Abro la puerta y me considero afortunado al verte. Te hacía lejos, muy lejos, olvidada de todo, olvidada por todos. Y en cambio allí estás, no se trata de una broma, eres tú realmente. Estás igual que siempre, tal y como te recordaba.
Mis labios te reciben arropando los tuyos y mis manos se encargan de guiarte hasta el sofá. El mismo apartamento, la misma chica, cinco meses después. El mismo sofá que la vez anterior acabó lleno de migas de pan de molde y sudor.
No puedo decir nada, un nudo en la garganta me lo impide. No sé si llorar o reír. Si sentirme pletórico de alegría o maldecir mi suerte adelantándome al momento de la despedida. Tú tampoco dices nada, te limitas a contemplarme, pero tus ojos me dicen tantas cosas, taladran mi piel y mis huesos hasta alcanzar lo más profundo de mi ser. Tu mirada me abrasa por dentro, pero tus quemaduras no duelen, al menos no en el momento en que las produces, pero en cambio duelen tanto al comenzar a cicatrizar…
Acaricio tu pelo, largo y negro. Las yemas de mis dedos recorren el perfil de tu cara inspeccionándola como haría un ciego. En cierto modo lo soy cuando te tengo delante, tu luz es tan fuerte que apenas me deja verte. Mis labios se concentran en seguir las curvas de tu piel: primero tu cuello, luego tus hombros, tus caderas, tu ombligo, tu pecho… Muestras el primer signo de debilidad, tus pezones se endurecen y tu respiración se acelera. Sin dejar que mi lengua traviesa abandone tu piel, mis manos invaden el interior de tu falda y su mueven hacia la zona más caliente de tu cuerpo, tu entrepierna. Notan tu humedad a través de la ropa interior y poco a poco se van acercando más y más a tu sexo, retirando la barrera de algodón que separa nuestros cuerpos. Tu humedad se apodera de mi mano, contagiándome tu excitación. Acaricio tu sexo de forma lenta y suave pero precisa, tocando exactamente donde te gusta. Cuando ya no aguanto más, dejo que mi lengua tome el relevo de mis dedos, la muevo rítmicamente, aplicando poco a poco más y más presión en tu centro de placer. Y de pronto sé que ya está hecho, ya veo la línea de meta, ya no falta nada. Mi lengua intenta descansar pero yo no la dejo, el esfuerzo merecerá la pena. Y allí está por fin: tus temblores, tus gemidos, tus expresiones faciales delatan que falta muy poco. Yo sigo, y sigo, y sigo… hasta que ya no aguantas más y te apartas de mí como un resorte, tumbándote en el sofá a descansar cual corredor que acaba de terminar un maratón. Yo me tumbo a tu lado, aprovechando al máximo el poco espacio del sofá. Te digo que no digas nada, que descanses y después me dedico a besar tiernamente tu espalda, tus glúteos, tus orejas, tu cuello, las plantas de tus pies…
Diez minutos después noto tu respiración más calmada. Te incorporas en el sofá y buscas mi sexo. Juegas con él con tu lengua y yo me incorporo para adoptar una postura que me permita disfrutar cómodamente del momento de placer que presumo que está por llegar. La humedad de tu boca hace que mi sexo se deslice dentro de ella con total suavidad. Tú, que ya me conoces, decides ir aplicando poco a poco más y más presión sin dejar de introducirlo y sacarlo de tu boca, utilizando tus labios del mismo modo en que utilizarías tu mano para masturbarme. Continúas así durante un rato y, cuando notas que ya falta poco para el gran momento, sacas mi sexo de tu boca y te concentras en mis testículos, acariciándolos fuertemente con tu lengua sin compasión. Yo deseo que tu boca vuelva a mi sexo, pero no digo nada, en el fondo me gusta sufrir, pero tú pareces escuchar mis pensamientos y vuelves al ataque con tu boca, tus labios y tu lengua. Mientras te suplico que no pares, tú aumentas la presión y la cadencia de tus embestidas. Yo intento aguantar un poco más pero no puedo, y finalmente me derramo dentro de tu boca mientras tú no pareces haberte dado cuenta y sigues un poco más sin bajar el ritmo. Justo antes de que el placer se convierta en dolor poco a poco vas haciendo que el movimiento de tu boca se vuelva más suave y lento hasta que paras por completo y te quedas un rato sin hacer nada, simplemente mirando desde ahí abajo la cara de tonto que se me ha puesto. Colocas tu cabeza a mi altura y besas mi boca profunda pero tiernamente. Reconozco mi sabor en tus labios y tú reconoces el tuyo en los míos. Siempre me gustaron los sofás más que las camas y tú siempre me gustaste demasiado.
Llevamos 2 horas en ese apartamento y apenas hemos intercambiado 4 palabras, y en cambio nos hemos dicho tantas cosas... Desapareces de mi vista y escucho el agua de la ducha. Al rato el agua se vuelve muda y tú apareces de nuevo. Te vas vistiendo poco a poco y yo, que aun no me he repuesto del fuerte orgasmo, contemplo tu cuerpo intentando memorizar cada curva antes de que la ropa la oculte de mi vista para siempre. Me besas por última vez, me pides perdón por no poder quedarte más, cierras la puerta tras de ti y desapareces. Yo me quedó allí desnudo, cansado, angustiado... Acabas de irte y ya te añoro. Sé que nunca volveremos a vernos y debería estar triste por ello, pero no puedo evitar sentirme feliz por haber compartido ese último momento contigo.
Modo Lineal
