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Puta por vocación

Yo debí nacer con el coño húmedo. Así de claro. Toda mi vida he sido una guarra de campeonato.
Ya desde el colegio me gustaba dejarme sobar por todos, y recuerdo bien como me embobaba mirando el paquete de Don Javier, aquel profesor de séptimo al que creo que mi madre se folló mas de una vez en ese despacho en el que se reunían para hablar de mi mal progreso académico.
Muy pronto en el instituto aprendí a mamar pollas. Al principio a cambio de nada, pero rápido me di cuenta de que podía sacar algo más aparte de mi disfrute personal. La revelación de mi condición de puta me sobrevino aquel día que pregunté al empollón de la clase sobre como hacer un trabajo que había que entregar al día siguiente. El pobre chico, falto de amigos y de todo en general, se esforzó por explicármelo de forma sencilla, pero para mi fue mas fácil proponerle que me lo hiciese él a cambio de una felación de las que había aprendido a hacer. En aquellos baños escolares me comí aquella polla de manera un poco rudimentaria, casi sin lamerla antes, sin movimientos suaves ni acompasados, mordiéndole el capullo en mas de una ocasión; noté aquella leche caliente en mi boca, muy líquida y muy poca.... de niño. Fue allí donde tome conciencia de mi vocación de puta, mas aún cuando al día siguiente presente el mejor trabajo de la clase.
El último curso de instituto me lo pasé entero mamando rabos, bien a mis compañeros los empollones, bien a los profesores pedófilos que me llamaban a tutorías cada dos por tres. Me gustaba hacerlo cada vez mas. Era entrar en aquellos despachos y mi coño se empapaba instantáneamente. Aprobé el curso con nota, menos la asignatura de Doña Susana, que me tocó recuperar en Septiembre, curiosamente en un examen privado en su despacho, donde aprendí a comerme un coño mientras descubría que mis aptitudes no solo valdrían para los hombres.

Acabé el instituto y me negué a seguir estudiando, por llamarlo de alguna manera. Siguiendo los consejos de mi padre y tratando de enterrar mis instintos lujuriosos, entré a trabajar en la boutique de un amigo suyo, un tipo de lo mas puritano, no así su mujer, con la que pasaba largas tardes haciendo inventario del almacén, aprovechando para chupárselo mientras le metía perchas, peines y todo artilugio fálico que andase por allí.
Me di cuenta de que hay pasiones que no se pueden enterrar, y mas de un día me adecentaba convenientemente con los ropajes mas provocativos que tenía y acudía a algún polígono o cuneta a saciar mis instintos de prostituta. No encontraba divertimento mejor que ganar algún dinero siendo follada y mamando sin parar. Era sentarme en esos coches y mojar el asiento con mis flujos. Mis pezones se erizaban mientras el cliente conducía hasta el lugar indicado, con una mano mía en su paquete y la otra rozándome el clítoris. Notar como aquel bulto crecía generalmente me daba un orgasmo que llegaba acompañado de unos grititos que nunca podía evitar. Casi todos se corrían en seguida, pero algunos pocos aguantaban lo suficiente mi mamada para poder follarme o encularme en el asiento de atrás mientras yo les gritaba que me diesen mas fuerte.
Un par de años duró aquella etapa, hasta que el amigo de mi padre se presentó en el almacén para encontrarse a su mujer con mi puño en el coño y mamando un consolador de cuero.
Tuve que tirar de imaginación y subsistir un tiempo de mi vocación innata, hasta que me presenté a la selección de personal de El Corte Ingles, la cual superé sin problemas en la prueba práctica, en la que medio departamento me vio las tetas, y en la que el examinador me penetró en los lavabos de la oficina para terminar sacándosela y llenándome la cara de su semen mientras me preguntaba en que sección me gustaría trabajar. Escogí Moda Hombre, por supuesto, y hasta el día de hoy, es mi trabajo.
Cada vez que veo llegar un cliente medianamente atractivo, mi chocho directamente comienza a humedecerse. Si le ofrezco mi ayuda y mi sonrisa de zorra le cautiva, las bragas se me empapan y los labios de mi coño las engullen, pidiendo a gritos una polla que los consuele. Me gusta acompañarles al probador con las prendas elegidas. Igual que cuando me iba a las cunetas, mi mano instintivamente se va a su cadera y su pierna. Me entran los calores y me tengo que desabrochar el botón de la blusa, dejando asomar mis tetas que parecen tener vida propia en esos momentos. Los muslos se me empapan de flujos y el clítoris se me hincha tanto que solo el roce con el tanga me da placer y empiezo a jadear. Algunos me miran asustados, otros sonríen y me meten mano, y casi todos acaban follándome en el probador. Es lo que acaba de pasar hace un rato, cuando un moreno de unos 40 se ha querido probar varias camisas. No estábamos aún dentro del probador y yo ya me estaba rozando mi pipita y con los pezones a punto de estallar. Enseguida he notado que estaba empalmado y mis manos se han lanzado a sobar su protuberancia. Este no ha sido como la mayoría, que se corren apenas me meto su polla en la boca, sino que me ha dejado disfrutar de la mamada, notar su glande caliente sobre mi lengua, saborear sus huevos llenos de amor. He tenido que coger una percha, la mas gorda que había, y meterme un extremo por el coño porque ya no aguantaba mas sin taladrarme. En cuanto he notado el calor de su semen en mi lengua me he corrido como una colegiala, y mientras mi boca se llenaba de leche hasta el punto de resbalar por la comisura de mis labios, mi sexo ha dejado un charcho de fluidos en el suelo que luego me ha tocado recoger. Me he tenido que tragar el semen para poder seguir mamando un poco mas.
Lo mejor de todo es que el cliente se ha llevado las camisas. Casi todos lo hacen, es lo único que le interesa a mi jefe. Soy la mejor vendedora del departamento, casi tan buena vendedora como puta. Me llevo todos los extras por objetivos y me felicitan continuamente desde la dirección, a mi y a mi jefe, que conoce bien mis técnicas de venta. Sabe que no son ortodoxas, pero si efectivas. Cada vez que llega un cliente y le acompaño al probador, me mira sonriendo y con ojos de ejecutivo agresivo, y parece que me este diciendo “ haz tu trabajo putita”. Luego me lo restriega y muchas veces me lo tengo que follar para que no se ponga muy autoritario, aunque cualquier día de estos me hacen a mí jefa del departamento y me lo tendré que follar para que sea un subordinado dócil. En cualquier caso, creo que seguiré dedicándome a la venta, que es lo que se me da bien. Solo pensar en vender algo me excita,,, como ahora mismo que veo venir un cliente con ganas de comprar y ya siento un ansia de sexo que se va concentrando en mi coño.
No se si me durará para toda la vida, pero la que llevo ya vivida siempre he sentido inconfundiblemente mi vocación de puta. Es como un regalo que me hice al nacer, el regalo de sentirme así, puta por vocación

FIN

R.M.