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Eran las diez de la mañana de un lunes cualquiera. La cuarta planta de un conocido edificio de oficinas de Madrid comenzaba a hervir con el bullicio típico de los días laborales, al tiempo que los calores de un prematuro verano tomaban desprevenido al aire acondicionado.

En una de las seis mesas del despacho veintidós me encontraba yo, mi mirada perdida más allá de la puerta de entrada oteaba más el paso del tiempo que el espacio en si, mientras dibujaba en mi mente los sueños con los que años antes crucé esa puerta para comenzar a trabajar. Entonces, mirando con desgano cuanto había ante mi, comprendí que aquel no sería un día cualquiera, que algo cambiaría en mí para siempre. Incluso hoy recuerdo abrirse lentamente la puerta dejándome ver su rostro por primera vez. Incluso ahora escucho su lento caminar, ese leve contoneo que la hacía deslizarse más que andar. Era una mujer preciosa, una belleza pura de tez clara y larga melena rubia, de ojos profundos y sonrisa fácil, ladrona de miradas, inspiradora de ilusiones.

Durante las dos siguientes horas, el mundo paró su constante marcha. Aunque el trabajo se acumulaba sobre mi mesa, mi mirada no podía escapar del embrujo que emanaba. Nueve veces conté que se levantaba caminando hacia el despacho que mi mesa flanqueaba, mientras yo seguía cada uno de sus pasos con la mirada clavada en esos ojos que como faros, guiaban a los míos. La décima vez que observé que se levantaba tomé fuerzas con una larga inspiración y me incorporé. De la mesa cogí la ultima de las carpetas que se apilaban a mi izquierda y me encaminé al despacho en el que siempre ella se perdía. Tras mis pasos escuché los suyos y tras los suyos el leve sonido del cierre de una puerta, mientras sus tacones retomaban el sonido al caminar. Nervioso me di la vuelta mientras con la mirada baja, fruto de la vergüenza, pude ver sus largas piernas perderse bajo la holgada falda plisada. Temeroso de que se percatara de lo que miraba levanté rápidamente la vista encontrándome en un instante con aquellos ojos cautivadores frente a mi, al tiempo que aumentaba mi pulso y notaba fallar mis piernas. Pasaron segundos antes de oírse la primera palabra, segundos que parecían horas, horas que me hubiera gustado que fueran años.

-¿Tu crees en los flechazos?- le dije tartamudeando por la falta de practica y la nube en la que me encontraba.
Una amplia sonrisa iluminó su cara al tiempo que uno de sus ojos me dedicaba un pícaro guiño.
Por contestación sobraron las palabras, de sus labios brotó el más profundo de los besos que recuerdo, más completo que la más celebre de las frases, tan sereno que aún lo saboreo. En ese momento perdí la vergüenza, viví en un instante una vida que no era la mía mientras ella me acercaba a la mesa de madera que presidía el despacho. Recuerdo caminar hacia atrás empujado por la delicadeza de sus movimientos mientras desabrochaba cada botón de mi camisa, desanudaba mi corbata y sobre la mesa se tendía. Comencé a recorrer con mis manos sus piernas, su piel suave como la espuma del mar rompiendo en la orilla, se erizaba al rozarla con la mía. Y allí, en la mesa de ese despacho, fundimos nuestros miedos en el fuego de la pasión, liberamos nuestras mentes y vivimos la vida que el miedo nos impide normalmente.

Nunca más sacamos el tema, pasó el tiempo y aquella desconocida que llegaba a trabajar su primer día se hizo un hueco en mi corazón como una buena amiga. Pero por pocos que fueran aquellos minutos y largos los años pasados después, no dejo de perder mi mirada en esos ojos inmensos y aún mi mente revive el día que la encontré.

Gracias a todos por leerme y se admiten críticas que para eso lo exponemos (Por cierto, todo parecido a la realidad es pura coincidencia. O no. Va a ser que si jajaja)

PD.Editado por mi para poner esto último que con las prisas no había puesto.