Estambul
 

En la calle Istiklal de Estambul comencé a sentir frío y me compré un jersey de segunda mano, con cuello de cuero sintético. Contento por la adquisición, deambulaba por las calles, buscando algún lugar donde refrescar el gaznate, cuando noté que alguien tocaba levemente mi espalda. Al girarme, vi a un feanas sonriente que sostenía un larguísimo hilo blanco que estaba adherido a mi jersey. Le di las gracias y comenzamos a charlar. Me dijo que era de Ankara, que trabajaba en Zara y que estaba alojado en el hotel Pera Marmara. Después de unos veinte minutos de charla, me propuso ir a tomar una cerveza, a lo que accedí, sin sospechar que me iba a llevar a un lupanar con paredes de terciopelo rojo y una pista de baile en la que danzaban mecánicamente de seis a siete jovencitas. En ese momento tuve la impresión de que estaba metido en una ratonera pero, en lugar de dar media vuelta, le permití al turco que pidiera dos cervezas a un camarero vestido con chaqueta blanca y pajarita. Éste, muy solícito, nos sirvió las cervezas acompañadas de platos de frutas exquisitamente cortadas. Cuando vi que se sentaban dos chicas a nuestra vera y que el turco llamaba al camarero, empecé a ponerme nervioso y deseé que el asunto acabara pronto y con el menor desembolso posible. A pesar de que la chica que se sentó a mi lado era una excelente conversadora, el susto lo tenía en el cuerpo y, cuando vi que servían otras dos copas a las señoritas, pregunté al tipo de la pajarita a cuánto ascendía la broma.
Resultó que las copas de las chicas costaban sesenta euros cada una (en total, doscientos cuarenta) y nuestras cervezas treinta, a lo que había que sumar el servicio y el ornamento frutal. Total, trescientos veinte euros del ala. El turco, en un soberbio alarde interpretativo, se mostró contrariado, pero me dijo que no teníamos escapatoria y que teníamos que apoquinar ciento sesenta euros cada uno.
Le dije al de la pajarita que sólo tenía cincuenta liras turcas (unos veinte euros). Sonriente, explicó la situación al encargado, que me dijo que le entregara los veinte euros y que el camarero estaba dispuesto a acompañarme al cajero anejo al local, donde podría sacar el resto del dinero. Efectivamente, había un cajero a unos quince metros de la puerta del garito y esperé resignado, mientras el camarero y el gorila del puticlub me vigilaban desde la puerta. Justo cuando el tipo que estaba utilizando el cajero terminaba su operación y llegaba mi turno vi asombrado que el gorila y el camarero conversaban relajados mirando en otra dirección, momento que aproveché para escapar a toda velocidad, zigzagueando por callejones angostos, subiendo y bajando cuestas, durante más de diez minutos, sin mirar atrás, hasta desollarme los pies. Fui a parar a una calle en la que vi un taxi. Subí y le pedí al taxista que me llevase al otro lado del Cuerno de Oro.
Me fui a beber unas cervezas y a comer una ración de boquerones, aliviado por haber salido airoso pero furioso por mi inconsciencia y mi necedad.
Esto sucedió en mi primer día de estancia en Estambul, pero los días siguientes unos cuantos individuos se hicieron los encontradizos, todos con el mismo guión (turco forastero, de viaje de negocios) e incluso con frases idénticas (“¿te gusta el raki? Es como vuestro anís”). A todos ellos les seguía el juego y cuando me proponían tomar una cerveza les decía “sí, ¿qué te parece en este bar?" (el más próximo). Siempre contestaban que no, que mejor en un sitio que conocían, más animado, con música. Ante mi insistencia en tomar la cerveza en el bar de la esquina, se despedían cortésmente y se iban en busca de otra víctima.
Supongo que entre los parroquianos no habrá muchos que sean tan primos como yo pero, por si acaso, dejo este aviso.

Buenas noches, para no abrir otro hilo, aprovecho este para preguntar sobre el panorama puteril (clubs, independientes, independientes en tinder, masajes con "algo más"....) en Estambul, ya que la visitaré este verano.