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Una expe “inventada”: Mi “yo” cochino


Aquí andamos, en el refugio nuclear sin salir y aireando la casa por la mañana. Mis pintas descuidadas en un oscuro despacho no difieren mucho de las que tenían en la intimidad los más consagrados escritores de novela negra anglosajona. Todas las series que tenía a medio ver tengo pereza extrema de retomarlas en el portátil y de porno no me canso, ni me cansaré. Más me vale. Se avecina un periodo de estar a pan y agua, y sin haber empezado ya lo llevo bastante mal. Buen momento para currarme para ustedes, los varones heteros de sangre caliente, un relato ficticio sin parecido alguno con la realidad. La psicología femenina a pesar de mi ya dilatada andadura en este mundo sigue siendo la asignatura pendiente y desconozco si ésto las pueden despertar un mínimo morbo. Gracia e hilaridad ya sé que no mucha. No nos reímos de los mismos clichés. Sobre lo que excita a las mujeres, me muevo entre la contradicción que las estadísticas por internet muestran – que las civiles buscan los mismos vídeos que nosotros, precisamente los que están filmados en exclusiva para el disfrute del hombre con la objetualización de la mujer (Erika Lust se comió los mocos) y con ellos se masturban -, y el que a este portal acceden únicamente lumis muy vividas, a las que huelga intentar que unos párrafos desde el punto de vista del putero las pueda poner mínimamente cachondas. Qué le vamos a hacer. Al lío.

Flashback 1:

Hará como dos décadas, en la época en que acababa el instituto y posteriormente estaba inmerso en la carrera, en todas las clases o en los pasillos se veían unas diosas inalcanzables. Genética privilegiada, la flor de la edad, se cuidaban y se vestían para ir calentando pollas a su paso conocedoras de su poder. Ya no es que fuera complicado ser su amigo, es que por ser era hasta jodido hacerse “amigo de sus amigos”. La tele soltaba ya entonces mierda sobre la prostitución a diario, pero aun así fantaseaba con el que pudiera algún día no lejano pagar para estar con ellas. Lo llevaba claro ya que, de ser eso posible, 1º no tenía pasta, 2º si me reconocían de vista igual no me querrían atender o presentarse en la estancia, y 3º con el tiempo he sabido que las maduritas rechazan a mocosos como clientes, y a muchas jovencitas no les gustan especialmente “trabajar” con los de su edad. Es verdad que con esos años bastantes van muy de sobrados, y la mayoría hemos sido muy cretinos. Esos mismos pibones no me consta que tuvieran una doble vida en chalets de Arturo Soria, pero al acabar los cursos eran recogidas en coches recién salidos del concesionario de guaperas (o no) que rozaban la treintena. Era tan pardillo que no quería entender nada. También llegué a hacerme sangre zurrándomela pensando que con las gogós de los garitos de Moncloa - éstas más simpáticas y accesibles por lo menos a ser presentadas – habría sido una buena idea hacer un bote común entre los habituales de cada discoteca, para darla a cada una el equivalente en pesetas a mil y pico euros, y que según fuera organizando la afortunada su agenda semanal a cada uno nos recibiera en su casa un buen “rato” para obsequiarnos con su cuerpazo y ofrecer todo su “amor”. Inocente de mí, eso ya existía desde que se mojaban las magdalenas en los desayunos de la Biblia, y durante el siglo XXI se perfeccionó en las redes, ja, ja.

Flashback 2 (Mi gym):

Estaba a punto de sacarme los pocos créditos que me faltaban para licenciarme, y en mis primeras experiencias laborales siempre me tropezaba con el Pedrerol de turno que soltaba lo de “becarios no”. Físicamente era víctima de la comida basura y consideraba que el deporte estaba sobrevalorado. Hasta que me planté delante de la báscula y el espejo, y constaté que igual no estaba “tan” sobrevalorada la actividad física. A mí lo que me molaba era dar raquetazos a una pared y tirar pedradas a tablero en los parques de tanos y panchos, pero una vez desentumecido el cuerpo de ese insano letargo necesitaba recibir más caña, y además no depender del frío, la lluvia y la luz natural en el invierno que se avecinaba. Así que me apunté al gimnasio más grande del barrio. Ya por entonces las mujeres de todas las edades habían descubierto lo importante que es cuidarse, pero la mayoría directamente bajaban al sótano a hacer aerobic y apenas me cruzaba con ellas en la recepción. La sala de musculación y de bicis estáticas era un campo de nabos (uno de tantos en el devenir del hetero), pero, eso sí, las pocas mozas que había estaban bien buenas. Una de ellas era una rubio-castaña de metro sesenta y mucho, delgadita (a día de hoy, quizá demasiado. Según me hago añejo he ido cambiando de preferencias) y muy guapa de cara. Nunca hablamos y no era del perfil de tía enrollada. Una vez mientras servidor estaba perreando al lado de un montón de mancuernas en el suelo, me puse a charlar con un colega de pibas (no había Liga ese finde) y la señalé con un leve gesto de cuello en la distancia. “Esa.. tiene una mala leche..”.Me lo creo”, le espeté. En la pisci se la cruzó mi mejor amigo. Tenía en bikini un tipo precioso, que se adivinaba en el gym pero no se podía corroborar porque no andaba enseñando cacho. Iba con su novio, un tío feo “que se parecía al yerno ese del Az**ar”. Mi mejor amigo pasaba, y pasa, de política y corazón, pero se refería a Jaime Agap. Cuando me di de baja del centro al poco me crucé con ella y su hermana gemela por la calle, una insulsa mañana de domingo. A pesar de que no parecía la misma con ropa de calle y gafas la reconocí, y claro, me giré. Me hizo la foto desde la marquesina de bus, ya que me sonrió y me saludó con la mano. Todo cortado la devolví el saludo. Era a mí. No había nadie más alrededor. Me sorprendió pues no teníamos ningún trato. ¿Cuándo entras en materia, rapsoda charlatán?

Año 2020 (unos meses antes de la secuela de “Soy Leyenda”):

Pues entro ya. Una chiquilla me dio plantón y como no sabía qué hacer con el dinero que tenía en la cartera voy a un piso de la zona. De cuando os leía en diagonal me hacía a la idea de quiénes podían estar, y cómo eran. Me abre una sudamericana de mediana edad que ya conocía, entrada en carnes. La ves, y podría estar perfectamente encabezando una mani de sobacos morados, soltando como consignas patrañas de femimonja, y sin embargo ahí está, presentándome a todas sus niñas en plataformas, muy ligeras de ropa. Eso también me pone. Las primeras que pasaron no me gustaron, hasta el punto de que si esto era lo que había, de manera educada me habría ido. Para el final reservó a una española de 36-38 años muy bien hecha. Sabía de ella por su figura y malas referencias. En verdad era a la que estaba esperando. Suelto la guita a la anfitriona – media hora- ,y a los cinco minutos pasa la elegida con una botella de agua y una toalla. Rubia-castaña, casi metro setenta, sujetador y tanga. La carita muy suave, supongo que de recibir cremas faciales. El cuerpo fino y estilizado con un vientre plano y duro. Desconozco cuál es la parte de ejercicio y cuál de lipo para el resultado final. Qué más me da. Sus peras PRECIOSAS. De volumen, textura, firmeza, consistencia y tamaño de pezones. Muy buena compra, la de sus “lolas”. Su acento es pijo y altivo, y a veces pensaría que con un deje argentino (si fuera por su implicación posterior, sin duda) pero voy a suponer que no. Me acordé del programa ese de la tele. Efectivamente: “Tu cara me suena”. Tardé unos minutos en caer, creo que según iba poniendo la sábana con parsimonia y dando conversación insulsa, todo ello a dos metros de distancia - y no por lo que ya sabemos - mi base de datos policial encontró la coincidencia en mi cabeza con la chica del gimnasio. ¿En verdad era ella? Es mi relato, mi guion y mi dinero. Dinero virtual, claro, claro. Así que ERA ELLA y punto. No otorgo espacio para un simple “parecido muy razonable” aunque hayan pasado quince años.

Antes de ir a la ducha la como su culo, pequeño y duro, y sus largas piernas. En la cinturita de avispa la hacía cosquillas (eso decía) y en la cara apenas permitía besar (lo leído y esperado). La quito el sujetador y empiezo a jugar con sus tetas delante del espejo, la miro a los ojos marrón miel y recuerdo a esa niñata borde y consentida en las máquinas, por aquel entonces sólo con pechitos de adolescente. Ahora es para mí. Me empuja a la ducha, hago mis deberes con cierta rapidez y salgo medio mojado. Mientras me seca ya estoy planificando cómo gozar con una lumi tan escurridiza. Sigo magreándola según me deja. Es un disfrute tener entre mis brazos a una tipa tan rancia. A ver qué está dispuesta a hacer por mí.. voy a la cama, estrellita de mar al canto, de buen rollo la pido que me vaya devolviendo el favor, desde las orejitas hasta la pelvis. No me lo hace bien (omito negrita, no soy tan c**ón). Cuando llega a la verga, me esperaba lo peor, pero para lo que es ella, se lo afana y se lo curra. Entre un seis y un siete. No hay mucha continuidad en la acción, pero ahí va. Algún leve escupitajo (qué puta manía, y que conste que a las chicas que aprecio se lo paso por alto), cuando digo de comerme los huevos usando un poco los dientes, ¡accede! (yuju), y después se la va metiendo enterita y aguantando, sin parar de mirarme. Ya desearía que se acordara quién era yo, mejor si es con desprecio o indiferencia, pero dudo tener tanta suerte. La quiero frotar un poco por la carita, pero se la saca para darse golpecitos. O sea que eso también vale, jo,jo. Pues más golpecitos, restriegues por la mejilla, a veces se deja, otras se la quita, y de nuevo el capullo hacia su lengua. Cuando la mamada es magistral, mi pene alcanza como tres centímetros más “de lo habitual” hasta el punto de decirme en el interior “¿pero eso en verdad es mío?”. No era éste el caso y tampoco lo pedía. De todas formas, sin saber distinguir bien el umbral que separa aquí a la profesional de la (ya señora) guarrilla, creo que bien la mola comer rabos. Antes de que se me baje la “efusividad”, la pido que me cabalgue. Estoy pensando, y joder cómo he rebañado los treinta minutos – en mi película, por favor -. El polvo es “raro”. Se la ha clavado bien. Algún gemido que no viene a cuento. Su ritmo e intensidad - tan machista como luego me muestro en estas líneas – es más alto del que con el que me encuentro cómodo, pero aguanto lo que puedo como un campeón, soltando guarradas y acariciándola pelo y torso. En pleno fragor de la batalla, sí se arrima un poco sacando la lengua y consintiendo algún beso. Antes de que acabe con mi chorra machacada, y para poder cumplir como un hombre, la saco, la chupa un poco más y me dice si la echo la leche en las tetas. Se arrodilla en la cama, me pongo de pie en ella, de repente en mi “sueño” (ríanse de Los Serrano y de Perdidos) aparecen a mi alrededor todos los amigotes y cachas desconocidos de aquel tugurio de juventud. También la mulata antipática de la entrada y otras habituales del gym no se lo quieren perder, y se cuelan en esta minibukake, en principio para un público sólo para hombres. Me meneo la polla con vehemencia a una pulgada de su nariz. “Todos” (y todas) alrededor me animan y están deseosos de ver cómo suelto el zumo de macho en sus berzas. Alguna de las “mironas” en aquellos tiempos tenían envidia de su físico y este lefazo de un ugly lo veían como una sucia venganza. No me ha dado pie en toda la sesión para una corrida bien cargada, pero lo suficiente para que la pija haya quedado muy pringada.

Según se limpia se las como un poco más. Decir que no soy un bruto ni nada por el estilo, pero en ningún momento de la sesión hacía fácil el poder meterme esas delicias enteras en la boca. Que la dolía. Como todo. Ducha juntos, nos relajamos un poco (yo diría con todo que el ambiente no fue tenso ni por ella ni por mí). Las conclusiones ya las había sacado. A la salida se vuelve a calzar y la tengo de frente con sus Tetas, Tacones y Tanga. Voy a chuparlas un poco más, de broma me aparta que dice que no se quiere llevar mis babas. La abrazo pero dice que la molesta mi barba (no ha lugar, estaba rasurado de siete horas antes) y al vestirme, me vuelvo a deleitar con los pechotes. Las cojo a mano llena, las levanto con tres dedos, mientras la sigo metiendo mano me mira orgullosa de ser un objeto sexual. Simple, creída y superficial, nada me la podría poner más dura. Abre la puerta y la doy unas palmadas en el culo. Me acompaña por el pasillo en topless, y yo por detrás la doy un pellizquito en la nalga que la hace dar un saltito. Cuando llama a la encargada se me acerca para dar dos besos, aprovecho para cogérselas con energía y me quita las muñecas. Creo, y deseo, que la mami según se asomaba por la puerta me ha podido sorprender una décima de segundo con las manos en la masa. ¡Sí, por favor! Cuando me quedo con ella en el recibidor miro por el pasillo su culazo y sus andares de modelo mientras se gira con una risa picarona. Esto último es MENTIRA, en mi ficción y en todas partes. Se metió en la primera puerta que pudo, pero hasta ese momento que me quiten lo bailao. La jefa me pregunta en serio qué tal. Se agradece, por cierto, no tenía obligación. Digo que tiene un cuerpazo. Veo que da pie a explayarme más. Me acerco a su oído y digo “ya sabía como era, así que bien”. Me sonríe, “perfecto entonces”.

Me es inevitable antes de acabar acordarme de la inocentada televisiva a Marlene Morreau, en sus mejores etapas (y eso que nunca las ha tenido malas). Acude a probarse varios modelitos para una gala, y con uno de ellos, muy escotado, se debe quitar en el probador la parte de arriba. En un momento dado, aparece de la nada una familia de chinos refugiándose de nosequé, y cuando va a volver a aparecer su representante y los estilistas, al hijo adolescente le esconde Marlene en el probador. Para el último vestido que se debe probar se quita delante del chinorri el que tenía puesto, con naturalidad y recordándole paternalistamente que estuviera en silencio. Todo en cámara oculta. Menudos cocos al aire. Tampoco debo olvidar a la vedette argentina Jessica Alonso en vídeos de yutub, con microbikini, que en las discotecas se ofrecía a bailar agarrado en la tarima y barra con clientes barrigones y achaparrados a los que sacaba dos cabezas, y luego se metían en una ducha delante de los espectadores. Como eran todos unos pulpos, entre ella y los seguratas no sabían cómo quitarles continuamente las manos de encima, je,je.

Vamos acabando. Ah, sí. Y en esta “fantasía”, ¿cómo calificamos?. Pues en coherencia con el relato; Recomendable: No. Repetir: No. Omito las mayúsculas en los “noes” porque verdaderamente no es para tanto. Bien de morcillona que me la está poniendo mientras escribo. ¿Y a vosotros? Por cierto, que una cosa es lo que diga, y otra lo que haga. En cuanto pase el coño del confinamiento, volveré para allá más salido todavía, ¡ja,ja! Esto es un juego. Ella aguanta a un gilipollas como yo un rato, y a cambio tendrá para comprarse el primer capricho que vea en la sección de perfumería y joyería de unos grandes almacenes. Win – win.

Si has llegado al final de la historia, bendita tu paciencia. Y como en este hilo no se pueden dar “me gusta” deseo de corazón que con lo que consideres de utilidad te casques una buena paja, hamijo.

Última edición por Metal Lover; 14-03-2020 a las 23:02
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cochino, expe, “inventada”, “yo”


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