19-12-2010, 02:32
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Sabio supremo
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Club Champagne
Aproximadamente en el número 43 de la calle Antonio López se encuentra el club Champagne, aunque antes tenía otro nombre, creo que Brindis. La última vez que me pasé fue en verano, y me aburrí allí dentro. Poca animación, pocas chicas y pocas hermosas. Luego lo vi cerrado en numerosas ocasiones, y lo había prácticamente desechado de la agenda.
El pasado viernes, sin embargo, sufriendo un alucinante insomnio, me refugié en aquel local, huyendo del frío y de una noche larga y cansada. Eran las 2.30 de la madrugada.
Apenas había clientes, pero advertí enseguida que habían renovado a las chicas. Serían unas ocho, la mayor parte de ellas jóvenes, bastante guapas, y latinoamericanas.
Se entra por un pequeño recibidor que aísla la puerta de la calle del local en sí separado por otra puerta. Tras franquearla, hay que bajar aún unos cuantos peldaños. Es acogedor. Una barra americana cruza a lo largo el establecimiento rectangular, algo estrecho. Las chicas se suelen acomodarse en la misma barra, o descansan en banquetas situadas contra la pared.
El nivel no estaba mal, como dije. Se me acercó una rubita quiteña, algo bajita pero con una buena delantera, y otra colombiana morena y de atractivo porte. Tuve la mala suerte de que me entrase la menos agraciada del local, algo ya madurita, de nombre Perla, dominicana. Se empeñó en hacerme compañía, de que la invitase a una copa (entre 20 ó 30 euros) o de bajar directamente al reservado (media hora, 60 euros).
Tal vez la culpa la tuve yo, por dejarme camelar un rato, y no dejarle a las claras que no tenía intención de estar con ella. Pero era lenguaraz, dicharachera, y me animó algo su charla caribeña. Sin embargo, Terminé agobiado, un poco, francamente.
Algo disgustada se marchó al rato, y yo me demoré con mi cerveza cinco minutos más. Fue al coger otra vez el abrigo y dirigirme a la salida, cuando de entre las sombras apareció Michelle, una rubia portorriqueña, veinteañera, de cuerpo “teen”, preciosa, que se me enroscó al cuello, y me pidió que no me marchase. Estaba bien buena, caballeros, con su vestido cortito de lunares, de escote al ombligo y espalda desnuda. Al tacto, la suavidad de su piel era como la del culito de un bebé.
Estaba ya muy cansado, pero aproveché la situación para darle un par de besos, que ella aceptó sólo como piquitos. Brava la niña.
Volveré a buscarla a otra hora más propicia. Ya les contaré.
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