¿El gran día?
Esta noche no he pegado ojo. Y lo mismo me ocurrió ayer. Pero, ¡al fin! ha llegado el gran día.
Hace dos semanas que quedé con ella. Llevo 10 días sin tener sexo, ni siquiera masturbándome. Y la última semana he tomado zumo de tomate en el desayuno, macarrones con tomate en la comida y ensalada de tomate para cenar (como me dijeron que es bueno para producir más semen…).
Me ducho y desayuno tranquilamente. Por supuesto, con zumo de tomate. Me visto. La emoción me impide tener la cabeza en otra cosa que nuestro encuentro sexual de dentro de una hora, así que decido conducir hasta el lugar de nuestro encuentro, y llegar con antelación para no perder tiempo buscando aparcamiento.
Llueve. Un atasco monumental por un pequeño accidente de chapa. Pero la ciudad está intransitable. A pesar de mi previsión, llego tarde a nuestra cita, y con los zapatos y el bajo del pantalón empapados (a ver si el Ayuntamiento arregla esa losa hueca que he pisado).
Entro en la cafetería con la mejor de mis sonrisas, y allí está ella. Sentada en un rincón, ensimismada en el libro que me dijo que traería. Sólo la conozco por unas fotos sin cara, de su pelo y manos, pero sólo puede ser ella.
Me acerco a su mesa. Trato de aparentar calma pero estoy como un flan.
- Buenos días María- le digo.
Alza sus ojos inmensos. Me sonríe.
- Perdone. Creo que se equivoca de persona- me contesta.
Azorado, me sonrojo. Mi cara… como un tomate.
- Perdone. Le confundí con una amiga- me excuso y busco asiento en el extremo contrario de la cafetería.
Miro distraídamente hacia la calle mojada, sin atreverme a mirar dentro del café. Imagino que todos están mirándome, riéndose del ridículo tan espantoso que he hecho.
Noto unos pasos acercándose. Seguro que es la camarera a decirme qué deseo. Cuando noto su presencia a mi lado, me giro pidiéndole “- Un café con leche y una tos…”.
De nuevo mi cara como un tomate.
- “¿Mr. Livingstone, supongo”- pregunta. (sí, ya sé que es una clave muy rebuscada, pero ese es mi segundo apellido).
- “¿María?
Una sonora carcajada sale de la sensual boca de la desconocida que está de pie junto a mí y hace un minuto se sentaba al otro lado de la cafetería.
- “Qué cabrona”- me atrevo a decirle con la mejor de sus sonrisas, mientras un anciano en la mesa de al lado levanta su mirada reprobatoria del periódico frente a él.
- Tras un café, una tostada (con mermelada de tomate), una charla amigable y en algún momento, algo subida de tono (acompañada de la mirada sorprendida, escandalizada y envidiosa del anciano de la mesa de al lado), pagamos y nos vamos al Apartamento por horas.
Pago 2 horas (lo convenido) y subimos. Nada más cerrar la puerta, noto el calor de la pequeña habitación, y no solo por el calor de la misma (en la calle sigue lloviendo y hace frío, pero la calefacción está a tope), sino por la fogosidad de ese cuerpo que se pega al mío. De esos labios que besan apasionadamente los míos, y de esas manos que me acarician, que acercan mis manos a su cuerpo, y de las manos de ambos que buscan, frenéticas, el sexo del otro.
Sin desvestirme, y apoyando mi espalda en la puerta, ella saca mi polla, se arrodilla frente a mí y comienza a lamer suavemente, antes de metérsela entera en la boca llena de saliba.
Al cabo de unos segundos, estoy a punto de estallar. Se lo digo y se aparta un poco. Al cabo de un momento, un enorme chorro de semen sale disparado con una fuerza inusitada, manchándole el pelo, incluso salpicándole un poco en un ojo y resbalando después hasta su vestido de terciopelo negro.
- ¡Diossssss. Perdona María- tenía un atasco…
Tras unos breves reproches, y unos minutos buscando un paño y un poco de alcohol en la nevera del apartamento para limpiar la mancha del vestido, volvemos a la faena, esta vez desnudos, en la cama.
Esta vez soy yo quien prueba sus flujos. Y no son pocos. Llenan mi boca. Pide más, está a punto. Me pide que la folle.
Entro en ese cuerpo tan ardoroso. Clava sus uñas en mi espalda. Joerrrr, a ver cómo se lo explico luego a mi mujer, con la que todos los días nado unos largos en la Piscina Municipal. Bueno, ya veremos. Y sigo haciendo flexiones. Ella no tiene fin, pide más y más. Me pide cabalgar ella ahora.
Me tumbo boca arriba en la cama. Se mete mi pene y cabalga como una posesa. Mmmmm qué bien se está aquí. Nuestros agotadores 20 minutos de sexo inicial, el calor de la habitación, el calor que siento cuando llueve (no sé por qué, pero me hace sudar muchísimo), y las 2 noches previas sin dormir pensando en este momento, hacen el resto. Mientras ella cabalga gimiendo, unos ronquidos surgen del hombre que hay debajo.
Indignada se viste, coge su dinero de mi cartera. En su lugar, me deja una nota que dice: “Eres un impotente, CABRÓN”, y se va.
Despierto hora y media más tarde, cuando la mujer que viene a arreglar la habitación llama con los nudillos a la puerta.
Me visto apresuradamente. Bajo a la calle y me empapo con la lluvia. Vuelvo a tropezar en la misma losa hueca.
Conduzco a casa pensando que todo ha sido un sueño, un mal sueño.
P.D.: no es necesario que le explique a mi mujer los arañazos de la espalda. Porque no sé cómo explicarle la nota que ha descubierto al hurgar en mi cartera buscando los bonos de la piscina. Cuando me ha dado la nota y la he leído, me he puesto como un tomate.
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