Un sitio mítico: Señora Rius de moral distraída (I) - Foro Spalumi

    
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Un sitio mítico: Señora Rius de moral distraída (I)


El titular responde al maravilloso libro en el que se relata la biografía de esta señora, una auténtica institución en la Ciudad Condal. Probablemente la hayais visto alguna vez por la tele, pues la han hecho muchas entrevistas, y siempre se convierte en el centro de atención con sus vestidos de diseño exclusivo, su acento castizo barcelonés, su socarronería y su buen humor. Bien, os adjunto mis experiencias en su casa, por orden cronológico, que ya ha publicado anteriormente en otros foros, sobre todo los más ligados a la capital catalana. Sirvan de guía y acicate por si teneis que ir a Barcelona y os sobra una horita en la que no sabeis qué hacer, o sí, pero temeis preguntar dónde.


(Cita obligada: publicados en su momento en bcnrelax.com)


Señora Rius
100 euros la hora
Teléfono: 93 430 19 46 / 93 439 63 93
Dirección: La da ella por teléfono, cerca del Hospital Clínico de Barcelona

YOLANDA
(Marzo de 2009)

No era la más joven, ni la más bella, ni la más exótica, pero era, sin duda, toda una mujer que sabía tratar a un hombre…

Sí, ya lo sé, empiezo parafraseando a Pérez Reverte y el inicio de sus Alatristes, pero qué queréis, la cabra tira al monte, y además, la descripción se ajusta a la realidad. Pasemos a los hechos:

Como ya os anticipaba,
el pasado mes de marzo,
con ocasión señalada,
pasé por mi Barcelona,
la otra ciudad de mi alma
(que la primera es Madrid,
pues es la mi chica patria)
y cumplí con mi objetivo
de visitar a una dama
que es un mito del oficio
sobre el que este foro trata.
Tras hablar con la señora
después de un par de llamadas
(pues prudente como es
a fuer de ser veterana
siempre te hace repetir
y asegura la demanda)
dejóme otra vez fascinado
su persona y su palabra.
Pero, en fin, sea como fuere,
al fin traté con la dama
modo y hora de la cita
que incluirá un rato de charla.
Y Villarroel arriba
al fin alcanzo la casa,
saludo cortés al portero
que ni la testa levanta,
y en llegando estoy al piso
que en su libro se detalla
con tremenda precisión
pues ningún detalle falta.
Lydia me recibe atenta,
tan afable y educada
que doy por bien empleado
el viaje y la comanda,
pues sólo el recibimiento
vale ya una millonada.
¡Qué piso más increíble!
¡Qué pared engalanada
con cien mil fotos de cine,
y aún así no exagerara
que se encuentra según dicen
presidida y dominada
por “el hombre de su vida”
Peck y su intensa mirada!
Ya me pasa al saloncito
de confidencias y charlas,
y aunque con interrupciones,
pues aun no llegó Yolanda
ya que yo me adelanté,
y además, negocio manda,
relajados y tranquilos
entablamos nuestra plática
Mientras tanto, en las paredes,
cientos de libros aguardan,
rodados por más fotos
que mis ojos ya ni abarcan
y entre Marilyn y Audrey
disfruto de la mirada
de una Lydia en juventud
que quema según me alcanza.
Le pido que me dedique
su libro y lo hace encantada,
a lo que yo correspondo
con la entrega ilusionada
de los míos, por supuesto,
con página dedicada,
y una pequeña cajita
de violetas escarchadas,
que yo las llamo “Imperiales”
por adecuarme a la casa
y su excelsa cinefilia.
Y cuando más animada
está la conversación,
una discreta llamada
y una suave voz que dice
que ya “ha arribat la Yolanda” .
Se levanta la señora
y me presenta a la dama
que me reservó gustosa
y cuyo gusto se alaba.
Pero antes de seguir ruta
otra sorpresa aguardaba
y es que, imprudente de mí,
comenté que ya llegaba
mi muy largo cumpleaños...
y me sacan una tarta.
Me cantan el “Cumpleaños
Feliz” como si en mi casa
estuviera celebrándolo,
y así, abrazado a Yolanda
nos vamos para la alcoba…
sin olvidarnos la tarta.
Y allí seguimos hablando,
y entre los brindis con cava,
poco a poco iban cayendo
las prendas que ya estorbaban,
y los besos a las copas
por las bocas se mudaban.
Tras una duchita higiénica,
pero que me resultó grata,
de nuevo nos abrazamos
y rodamos por la cama,
que al fin y al cabo, por eso
era por lo que allí estaba,
y así pude disfrutar
y hacer gozar a Yolanda,
y si no entro en más detalles,
es porque la jugada
resultó tan familiar,
tan natural y tan grata,
que de nuevo me sentí
tan a gusto como en casa,
que ésta es una cualidad
que Lydia Rius proclama,
aquí se viene a gozar,
y “hacerse” a un hombre una dama
para nada es deshonroso
que es motivo de alegranza.
Pero bueno, a lo que iba,
yo disfruté con Yolanda
de cuerpo firme y moreno
y boca que sabe usarla,
de entrega alegre y gozosa
y técnica depurada,
es una de esas mujeres
con las que el tiempo no pasa
y por eso al terminar,
que en la vida todo acaba,
no sabes si fue una hora,
un minuto o una semana
lo que con ella estuviste,
sólo sabes que te encanta..
Flotando sobre una nube
salí al fin de aquella casa.
En esto que al día siguiente,
después de una excelsa mañana
primaveral y excelente
y una comida muy sana
entre placer y negocios,
llégueme otra vez a la casa
aunque con otro propósito,
y tras una nueva charla,
igualmente deliciosa
con la singular madama
cerramos un bello acuerdo
que, como en Sant Jordi, esta casa
tiene a bien regalar libros
a los clientes que pasan
algunos de los que done
tendrán mi firma estampada.
Es un honor que me abruma
y por supuesto me halaga.
Así que si os animáis,
y el veintitrés por la Casa
decidís dar una vuelta
y conocer a unas damas
más señoras que otras muchas,
y disfrutar de sus galas,
puede que tengáis también,
de paso, como quien lava,
un recuerdo de mi parte,
con el que os daré las gracias
por tan buena información
con la que aquí se regala.
Y ya por no ser pesado,
y no daros más la lata,
aquí termina el romance,
Perdonad sus muchas faltas.

Coñas en verso aparte, la visita a la señora Rius colmó sobradametne todas mis expectativas, y por supuesto se me hace una visita obligada siempre que vaya a Barcelona y el horario me lo permita (abre sólo de 8 a 20). Sus señoras y señoritas son todas españolas (hay alguna mínima excepción en cuanto a lugar de nacimiento, pero con muchos años viviendo en Barcelona), muchas de ellas catalanas (el bilingüismo es absoluto en la casa), entre 25 y cuarenta y tantos años, atractivas, y con afición por el oficio. Recomiendo vivamente leer el libro de Julián Peiró sobre su vida "La señora Rius, de moral distraída".

Por cierto, cerramos el tato y no menos de diez afortunados mortales pasaron el 23 de abril por "Can Rius" y salieron con cierto librito bajo el brazo, je je
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Antiguo 01-06-2010, 13:40
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Un sitio mítico: Señora Rius de moral distraída (II)


Segunda entrega: había que celebrar Sant Jordi

MANUELA
24 de Abril de 2009

Diada de Sant Jordi. La Rambla bulle de libros y rosas. Primavera deslumbra con todo su esplendor. Un día mágico en que las aceras se cubren de belleza y cultura. Los autores, observados como monos en el zoo, disimulan sus frustraciones económicas con buen humor. La crisis acecha, frustra expectativas, pero nada importa. El Sol, las rosas, las muchachas en flor superan todo inconveniente y así van pasando las horas hasta que el ocaso anuncia el fin de la jornada, y se enuncian los buenos propósitos para el año venidero. A ver si para el próximo Sant Jordi hay más suerte, a ver si tengo un título nuevo, que vaya bien…

Día 24, aún quedan rosas por la calle y el Sol de nuevo preside al gozosa celebración del renacimiento de la Vida. Mañana gloriosa, la ciudad se extiende ante mí como una alfombra desde el privilegiado mirador de Montjuich. Collserola la cierra como un hermoso telón tapizado de Naturaleza. Torres sacras, agujas catedralicias, plegarias modernistas en piedra, torres industriosas, viejas chimeneas de las fábricas de Poble Nou, torres modernas y posmodernas dominadas por la fálica policromía de la torre Agbar, festonean el piélago urbano, laberinto gótico y damero racional de Cerdá. Y sé, lo veo aunque sea imposible que al fondo de una de aquellas hileras que conforman el Eixample, se halla un recóndito nido de placer y buen humor, que me espera para culminar el viaje.

Todavía tengo tiempo para disfrutar del verdor de la montaña, e incluso para apreciar de cerca el crecimiento de la iglesia eterna, absolutamente infestada por la horda turística, que amenaza con hacerla desaparecer como una sinfonía inacabada, recubriendo su piedra venerable con una marea de pantalones cortos, camisetas multicolores y gorras beisboleras, envueltos en el continuo siseo de la marabunta, y finamente me dirijo a mi objetivo no sin antes hacerme con una pequeña maceta de rosas como homenaje a la festividad recién pasada.

Soy recibido con la acostumbrada mezcla de cortesía y familiaridad, descubro que ya tengo mi propia identidad adjudicada por la proverbial regente del lugar, (me he convertido en el señor J…, el de los libros) y tras constatar que gracias a su inusual generosidad, mis fantasías han resultado el regalo de Sant Jordi de unos cuantos afortunados mortales que ayer pasaron por aquí, sin solución de continuidad me presentan a Manuela.

Beldad canaria, tan dulce como tu acento, me transportas al tálamo donde se hacen realidad los sueños, incluso los inconfesables. Arrodillados sobre él como dos orantes, nos dedicamos a venerarnos mutuamente, yo desnudo como mi madre me trajo al mundo, tú aún con la breve y negra ropa interior, que añade un punto más de misterio al encuentro. Los besos son suaves, serenos, dulces, interminables, visitamos todos los rincones de nuestras bocas, siento tu mano cálida que acaricia mi nuca, mientras las mías recorren una y otra vez, en incansable exploración de tu ondulada orografía, y nuestras pieles ansían a cada momento llegar a una mayor fusión. De pronto tus manos vuelan a tu espalda, sueltas el último botón y al fin tus pechos se me ofrecen. “Como ramos de jacintos” dijo Federico. Más bien como rosas de Sant Jordi, rosas sin espinas plenas de suavidad y ternura, Gemelos cervatillos que soñaba el rey-poeta hebreo se abren bajo mis dedos y mis labios los veneran trémulos y ansiosos. Al fin también cae la última barrera, y tus más recónditos secretos se abren también a mis indignas invasiones. Allá vuela de nuevo mi boca y se me es dado el privilegio de degustar tu esencia femenina, de disfrutar tus espasmos de deleite, de contribuir desde mi modestia a esos segundos de eterna felicidad que quiero creer que gozas al límite cuando me afano por proporcionártelos.

Y ahora eres tú quien me recorre, ahora son tus sabios dedos los que con meticulosidad quizá digna de mejor causa se empeñan en darme cuanto placer pueda resistir. Ahora es tu cálida y aterciopelada boca la transmite su humedad y su calor sobre mi parte más querida, sobre esa varita mágica para dar y recibir felicidad que tantas veces maltratamos menospreciando sus capacidades, pero que siempre termina por ejercer su poder sobre nosotros.

Y de pronto vuelves a besarme, y al tiempo, de forma natural, sencilla, casi inevitable, siento cómo tu calor me envuelve y se adapta a mí como un guante de seda. Y comienzan los movimientos, comienzas una danza sin fin que va de lo sereno a lo salvaje, y siento cómo tus caderas impulsan mi placer hacia el infinito cuando se agitan y ondulan, y mis manos recorren tu cuerpo y se aferran a él como si mis dedos también quieran penetrar en tí para así mejor fundir nuestros deseos. Y todavía somos capaces de unos últimos besos con los que nos unimos al extremo antes de que mi voluntad decida abandonarme y entregarse a ti arrastrando consigo todas las miserias acumuladas, purificándome gracias a tu entrega y tu dulzura.

Caemos derrotados, y las sonrisas y las caricias sustituyen a los espasmos. Vuelve la charla distendida, la comunicación se hace de nuevo verbal y la razón vuelve a reemplazar al instinto. Entre bromas y veras, queda en el aire una incógnita. Como, más que norma, muestra de humor de la casa, todas las chicas suelen tener un mote asociado a una estrella de cine, todas menos tú que eres Manuela, sólo Manuela, nada menos que Manuela. ¿A quién asimilarte si no te pareces a nadie, dices? Asiento, pero no muy convencida ¿a quién me recuerdas? Es igual, el rito finaliza y pronto me despido de la gran Guardiana, de la Suma Sacerdotisa de este pequeño y entrañable templo del Placer.

Pero queda la duda en mi mente ¿a quién me recuerdas? Y ya sentado en el veloz transporte que me devuelve a casa, en la duermevela de la siesta, lo veo con toda claridad. Sí, eres ella, eres Mararía(1), la musa canaria, la mujer que brota de las entrañas del volcán, la musa del Timanfaya, la reina de la sensualidad de tu isla afortunada. Afortunada por tener hijas como tú, por hacer brotar la belleza y el deleite. Sí, Manuela-Mararía, Tamarán (2) entera eres tú, tus manos acarician como los alisios benditos que traen el agua de la vida, tus pechos son suaves y ondulados como las dunas de Maspalomas, tu boca es húmeda y vivificante como las presas que se alimentan del pico de las Nieves, tus ojos son tan limpios como el cielo que cobija tu isla, tu sexo en fin, evoca los verdes y bellos barrancos de Teror, fuente de vida y de belleza. Tu espíritu es de guanarteme (3), indomable en la lucha, y seductor como la Naturaleza canaria aún en una derrota que sólo es superficial y aparente.

Manuela-Mararía, me llevo tu mirada en el fondo de mis ojos, tus manos de terciopelo, tus besos de seda, tu risa y tus palabras, tu calor y tu belleza, y todo a cambio de simple dinero ¿y hay quién dice que esto es caro? Qué sabrá nadie.


(1) Novela de Rafael Arozarena, llevada la cine en 1998 por Antonio José Betancor, con Carmelo Gómez y Goya Toledo (Mararía. Musica de Pedro Guerra).
[Sólo los usuarios registrados pueden ver los enlaces e imágenes. ]
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(2) Antiguo nombre de la isla de Gran Canaria
(3) Nombre de los reyes prehispánicos de Tamarán (Gran Canaria)
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Señora Rius de moral distraída (III)


CARMEN
8 de Abril de 2010


No es eso que llaman un “pibón”. Ni falta que le hace
No es especialmente guapa de cara. Ni falta que le hace.
No tiene unas formas esculturales. Ni falta que le hace.
No atiende en una casa de glamour y fantasía. Ni falta que le hace.
Es nada mas (nada menos) que una de las señoras que “fan senyors” en casa de la señora Rius.

Un viaje programado con tiempo y meticulosidad que se viene al traste en pocos minutos por diversas circunstancias, ninguna agradable.
Y allá estoy en Barcelona, mirando la ciudad desde lo más alto de una torre sin saber qué hacer con una tarde que se antoja eterna. Un telefono milagroso, y Lidya, que una vez mas es mi salvacion, como de tantos otros descarriados.

Se fija la hora y me presento. La cordialidad de siempre, que la familiaridad incrementa. Y al pronto, decepción. Vale, no está mal, una señora cuarentona... como tantas otras. Podría ser la dependienta de una tienda tradicional, la señora de la limpieza, una profesora de bachillerato, una señora más, en suma, ante la que no volvería la cabeza si me la cruzara por la calle. Pienso “Lidya, ¿es posible que te hayas equivocado? Es cierto que yo no soy exigente con el físico, pero... no sé, no sé. No obstante, decido hacer caso a uno de mis más queridos personajes y sigo su consejo (“Confía, confía...”)

Confío... y la confianza se ve recompensada cuando nos quitamos la ropa, y antes aun cuando, sin previo aviso siento su beso y sus caricias, sus manos, tan ávidas como su lengua que comienzan a recorrerme sin pedir permiso, sin someterse a restricción alguna, sin perspectivas ni deseos de acabar alguna vez.

Despojados de nuestras vestimentas, comenzamos también el expolio de nosotros mismos, y alcanzamos ese estado en que las pieles se confunden, en que el placer se comparte y se vive al unísono, en que la necesidad de unión se va haciendo tan grande que el sentimiento se hace uno solo, y los cuerpos se van fundiendo en un solo ente de deleite. Y ya su cara no me parece una más, y sus pechos se convierten en los más hermosos del mundo, más allá de sus dimensiones mensurables. Y ya su vientre se transforma en un confortable hogar para mi parte mas preciada, que se acomoda y acurruca en su calor, que se debate y se agita en su tibieza, que se expande y crece en su ternura, rodada por el copioso manantial que brota sin cesar sus veneros interiores.

Pero salgo de ella pues me urge con su boca divina y en ella me acomodo y siento su lengua que se enrosca como una serpiente, la seda de sus labios, la continua y cálida humedad de su saliva hasta quen puedo mas y mi esencia se mezcla con ella creando un solo fluido acogedor, como un nuevo liquido amniótico que me envuelve y me protege cuando no resisto mas y me derramo en el interior de su dulce boca, sin que parezca que nunca vaya a parar de hacerlo

No, no es el Olimpo. Es sólo una casa, nada más que una casa, nada menos que el dominio de la señora Rius. No, no son diosas. Son solo mujeres, nada más que mujeres, nada menos que mujeres que nos ofrecen lo mejor de sí mismas, bajo la batuta de su gran sacerdotisa, la increible psicóloga que la intuición y la experiencia hacen de Lidya Rius.

Querida Lidya, no dejes nunca de ser así. No nos proporciones muñecas de plástico hinchable. Sigue presentándonos mujeres de verdad, de carne y hueso, como nuestras vecinas, como nuestras amigas, como nuestras amantes. Vivas, cálidas, tiernas y generosas, como Carmen, como Manuela, como Yolanda, como tu misma...

Nota del autor: Siento que en la primera versión no hubiera tildes, y estuviera plagada de erratas, pero los teclados italianos son un tanto incómodos, y escribir en un “uffizio stampa” con mil ojos alrededor, aunque se suponga que no entienden, no es tampoco fácil.


Hecho Vit, la verdad es que resultó difícil y de ahí las mil y una erratas, aparte de los rollos del teclado. Muchas gracias.

Yang, por supuesto que el físico ayuda, no seré yo quien lo niego, lo que trato de decir es que si no ayuda, en lugar de decepcionarnos por las buenas, siempre puede haber otras codas, que incluso pueden hacerlo olvidar
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  #4  
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Señora Rius de moral distraída (IV)


A... llamada "la Mio Cid"
27 de Mayo de 2010


En la inefable urbe catalana
Villarroel, en busca de un milagro
Con la sonrisa de Lydia en la mirada
Entre suspiros, caricias y abrazos
Polvo, sudor y besos, Mío Cid cabalga
(paráfrasis, un tanto nefasta y poco perdonable, del inmortal Manuel Machado)


A veces, ocurren los milagros. A veces las circunstancias se conjuran y encontramos lo que no esperábamos. A veces hay manos capaces de torcer los destinos y proporcionarnos lo que no habíamos sospechado. Y una de esas manos mágicas, es, ¿hay que decirlo? la de la patrona de la moral distraída, la ya mítica senyora Ríus (lo pongo en catalán a propósito, como homenaje a su barcelonía sin par).

Nuevo viaje por mi amada segunda ciudad, sin previsión inicial de excursiones mercenarias. Entre otras cosas porque tengo programada una incursión en el campo amateur, que no procede, por tanto, relatar aquí.

Pero hete aquí que cuando atiendo a una de las obligaciones previstas compruebo con sorpresa la dirección. Sí, Villarroel, gloriosa calle que en sus dos extremos alberga sendos templos de nuestra particular devoción, y voy a un número muy alto, justo enfrente de donde a veces se producen extirpaciones de reales tumores… y a dos pasos de la morada de mi adorada Lydia.

Con el tiempo muy justo la llamo y, conocedor de sus habituales rituales, escéptico la pido el milagro de encontrarme una ninfa solícita en apenas tres cuartos de hora. Con un “tranquilo rey, que algo se podrá hacer” me despido momentáneamente y a los 45 minutos exactos toco el timbre con una bonita planta de flor en la mano (Lydia agradece los detalles).

No sabía bien qué me esperaba, y con un preaviso tan escaso de tiempo comprendería cualquier cosa, pero siempre pongo toda mi confianza en la señora Rius, cuya psicología y buen tino son proverbiales, y de nuevo me sorprende, como no podía ser de otra manera gratamente.

Allí está A… (el nombre que me dicen no coincide con el por discreción utiliza en el libro de referencia, aunque sí concuerda la inicial) más conocida por “la Mío Cid” porque se suponía que era de Burgos aunque en realidad es de León (menos mal que se confundieron, si en este momento, por esa circunstancia, la hubieran llamado la ZP mi libido se habría esfumado prematuramente).

Desde el primer momento me subyugan unos ojos ligeramente achinados junto a una leve sonrisa simpática aunque algo irónica, que revelan una gran inteligencia y capacidad de observación, pero cuando al fin vamos a la habitación, siempre en otra puerta de la misma planta, y se despoja de su ropa, lo que me subyuga es un magnífico cuerpo, en el que sobresalen unos hermosos, redondos y perfectamente naturales pechos, cuyas curvas producen encantadores inflexiones con el resto de concavidades de su torso. Cuan bella sois, vive Dios, estoy tentado de decir contagiado por el apodo, pero me contengo, o casi ella me lo impide con un dulce, profundo y apasionado beso en la boca, preludio de otras docenas que seguirán después.

Besos en su cuello, en sus pechos, en su torso, en su vientre, en sus hondas concavidades de piel, carne y húmeda pasión, que son correspondidos conn otros tantos por mis profusas convexidades, y sobre todo por la sabia envoltura de mi más preciada porción por sus labios de seda y su lengua de terciopelo. Al tiempo, mis manos recorren su nacarada piel, demorándose en cada rincón, degustando y disfrutando lo que el gran Jardiel decía pues posee “rigideces donde debe haber rigideces y dulces blanduras donde debe haber dulces blanduras” (Enrique Jardiel Poncela, “La tournée de Dios”. 1929-1932) y gozando en fin de un cuerpo glorioso (de mujer normal, no de porno star ni de adicta al gimnasio o al bisturí) que a su vez sabe y quiere gozar de la fastuosa explosión de fuegos de artificio que los sentidos nos proporcionan.

Y en ello estábamos, cuando, perdida ya la noción del tiempo, señal absoluta de la entrega al disfrute, Mío Cid me tomó por Babieca (algo de ello sí debo tener) y me cabalgó como si se enfrentara a las tropas del infame Ben Yahhaf (traidor a su pueblo y su taifa y partidario de los siniestros almorávides-talibanes) y se aprestara de nuevo a la conquista de Valencia. Juntos galopamos hasta casi la extenuación. Cercana ésta se derrumbó sobre mí y me urgió, con insólito don de lenguas, que desmiente todo prejuicio de origen. “A la darrera, si vols” (por detrás si quieres) a lo que solícito respondí “Si us plau” (por favor) e invertimos las tornas. Y ahora soy yo quien cabalga a su grupa bien formada, quien acaricia y admira sus bien formados lomos y crines, quien conduce la carrera hacia un final no por esperado y deseado menos azaroso a las puerta del Paraíso.

Allá por fin llegamos entre espasmos, jadeos y exclamaciones, volví a tenerla en mis brazos, volvimos a besarnos como si de siempre nos amáramos, volvimos a sentir la dicha de la unión, quizá más bella por cuanto sabemos que es efímera y pasajera.

Con el deseo cumplido y satisfecho, con la pasión ya domeñada, nos miramos de nuevo con la chispa del cariño, la complicidad y la gratitud, antes de despedirnos.

¿Qué decir de este sacro lugar que no hayamos dicho ya? Aquí toda amabilidad tiene su asiento, aquí toda aventura es posible, aquí se desmiente todo el oscuro y terrible reverso de explotación y miseria que por desgracia tiene esta actividad, aquí se respira la libertad y el disfrute, mutuo y compartido. Aquí se vive para el respeto y el placer, para el humor y la alegría. Aquí, esta casa, se llama, descubríos, Can Rius.

...

Como advertía, el viaje no terminó ahí, hubo una cita que pertenece a la intimidad, y de la que sólo diré que resultó fastuosa, probablemente gracias a la experiencia acumulada merced a los muchos encuentros previos como el relatado y otros tantas que bien conocéis en buena parte, y por la que todos deberíamos estar agradecidos (y agradecidas).

Y para terminar, como ya hice en otra ocasión, relato brevemente una visita a otro santuario, pero de otro estilo. No pude evitar pasar por la Boquería y hacer una visita al gran Petrás. El día que la biología me impida otros placeres, sus setas y sus fresas del bosque seguro que podrán compensarme...
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Antiguo 04-06-2010, 15:51
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Re: Un sitio mítico: Señora Rius de moral distraída (I)


La de veces que habré ido a ver a esta dama de las camelias
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  #6  
Antiguo 04-06-2010, 17:54
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Re: Un sitio mítico: Señora Rius de moral distraída (I)


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La de veces que habré ido a ver a esta dama de las camelias
Entonces sabes lo que es bueno, amigo
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