Tengo mucho cuento
Había una vez, hace mucho… mucho tiempo… en un país muy… muy… lejano, una princesa llamada Ainhoa. La princesa vivía en su castillo y su fama era tal, que gentes de todo el reino de Spalumi –y más allá…- venían a conocerla, a pretenderla, a acapararla, a cortejarla, a casarse con ella...
La princesa buscaba su ser querido, pero estaba enamorada del mundo y la era muy difícil decantarse por un determinado pretendiente. Todos tenían cosas que la gustaban, sabía sacar lo mejor de ellos. No discriminaba entre
príncipe o plebe, ricos o pobres, jóvenes o viejos, sanos o enfermos…
En el gran jardín del castillo del reino de Spalumi, se amontonaban los pretendientes que esperaban pacientemente su turno para conquistar a la princesa. Ella, para conocerlos, pasaba un día entero, con su correspondiente noche, con quién así lo solicitaba. Siempre de lunes a sábado. El único requisito que había que cumplir para acceder a ese día en su compañía era cruzar el puente del foso a pié, sin cabalgadura, expuesto a todo el mundo y dejar una prenda. Una prenda original, sin otro valor material. Entonces la puerta del castillo se abría. Y se podía pasar un día inolvidable en su compañía. Y una noche.
Algunos grandes
príncipes y muy altos nobles, se negaban a descabalgar de sus monturas y exponerse. Se negaban a que toda la gente que se agolpaba alrededor pudieran verle como a un igual y abandonaban. Se iban en busca de otras princesas más “tradicionales” que apreciaran sus riquezas, su porte, sus hazañas…
Otros, no atinaban a ofrecer una prenda original y lo intentaban una y otra vez, con la esperanza de conseguir alguna vez tan anhelado tesoro y que fuera para siempre…
¡Que tendría la princesa!... que a un virtual materializaba, que a un soymuyserio hacía reir sin parar, que a un doctor mash convertía en un enfermo menosh, que hacía seguro a un duda, que cegaba a mirón, que convertía a dondememetio en queagustoestoyaqui… todo eso durante ese día… y esa noche. Después, los caballeros perdían paulatinamente esos poderes y volvían a sus miserias cotidianas. Por ello, muchos, volvían a esperar pacientemente en los jardines del castillo, prestos a un nuevo encuentro, algunos, prendados, convencidos de poder prolongarlo para la eternidad, otros, en busca de un alivio momentáneo… de un día… y una noche… nunca igual, nunca monótona…
Pero todo tiene su precio, amigos. La princesa no atendía los domingos. Ese día, sufría mucho. Ese día afloraban en su alma las miserias de cada uno de los pretendientes de esa semana. Como si al aliviarlos, hubiera absorbido esos males para si. Y sufría. Sufría mucho. Pero continuaba. Continuaba con su labor aun sabiendo las consecuencias. El mal, fue a más, y de esta manera, se vio obligada a dejar de atender los sábados también. Luego los viernes… los jueves…
Mientras tanto, los pretendientes, ignorantes de lo que le ocurría a la princesa, se impacientaban, acrecentando sus particulares problemas, sin alivio posible… hasta que empezó a correrse la voz de que no habría más citas. Que la princesa estaba muy enferma. Todos, quisieron prestar ayuda, pero aquello se convirtió en una escaramuza, en una lucha trivial sobre quien entraría al castillo, quien tendría más dones de curación, quien sería aceptado… todo desembocó en una lucha entre ellos… durante días… sin que nadie prestara auxilio a la princesa que enfermaba cada vez más.
Hasta que un día llegaron un reducido grupo de sabios y doctores. Nadie sabía quien los había llamado, ni de donde venían ni de cómo se habían enterado. Pero fueron recibidos en el castillo. Analizada la situación aconsejaron buscar marido inmediatamente y terminar con aquella locura que la estaba consumiendo. Pero ella se negó. Hacía tanto bien… y ella se sentía feliz haciéndolo…
Con extraños exorcismos y medicinas desconocidas, la princesa Ainoa fue recobrando su salud natural. Su frescura… su humor… sus ganas de vivir… al mismo tiempo que los sabios y doctores enfermaban y morían –aunque lograron ocultar a ojos de ella estos sucesos-.
Pronto, todo volvió a la normalidad. El júbilo se apoderó de los pretendientes, dejaron de luchar entre ellos y vuelta a pensar en prendas originales y a soñar… unos con ser el
príncipe elegido, otros con noches de placer incontrolado, otros con los días maravillosos que disfrutaban junto a ella… otros…
Por desgracia, todo volvió a repetirse. La princesa dejó de atender, primero los domingos, luego los sábados, más tarde le viernes… y… ¿dónde hay más sabios doctores dispuestos a curar a la princesa enferma a cambio de sus propias vidas…? Amén de que esos doctores nunca hubieran conocido anteriormente a la princesa en absoluto para que la magia pudiera dar resultado…
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Ahora le toca a otro seguir… o el final sería… la historia interminable… pero eso ya está escrito, y ya sabéis, prenda original!!!
Esto tiene que terminar con todos felices y comieron perdices… ¿o quizás no?... yo no creo en los finales felices…
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Este cuento está basado en hechos reales, pero cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Créditos: Por orden de aparición (y explicación para torpes)
Princesa Ainhoa: la “prota”. Nombre de virgen y… ¡no se hable más!!!!... que si no soy borde, oye… ahh!!!, y estudiantes de postgrado, ¿de?
El reino de Spalumi: ¿este foro?, ¿estos foreros? ¿este “Gran Hermano”? o más bien ¿“Perdidos”?
Pretendientes que huyen sin conocerla: lumiseros al uso que ejercen el derecho de no cortejar cuando se paga –muy respetable, por cierto-, hamburgués-Eros y otros…
Pretendientes que pese al intento, nunca llegaron a conocerla: los que nunca llegaron a leer este cuento y/o no saben que prenda puede ser original. Mirar en vuestro corazón…
Prenda original: me lo callo, que si no, nunca sería original
Pretendientes que quieren ser príncipes y casarse con ella: románticos, enamorados, prendados, iluminados… pero un tanto egoístas, que no saben que amar es dar… sin pedir nada a cambio… sin atosigar oye… que nos quedamos sin princesa…
Resto de pretendientes del jardín del castillo – y repetidores-: Somos todos los demás, que aunque nos disfracemos de nuevos cuando acudimos al encuentro, nos reconoce, seguimos siendo los mismos con las mismas nulas posibilidades… de ser mejores… sin su compañía… sin su aliento… sin su… manera de ser contagiosa…
Sabios y doctores: sus verdades amigos, su familia... su perritas…
Las luchas, las guerras: estupidez desmedida
Los días de la semana: lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo (joder!, todavía no te los sabes?)
Que nadie se de por aludido,,, solo es un cuento… una broma… buen rollito!!!
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