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Antiguo 20-08-2007, 01:24
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Aquella desconocida


… El restaurante estaba lleno pero afortunadamente nos sentaron de inmediato. Una visual al entorno de reconocimiento general si nada a destacar. Los payasos de siempre con las caras de siempre. Son atemporales, son anónimos, pero siempre los mismos seres a los que procuro ignorar como si formaran parte de la decoración. De repente la vi!!!. El resto se desenfocó. Las voces, los ecos, las risas disminuyeron repentinamente y dejé de escuchar.

Momentos antes hubiera dado cualquier cosa por ir directamente a la habitación de mi hotel. Quizás por el agotamiento físico o tal vez por educación y las buenas maneras –de las que no aprenderé a deshacerme en la vida- no repliqué cuando los compañeros de los últimos 8 días propusieron efusivamente una despedida comiendo “como Dios manda” en el Everest Steak House.

Terminaba de despedirme de mi Sherpa con lágrimas en los ojos.Tesing había sido mucho más que un guía, más que mis piernas, mis manos y mis ojos. Había compartido largas charlas con él y me había ofrecido una visión del mundo envidiable y una filosofía de la vida enriquecedora. Jamás había ido al colegio pero había más sabiduría en él que en muchas enciclopedias juntas del mundo occidental

Después de varias llamadas a través del “celular” solo conseguimos reservar en el restaurante del Taj Annapuna que casualmente era mi hotel. Tuve que realizar verdaderos esfuerzos de control mental para no dirigirme directamente a mi habitación. Empecé a recordar las palabras sobre el destino expresadas por Tesing mientras la observaba furtivamente.

Me atreví a contemplarla más profundamente y ella sostuvo una mirada radiante y atrevida de forma que tuve que incorporarme a la conversación de mis amigos para contenerme. “¿Sabéis lo que significa “Tesing?”, pregunté. Siempre me resulta enormemente agotador mantener una conversación en inglés dado mi desconocimiento del idioma y la falta de práctica. Después de 8 días rodeado de estos desconocidos, algunos casi tan ignorantes del idioma como yo, habíamos llegado a un equilibrio en el que éramos capaces de entendernos casi sin esfuerzo en un chapurreo mezclado y mal pronunciado de inglés, italiano, francés y español. “Ni idea”, contestó Mauro. “Veréis”, dije, “los Sherpas suelen poner a sus hijos el día de la semana en el que nacen. Por ello hay tantos Lakhpa, Dorjee…”

Ella llevaba un vestido negro muy elegante pero provocativamente escotado y corto. Al menos para mí en esos momentos. Jamás entenderé por que los guías se habían negado en redondo a realizar la excursión con integrantes femeninos. Por más que me enfurecí e intenté incrementar sustanciosamente la cifra pactada pude convencerlos. Estaban dispuestos a cancelar la expedición en tal caso y al final tuve que claudicar.

Sus ojos chispeaban y no paraba de reír y comentar con sus compañeras de mesa sin dejar de mirarme. En ocasiones me sentía incómodo e intentaba reincorporarme al grupo de mi mesa participando de la algarabía.

El cónsul –jamás sabré si era cónsul o un apodo porque no me interesó lo más mínimo-, contaba por enésima vez como se sintió cuando cayó al río desde el elefante y estuvo a punto de ser comido por los cocodrilos ante el griterío y risotadas del resto por sus intentos de aferrarse a un escurridizo elefante nadador.

Cuando el camarero me dio la carta, con una sonrisa pícara resbaló una nota a mi mano de una forma tan discreta que ni yo mismo me percaté hasta que la abrí. Pensaba que era algún tipo de menú o recomendación. Pero no. Con una letra que solo podía pertenecer a una persona de ese enorme y lujoso comedor. Con perfectos trazos indudablemente femeninos y en perfecto castellano pude leer “tengo reservada una sorpresa al chico más sexy de todo Nepal. Habitación 69. A las 17 horas”. Lo primero fue mirar el reloj, las 16,10. Lo segundo a ella. Radiante. Excitante. Divertida. Sensual...

Me noté tartamudear al pedir la carne, harto de Dhaal bhaat -arroz hervido acompañado de una salsa de lentejas y vegetales sazonados con curry que se come con las manos- y del Dudh Chiyaa -té negro con leche y mucho azúcar- que nos había servido de sustento de forma exclusiva todos estos días. Katmandú es el único lugar de Asia donde yo suelo aventurarme a comer carne por ser de buena calidad y con ciertas garantías…

Furtivamente volví a espiarla. ¿Es que no iba a dejar de mirarme ni un segundo?. ¿Ni de reír?. ¿Qué estaría comentando a sus amigas?. Aquella situación no me agradaba pero he de reconocer que experimenté una erección que me acompañaría durante toda la comida. Aunque me sustrajera de la situación, aunque me incorporara activamente a los comentarios de mis compañeros. Y eso no es algo habitual en mí. Al menos desde que hace demasiado tiempo por desgracia, pasó mi pubertad, mis hormonas se comportan de una forma exquisitamente formal y ordenada. Nada fuera de lugar.

Perdida la timidez y buenas maneras iniciales comencé a lanzar miradas más descaradas y desafiantes que fueron correspondidas sorprendentemente de manera más atrevidas. Dado que se encontraba en la mesa de al lado y frente a mí, comenzó a juguetear abriendo y cerrando sus piernas ofreciéndome una vista de sus piernas y sus muslos más que sugerente. Entornado sus labios o sus ojos, coqueteando con la comida en su boca, o de mil maneras de forma que mí tortura fuera aún mayor y mis ojos tuvieran que depositarse en cualquier otro sitio que no fuera ella. Aún así, no dejaba de verla en mi cabeza ni un instante.

Tenía que pasar. En un momento dado, mis compañeros comensales se empezaron a dar cuenta de la situación. Que si aquella hermosísima chica te mira mucho, que si te está provocando, que si has ligado, que está buenísima, que no estás aquí… y los comentarios sobre situaciones y lugares exóticos, aventuras y demás se convirtieron en mofa hacia mí persona que intenté llevar lo más discretamente posible. Pero obviamente, aquello iba a estallar de alguna manera porque tanta tensión y deseo reprimido en tan corta distancia no podía prolongarse.

La tentación se levantó graciosamente y con un ligero y sagaz contoneo patente para toda la sala se dirigió hacia mí, me guiñó un ojo y tras una inclinación para ponerse a mi altura me besó en los labios, deslizándome discretamente algo que creí una servilleta. Al mirar la prenda, me subieron los colores automáticamente y me lo llevé al bolsillo rapidamente. Era un precioso tanga negro de encaje. Creo que nadie más se percató porque ella fue objeto de todas las miradas hasta que desapareció, afortunadamente para mis sudores y mi entrepierna que incomprensiblemente siguió erecta sin descanso ni motivo aparente.

Aturdido, desvié la conversación hacia la despedida ineludible. La ducha reparadora de la mañana y las cabezadas del viaje de retorno no eran suficiente para reponernos demasiado de las vivencias y esfuerzos experimentados en los últimos días. Habíamos vividos más aventuras en pocas horas que mucha gente en toda su vida y yo tenía la suerte de haberlo realizado por segunda vez en mi vida...

Muerto de tensión, de nervios, de cansancio, de pasión, de morbo, de lujuria, de expectativas, de sensaciones inenarrables subí a la habitación. Frente a la puerta tardé tiempo en llamar. No pude tranquilizarme. Tenía ansia por llamar pero también ganas de salir corriendo en dirección contraria. Nada de lo vivido una semana antes era comparable con esto. Al fin llamé a la vez que retrocedía. Demasiado tarde para huir. Me abrió la puerta una preciosa chica con rasgos inequívocamente Nepalí. Esa mezcla de oriental e indio que las hace preciosas. Su cuerpo parecía esculpido por el propio Miguel Ángel. Perfecto y proporcionado. Completamente desnuda, mojada, apenas se cubría con una pequeña toalla de manos.

Con un ademán me invitó a entrar. Al instante reconocí mi habitación. Tomé conciencia. Del baño salió una musical voz. “¿Te gusta la primera de mis sorpresas, cariño?”. Ya no pude refrenarme. Tanto deseo contenido estaba a punto de explotar. De mi bolsillo sustraje una cantidad indeterminada de billetes mezcla de dólares y rupias que ofrecí a la chica Nepalí mientras que la indicaba el camino de la puerta. Ella, sorprendida, bajando los ojos sumisamente intentó explicarme de lo que se trataba. Yo lo tenía muy claro pero no me interesaba más que una persona en el mundo en este momento, saqué más billetes indicándole con premura que se marchara. No tomó ni una rupia y besándome repentinamente en la mejilla, salió corriendo tal y como estaba.

Al entrar en el baño, la urgencia de la situación no permitió a mi mujer terminar su baño. Tal y como estaba, totalmente vestido, me uní al festival de espuma… no salimos de la habitación en 7 días…


P.D.: es un resumen-extracto de un texto mucho más amplio escrito en este instante que recuerda unas vacaciones de hace unos años. A veces los recuerdos nos hacen ser más felices en el presente aunque a menudo la melancolía nos falsea el presente.



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  #2  
Antiguo 20-08-2007, 09:31
Aprendiz de Lumis de Primaria
 
Fecha de Ingreso: Jun 2007
Mensajes: 103
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  #3  
Antiguo 20-08-2007, 10:27
Aprendiz de Lumis de Secundaria
 
Fecha de Ingreso: Jan 2007
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Mensajes: 255
Gracias: 9
Agradecido 44 Veces en 11 Posts
Predeterminado

Enhorabuena...


Katmandú, una situación morbosa, tu propia mujer morbosa... y tú, CABRONAZO, escribiendo así.

Jo. Si la envidia fuera tiña... tendría hasta en el velo del paladar.

Espero que no me editen lo de "Cab...azo", que es en sentido cariñoso-estrangulador.
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aquella, desconocida


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