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El taxi se paró a mi lado. Apuré el cigarrillo con dos caladas intensas antes de tirarlo al aire con fuerza y abrí la puerta. No me lo esperaba. Sorpresa mayúscula. Me sonrojé y sentí violento. Afortunadamente la profunda oscuridad me protegió de la estúpida vergüenza que sentía.

Me habían invitado al fútbol. Para celebrar la victoria, mis acompañantes decidieron ir a un club al terminar el partido y yo tampoco puse demasiados reparos, aunque al final me quedé solo como ya me temía. Dado que me habían llevado en coche y que me encontraba extremadamente cansado para esperarlos, solicité un taxi por teléfono ya que la zona era alejada y sin tránsito alguno, excepto por el club.

La taxista me miraba descaradamente por el espejo retrovisor con una sonrisa descarada. ¿Me abría reconocido?. Ni tan siquiera me había preguntado mi destino pero la dirección que tomaba era correcta. Inmovilizado no pude articular palabra.

- ¿Vienes mamado? –me preguntó
- No, no, no he bebido demasiado –balbuceé-.
- No te pregunto si has bebido… si no si vienes… mamado…

Giró bruscamente, deteniendo el vehículo al lado de un camino de tierra en mitad de la nada. Se bajó y abriendo la puerta de donde yo me encontraba gritó saltando sobre mí y poniéndose de rodillas justo encima:

- Estoy hasta los huevos de conducir esta mierda de taxi toda la noche para sacarme 100 euros. Ahora tú me vas a dar ese dinero porque voy a ser tu putita.

Dicho esto, se desabrochó la camisa tirando de ella fuertemente haciendo saltar los botones y ofreciéndome sus enormes pechos. Sin darme tiempo a reaccionar, se desabrochó el sujetador y me agarró fuertemente la nuca girándome la cabeza hacia uno y otro lado entre esas tetas desafiantes de las que se impregnó toda mi cara. Que bien olían… que suavidad… que turgencia…

Sufrí una erección de caballo de forma instintiva y ella lo notó a través de su sexo ya que su falda quedó remangada al subirse encima de mí. Intuí una sonrisa triunfadora. Allí no se veía absolutamente nada. ¿Me abría reconocido?...

Bruscamente cambió de postura y se introdujo mi pene en su boca. Succionó con fuerza, desesperadamente, con movimientos de cabeza arriba y abajo acompasadamente pero a toda velocidad, con demasiada urgencia y violencia para mi gusto. Intuí como su mano se abría paso entre sus piernas y se masturbaba.

Después de dos o tres conatos de eyaculación supe que me iba a ser muy difícil contener uno nuevo y opté por empujarla para follarla pero se mantuvo firme. Cuando ya no podía más fue ella quien volviendo a la postura original y corriendo sus bragas a un lado se introdujo mi dolorido pene de una fuerte y profunda sacudida. Su grito de placer en el silencio de la noche retumbó como un aullido de loba en celo. Se inclinó a besarme y yo abrí mis labios. No fueron besos, unos fuertes mordiscos se sucedieron por mis labios, mi lengua, mi cara…

- Tienes una polla exquisita. Tengo suerte, pero vas a pagar igual. ¿Me lo estoy ganando, no?. ¿seguro que tus putitas son peores que yo…?

Dejé de sujetar su espalda y ella se encorvó para apoyarse contra el respaldo del asiento delantero. Tomé sus pezones entre mis dedos y al unísono con las dos manos los pellizqué fuertemente, tiré de ellos, mordí y aplasté con fuerza una y otra vez. Sus gemidos eran más y más fuertes. Sus caderas aumentaban el ritmo y mis envites a pesar de tenerla encima la hacían golpear su cabeza una y otra vez contra el acolchado del techo del taxi.

- Llámame puta!!!, llámame puta!!!, … ya no puedo más

Mis manos amasaron su culo e hinqué mis uñas por todo él. Mis dedos juguetearon con su ano hasta que ella, tomándome un dedo se lo introdujo por él y sin soltarlo comenzó a meterlo y sacarlo a toda velocidad y violencia. Primero uno, luego dos, luego tres…

Noté como su orgasmo llegaba y aproveché para masajear su clítoris con la otra mano. Su cara se desencajó. Sus ojos bizquearon y su cuerpo se convulsionó anárquicamente con movimientos aún más salvajes y descontrolados. Ante tal visión y excitación no quise aguantar más, me abandoné y tuvimos un orgasmo simultáneo que duró más de tres minutos donde retozamos y adoptamos posturas inverosímiles dado la estrechez del habitáculo.

En un momento dado, ella se sacó la polla y comenzó a chuparla nuevamente diciéndome “joder, si te dura duro…”. Ahí llegó mi segundo orgasmo tan fuerte o más que el primero. También llegó el suyo porque se masturbaba mientras…

Hubo un tercero y un cuarto… hasta que ella decidió que ya era suficiente. Muy dignamente y sin mirarme, se vistió y ocupó su sitio. Con un, “¿A dónde vamos?” se zanjó toda conversación hasta mi destino. Al llegar, añadió una “sobretasa” de 100 euros a lo que marcaba el taxímetro. Yo pagué sin rechistar y quedándome con la duda si me había reconocido o no.

Hasta hoy, jamás me la he vuelto a encontrar. Tampoco estoy seguro si me gustaría o saldría despavorido.