Esa semana me habías preguntado si me gustaría pasar toda la noche contigo. Yo te dije que claro que sí, y añadiste que posiblemente podría ser, dependiendo de la agenda de ese día. Que casi seguro, apuntaste. Pero yo sabía que contigo, seguro, seguro no había nada, y que ese detalle tuyo estaba muy en el aire.
Necesitabas ir a no sé dónde, y también me habías pedido que te llevara, que ese día te lo tomarías libre. Esperaba ansioso esa jornada en la que estaría
prácticamente a tu lado todo el día, amaneciendo junto a ti, una de las cosas que más me gustan en este mundo. Calculaba meticulosamente cuándo te haría el amor, si al anochecer antes de dormir, tras ir de un lado para otro, o nada más despertar liados entre las sábanas, que como vestido es lo que mejor te queda; incluso fanfarroneé mentalmente que mejor en ambos momentos, fantaseando sobre mi capacidad sexual que como buen iluso uno siempre cree que es infinita... Me frotaba las manos de sólo pensarlo. Pero contigo las promesas no tienen sentido, sino que todo muta en un instante. Contigo no existen los planes.
Esa mañana te llamé, y todo (¿Cómo no?) cambió. Te confieso que lo esperaba. Otra cosa es que eso me derrumbara. Ni dormiríamos juntos ni te llevaría a ninguna parte, porque querías ir sola. Mostré desilusión, y tú me bajaste al mundo real: "Tengo muchas citas a partir de las ocho, no puedo dormir contigo, ya sabes lo que es este trabajo". Pero yo quería estar contigo: "Déjame que te lleve". Y tú contestaste: "¿Harías eso por mí aunque te falle en la noche? No te quería pedir que me llevaras porque pensé que te negarías tras cancelarte lo que te propuse." Y yo te dije: "Eso y más haría por ti". Te mostraste agradecida, hermosamente agradecida, y dijiste que te encantaría que te llevara aunque no hubiera expectativas de estar juntos ese día. Pero yo no me rendía y mi virilidad pospuesta maquinaba y maquinaba.
Reímos mucho ese día por mil cosas que no vienen al caso. Lo más erótico, en tanto que mezcla de deseo y pasión, ocurrió a la vuelta. El coche volaba por la autovía, porque los tiempos eran los que eran, y tenías la agenda como la tenías. Pretendía llegar y tener al menos una hora juntos; tú ya estabas cachonda, así me lo decías. Y yo apretaba el acelerador, porque a tal hora tenías que estar libre. Iba a comprimir en una sola hora toda la noche, no había más. Todos mis planes y expectativoas en una miserable hora. Pero la autovía estaba llena de obras, y sólo había alternativa por carreteras secundarias. Maldecía en mi interior cada vez que me tenía que retrasar bajándome de la autovía... El machito que sólo pensaba con la entrepierna se veía cada vez más frustrado en sus planes.
Me dijiste que me relajara. Estabas rendida de tantas horas en la calle y metiste tu mano entre mis piernas, con la palma hacia arriba. Te la cogí y empecé a acariciar tus dedos, y conducía con una sola mano. Tú fuiste todo el trayecto en duermevela. De vez en cuando tus dedos respondían a las caricias, y sólo sé que cuando adelantaba y necesitaba las dos manos de allí no movías la tuya. Y cuando volvía al carril derecho tu mano ahí seguía abierta, esperando más caricias. Sentía en el bajo vientre luciérnagas, y había más placer en soltarte la mano y hacer el ademán de volvértela a coger, que en la misma caricia que yo te procuraba y tú recibías. Qué erótico que tu mano no se moviera de mis piernas en hora y media de viaje, siempre esperando allí que el adelantamiento terminara para que la derecha quedara libre y te acariciara... Corría más veloz el coche que el tiempo. Y te disfrutaba tanto sin necesidad de sexo... Todo tan extraño. Unas simples manos dando y recibiendo caricias, y calor por todo el cuerpo me incendiaba. Tus labios, por supuesto, entreabiertos, rendidos casi por el sueño.
Llegamos sin casi palabras. Cumplíamos tiempos. Subimos, nos besamos, las lenguas bailaron, tus pechos rebosaban en la blusa y tus ojazos destellaban ya en el anochecer de ese otoño de quién sabe qué año. Los minutos se precipitaban inmisericordes: "Me estás comiendo toda papi" me dijiste, y yo simplemente me daba el festín, como un glotón sin medida, acelerando tú la respiración mientras mordía tu cuello y te recorría con la lengua hasta donde podía. Yo ya había hecho el trabajo de cumplir los horarios, ahora quería disfrutarte (¡me lo merecía!), aunque no te viera amanecer según mis planes machacados por la realidad laboral. La chupaste dulcemente mientras te masturbaba, sin prisas, aunque yo medio desesperado miraba el reloj de reojo. Y te puse a cuatro rápidamente, porque el reloj marcaba lo que marcaba. Tenía la sensación de que ya casi llamaban al timbre de la puerta. Y opté por lo que más te gustaba cuando vi tu hermoso trasero en esa posició tan divina... Quité los ojos del reloj de arena y te la empecé a introducir lentamente desde el principio, y a sacártela toda, y a metértela hasta el fondo y a sacártela otra vez como si empezáramos de cero. Y tú ahí empezaste a sollozar de placer mientras tu vagina casi lloraba. Y qué dulce quedarse luego dentro y penetrarte en corto varias veces y volver a sacarla e introducirla desde el glande y tú dar auténticos alaridos, sin prestar atención al dios del Tiempo, hundiendo yo la polla en el pozo como el que va a buscar agua fresca en pleno verano. Aquello no duró mucho, y es que el tiempo se cumplía. Sé que no eres relojera, pero también sé que te tomas muy en serio tu trabajo, y que siempre eres puntual. Quizás fueron los nervios, la presión del voraz tiempo o yo qué coño sé... Me quité el condón sin demasiada arte ni cuidado y la eyaculación terminó chorreándote en parte por el tobillo tras descargarte en el culo, que te quedó practicamente inundado de leche marfileña, preciosa imagen en contraste con el tono de tu piel. El corazón me salía por la boca, a una velocidad mayor que los 140 kilómetros hora del coche en la autovía. Yo hecho una sopa, y tú tranquila, relajada, sonriente y despreocupada.
Me tenía que ir ya, pues tú ya fichabas en el trabajo contestando los mensajes en tu móvil. Me vestí raudo y veloz, te cumplía lo prometido: estabas a la hora que deseabas estar para empezar a trabajar. Me despediste en la puerta con risas, y desde el zaguán lanzaste varios besos alados que retumbaron en la escalera. "El día siguiente pagaré, el sexo así es muy estresante. Prefiero ir más sosegado." Pero ya en el ascensor volví a recordar: "Pero, ay Señor, sus manos..."
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