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La llevaba viendo meses. Mucho tiempo trabajando en una oficina y siempre me dieron morbo las limpiadoras. Pero de todas las que había ido viendo, ninguna merecía la pena. Señoras mayores, tías gordas, bajitas, sin ningún atractivo. Hasta que apareció ella.

Tampoco es que Silvia sea un pibón del 15. Pero reúne el suficiente atractivo como para que me hiciera ilusiones con ella. 30 y pico años, guapa de cara, muy simpática, cuerpo normal pero apetecible. Casi siempre con falda, ese uniforme que llevan las limpiadoras de empresas, camisa blanca, falda azul, nada extraordinario.

Al principio nuestra relación era de hola y sonrisa. Cada vez la sonrisa era más amplia y la mirada más sugerente. O a mi me lo parecía. Poco a poco entablé banales conversaciones fugaces cuando nos encontrábamos por el pasillo, en el ascensor, etc. Llegué a saber que tenía novio, pero eso no fue impedimento para seguir con la idea en la cabeza de seducirla.

Un día entró en mi despacho a revisar la papelera. Leve roce de nuestras manos cuando se la pasé. Noté su turbación. Yo estaba nerviosísimo, cosa que me ocurre cuando intento planificar un ligue. Balbuceé no se que gilipollez para hacer que su estancia en el despacho fuera más prolongada. Me pareció que ella también quería prolongar la estancia. Se me ocurrió algo para motivar el acercamiento:

- Perdona Silvia, quería consultarte el otro día se me cayó la tierra de esta maceta en la rendija del aire acondicionado y no se si pudiera provocar algún mal funcionamiento.

- A ver...

Conseguí el objetivo, ella entró hacia donde yo estaba, le mostré la zona a la que me refería:

- Ves lo que te digo, ahí está esa tierra que no se si podrías quitar con alguna aspiradora o algo así.

- Uy sí, ya lo veo, se puede intentar.

Pensé que ese era mi momento, aprovechando el acercamiento puse mis manos en su cintura y prolongué la conversación como pude. Ella respondía a las banalidades y a mi me parecía que le apetecía alargar la situación. Suavemente deslicé mi mano hacia adelante palpando su tripa y aproximándome a su pecho. No las tenía todas conmigo y se me cruzó por la cabeza que igual me soltaba una ostia. Pero no fue así. Justo cuando me disponía a poner mi mano sobre su pecho, sonó el teléfono.

Horror, ¿será posible una llamada más inoportuna?

Se jodió el asunto, nos sobresaltamos los dos. Ella, se volvió hacia su carrito de limpieza con intención de salir del despacho y yo me dispuse a contestar el teléfono.