La carta

Recojo el mazo que hay sobre la mesa, lo barajo y corto. Ella coge la carta que queda encima del corte, será la última que juegue y los dos ya sabemos que carta es. Recojo las demás y las reparto, hasta que tengamos cinco cada uno. No tengo una mala mano. Ella no mira las suyas, jugará sin verlas. No le hace falta mirarlas, sabe que va a ganar.


Comienzo. Cuatro de tréboles.
La cojo por la cintura, la rodeo con mis brazos, la aprieto contra mí, no quiero que se escape ni que me lleve a su terreno desde el comienzo. Acaricio su espalda, su cintura, su piel suave, sus curvas interminables. Cierro los ojos y huelo su pelo, negro, largo, sedoso. Siento deseo.

Seis de picas.
Se separa sin dificultad y se me escapa, se da la vuelta, gira su cabeza y su mirada lanza esos lazos que atrapan y que no dejan salida. Se aleja, despacio, muy despacio, moviendo su cadera, caminando sobre unos tacones que nunca terminan. Sin tocarme me lleva hasta la habitación y se lleva la primera mano.

Tres de diamantes, faroleo.
Me acerco, la arrincono, no quiero caer en la cama tan rápidamente. Rozo sus labios con los míos, la beso, mordisqueo su cuello, su oreja y repito su nombre una, cinco, diez veces, bajito para que sólo ella lo oiga. Desnudo su pecho, grande, tentador. Lo rozo, lo acaricio, lo cojo, chupo sus pezones. Tiembla.

Cinco de tréboles.
Me besa, me da su lengua, húmeda, cálida. Me acaricia, siento su mano por mi pecho, me desabrocha la camisa, me chupa y me muerde. Afloja el cinturón y baja la cremallera, noto su mano entrando. Me palpa, me coge, crezco, noto sus dedos, hábiles, precisos. Cierra la mano, la mueve, soplo, sube, me encojo, baja, gruño. Cuando me nota excitado para, sabe cuando hacerlo. Coge mis testículos, se muerde el labio y me encuentro con sus ojos. ‘Esto es mío’, me dice, como si no lo fuera ya.

Ocho de corazones, intento subir la apuesta.
Mis manos recorren su cuerpo, curvas, todo curvas. Me arrodillo, busco la cremallera de su falda, cae a sus pies. Lleva un liguero negro, los tirantes pegados a sus piernas, a sus nalgas, tan pegados como quisiera estar yo. Las medias negras, como una segunda piel. Las acaricio con las puntas de mis dedos. Beso sus muslos, me acerco a su sexo. Sólo me separa su braguita, medio milímetro de infinito. La aparto. Encuentro el origen de mi deseo, mi lengua lo recorre, lo prueba, lo saborea, cada vez más rápido, cada vez más fuerte mientras pone su mano en mi nuca.

Diez de diamantes.
Se deja hacer durante un rato, corto, muy corto para mí. Me sujeta la cabeza y no sé que me pregunta, le digo que sí, sin pensar en nada más que en su cuerpo, en sus besos, en sus caricias, en su sexo, en todo lo que aún falta por llegar. Me levanta y me lleva a la cama. Otra mano para ella.

Cinco de corazones.
Me siento en la cama con ella encima. La abrazo y me tiro sobre su pecho. No quiero dejar nada, lo quiero todo, hoy es mío, me pertenece, como el resto de su cuerpo. Me acurruco en él, me cobijo, siento su piel cálida, huelo su perfume, la abrazo más fuerte, oigo sus risas.

Siete de picas.
Separa mis piernas y se arrodilla entre ellas. Me pregunta si quiero que sea mala, no dudo, mala es poco. Se acerca un poco más mientras me araña suavemente los muslos. Sube despacio sus dedos y me regala su mirada, esa mirada sensual, erótica, hermosa de la que no puedo apartarme. Noto su mano que me sujeta y que se mueve. De repente para y le suplico que siga, que no me haga esperar más, que siga siendo mala. Baja su cabeza y pierdo la poca razón que me queda. Su lengua, sus labios, primero recorriendo mis testículos y luego subiendo hasta que siento sus dientes que me arañan suavemente y su lengua que me aprieta contra el paladar. Su cabeza en un ritmo continuo, suave, lento, cada vez más profundo. El calor de su boca, su suavidad. Vuelve a mirarme y ya no sé donde estoy.

Rey de diamantes, mi última carta.
Se sienta encima de mí y entro en ella. La siento alrededor, rodeándome, apretándome. Se mueve rápido. Sujeto sus caderas con fuerza pero no puedo pararla, ni quiero. Acerca su cara y la beso mientras acaricio sus piernas, su culo, su espalda. Huelo su sudor, lo chupo, lo bebo. Me ayudo de sus hombros para llegar más dentro de su cuerpo. Ella también empuja. Gime, grita, cierra los ojos, ahora no tengo su mirada. Me pide más y a cada acometida me siento más excitado, a cada empujón más feliz. Voy a reventar y a explotar de gozo; y lo hago.


Antes de salir me acerco a la mesa y giro su última carta, sonrío. Mientras pago la apuesta le digo:

- Siempre ganas, no sé cómo lo haces.

‘O quizás sí’, pienso. Mientras me acerco a la puerta para marcharme ella me responde:

- Ya deberías saber que en este juego siempre gana la reina de corazones.