntos "marma", la expliqué por qué hay zonas con una mayor sensibilidad por la circulación superficial, y que algunos pases parecen sensuales pero en realidad no tienen por qué serlo.

"Relaja los músculos, no los tenses, trata de que el deseo no te controle a ti, disfruta la sensación del momento sin esperar que ocurra algo después."

A juzgar por la forma en la que se movía, llegó un momento en que Emilia debía estar al borde del orgasmo, y eso que no había activado directamente sus zonas erógenas primarias.

Cuando me pareció suficiente, pasé al ataque final. Naturalmente, con la explicación detallada. Le dije:

"Mira, veo que estás muy bien lubricada, esto quiere decir que tu cuerpo recibe bien el masaje y que te sientes a gusto, además es un buen lubricante así que voy a irlo tomando directamente de tus zonas sensibles y así lo distribuyo mejor por aquí, es mucho mejor que cualquier crema o aceite artificial"

Y así, sin querer, empecé a colonizar la pequeña parte de la piel de Emilia que hasta ahora se habia mantenido fuera del masaje, liberándola de la incertidumbre al comprender que por fin iba a recibir su final feliz.

Aun así, seguí con las explicaciones, como si esto fuera un experimiento de taller y laboratorio y ella jamás se hubiera excitado previamente.

"Como realmente controlas muy bien tus sensaciones te voy a hacer estos pases que son muy agradables"

"Mira, los labios menores son muy sensibles siempre que estén muy bien lubricados, ves este movimiento circular qué agradable"

"Ves, tu clítoris está supersuave, hinchado, mojadito, después de un masaje largo es como debe estar, mira que sensación tan agradable al rodearlo con el dedo".

Superados otra vez todos sus límites y viendo que iba desenfrenadamente hasta el final, de repente perdió todos los controles y empezó a soltar todo lo que en una relación erótica normal no hubiera tenido que callarse, pero ahora todo al tiempo:

"joder meteme el dedo me estás matando joder tio dios la leche dios mi madre dios sigue por dios sigue cabron........"

Llegado el momento, pegó tales gritos que con toda seguridad la oyeron sus vecinos y quizás los del edificio de enfrente, porque el largo tiempo que se había aguantado las ganas no sólo había elevado la intensidad del orgasmo sino que le había hecho perder todas sus inhibiciones.

Ella acabó agotada físicamente, y yo mentalmente.

Ni le pregunté qué tal, ni hacía ninguna falta, ni la permití que ella me hiciera nada a mi. Yo prefería que se quedara tumbada descansando. Ya más tranquila, se dedicó a llamarme "" varias veces por lo que le había hecho. Es una reacción normal en estos casos.

He vuelto a ver a Emilia varias veces; hemos repetido el masaje, pero ya sin alcanzar esa intensidad, y con el tiempo dejó de llamarme para masajes y sólo hemos salido alguna vez a comer o cenar. Creo que la conocí en una época en la que tenía problemas personales y profesionales y, sobre todo, un fuerte déficit de autoestima y que mis masajes, más allá del placer sexual y del no sexual, la ayudaron a sentirse querida y valorada y fueron, en ese sentido, un juego, pero un juego con un buen efecto terapeútico.
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