Crecí en un barrio donde las putas eran parte de él, bueno, quizás ellas fueran el barrio. Mi padre tenía un bar en una de sus esquinas, mi hermano entró a trabajar en él al poco de morir mi madre y yo en cuanto tuve edad de servir un café. Eran tiempos difíciles y mi padre se ahorraba así un sueldo, pero al menos las propinas nos las quedábamos y repartíamos entre mi hermano y yo. Recuerdo que con mi primer dinero yo quería comprarme caramelos, pero mi hermano se reía y me decía que me lo guardara, que no me lo gastara, "ya probarás unos muy ricos, ya." Como no sabía a qué se refería yo me compré un paloluz que vendía el señor Luis en su tienda de la esquina, mientras lo chupaba pensaba en lo que se perdía mi hermano por ahorrarse el dinero.

Yo empecé a trabajar con once años tomando los pedidos y llevándolos a las mesas. Tenía que ir con mucho cuidado para no tirar nada, las collejas de mi padre caían rápidamente si hacía algo mal. A veces las chicas me defendían, "no le pegues Manolo, que no ha sido culpa suya", pero el picor de cuello no me lo quitaba nadie. Mi hermano se reía, "venga, que ahora te toca a tí", y en cuanto podía me soltaba otra. Así que enseguida tuve que espabilarme, por el bien de mi cuello. Al principio las chicas me hacían carantoñas y me decían que qué mono era, me gustaba mucho. Luego se les pasó la novedad, dejaron de hacerme caso y ya no me gustaba tanto.

Mi hermano me contó un día que las chicas no eran chicas, "son putas, cuando no están en la calle se suben con hombres a las habitaciones." Pero no me decía para qué. Cuando entraban en nuestro bar yo veía que algunos hombres las seguían, se acercaban a ellas y se ponían a hablar. A veces salían juntos y la puta volvía sola un rato después. Para un rato tan corto yo no entendía porqué se iban si podían seguir hablando donde estaban, debían de ser cosas muy importantes y no querrían que nos enterásemos.

Yo de pequeño hablaba mucho, así que también me gustaba mucho quedarme un rato con ellas cuando las servía. A mi hermano no le gustaba que lo hiciera, "pierdes mucho tiempo con ellas, son sólo putas", pero creo que era porque mi hermano era más bruto que yo. Otro día me contó que los hombres pagaban cuando subían a las habitaciones con ellas. Eso era algo que tampoco entendía, yo no pagaba, hablaba con ellas y no tenía que irme a ninguna habitación. Una mañana se lo comenté a una de las putas, Carmen, "¿hablar?, sí, algunos vienen a hablar. Pero ya tendrás tiempo para saber de qué cuando seas mayor." Le contesté que no quería esperar a hacerme mayor para saber de qué se hablaba con una puta en las habitaciones, "ahorraré las propinas, no me compraré más paloluz y así podré subir un día con una." Desde entonces, cuando le servía el café en la mesa, Carmen me preguntaba si seguía ahorrando mis propinas, "sí, la hucha debe de andar por la mitad", le contestaba. Ella me ayudaba trayéndome paloluz, así me era más fácil ahorrar.

Un día, por fin, a mi hucha ya no le entraba más dinero, así que la abrí y puse las monedas en una servilleta. Hice un atillo con ella, bajé al portal y crucé la calle, me acerqué a dos putas y les dije que quería subir con una de ellas.

- ¿Y tienes dinero, pequeño? - dijeron riendo.

- Sí, aquí está - les dije mientras les enseñaba la servilleta. - Me ha costado mucho ahorrarlo.

- ¿Mucho? Sí, hijo, sí, cuesta mucho ganarlo.

Se quedaron mirando la una a la otra, sonriéndose.

- ¿Y con cual quieres subir, hombretón?

- No sé, ¿cual habla más?.

- ¿Cómo que cual habla más?

- Sí, quiero saber de qué se habla arriba.

- Mira que me han pedido cosas raras, pero como ésta, ninguna. Espera aquí que voy a buscar a la Picos, a ésa no la callas ni debajo del agua.

- Date prisa, que no se acercan clientes con él delante - dijo su compañera, que se quedó conmigo esperando a que volviera la otra.

- Así que quieres hablar, ¿no?

- Sí.

- Ya, ¿y de qué?

- No lo sé, ¿de qué habláis arriba?

Se sonrió otra vez.

- ¿Tú no eres el pequeño de Manolo, el del bar?

- Sí, dentro de una hora tengo que estar allí. ¿Nos dará tiempo a hablar de muchas cosas?

- Ja, ja. Sí, supongo que sí te dará tiempo, una hora da para mucho. Mira, allí llega la Picos.

- Así que tú eres el hablador, ¿no?

- Sí, ¿subimos ya?

- ¡Joder niño!, si no te ha dado tiempo ni a mirar el material - dijo la Picos riéndose. - A ti no hay que animarte. Vamos, pasa adentro.

Nos metimos en el portal y subimos por una escalera oscura y llena de desconchones. Entramos en una pensión del primer piso.

- Hola Antonia, ¿qué habitación hay libre?

- Hola Picos. Ahora tienes la tres. Oye, ¿no es muy joven tu cliente? No quiero líos, ¿eh?.

- No te preocupes.

Pasamos a la habitación. Sólo había una cama con una colcha sucia, una silla y una jarra y una palangana. No era un sitio muy bonito para hablar, ni siquiera había ventana.

- Bueno, chico, vete desnudando.

- ¿Hay que desnudarse para hablar?

- ¿Pero tú a qué has venido?, ¿no sabes lo que se hace aquí?

- Hablar, ¿no?

- ¡Y dale con el crío!

Parecía que La Picos se estaba enfadando. Se sentó en la silla y se quedó mirándome mientras encendía un cigarrillo.

- Bueno venga, ¿de qué quieres hablar? - me preguntó tras echar el humo hacia el techo.

- ¿Qué hago con el dinero?, ¿cuándo te lo doy? - levanté la mano que sujetaba la bolsa.

- ¿Has abierto la hucha?

- Sí, son las propinas que he ahorrado por ayudar en el bar de mi padre.

- Déjalo, no hace falta que me pagues. Esta vez no. Y siéntate, que me pones nerviosa ahí de pie.

- Gracias.

- Por lo menos eres educado. Bueno, ¿te gusta el colegio?

- Sí, me gustan mucho la gramática y el dibujo. El francés no, me parece muy difícil con tantos verbos.

- Bueno, al final le acabas cogiendo el tranquillo - dijo sonriendo, la Picos parecía menos enfadada.

Estuvimos hablando durante más de una hora. Le hablé de las notas que sacaba, de lo que quería ser de mayor, de que me gustaría tener más tiempo para jugar con mis amigos del cole y no estar todo el día metido en el bar. Ella me contó que era de un pueblo de León, que hacía muchos años que no había vuelto por él, que se había casado una vez y que su marido la dejó por otra, que llevaba pocos meses en el barrio y que estaba harta de esta puñetera vida.

- ¿Sabes, Picos? - le dije mientras bajábamos por la escalera - Me gusta lo que hemos hablado.

- A mí también me ha gustado... oye, no me has dicho como te llamas.

- Miguel.

Me acompañó hasta el bar para explicarle a mi padre donde había estado y que no me pegara una tunda por llegar tarde, pero no sirvió de mucho, esa noche me gané unos buenos azotes y me fui caliente a la cama, pero me dormí pensando en todo lo que me había contado la Picos. Desde la mañana siguiente empezaron a llegar más putas al bar, entraban, se acercaban donde yo estaba, me pedían lo que querían y se quedaban un rato hablando conmigo. Mi padre y mi hermano no entendían nada, sólo se me quedaban mirando. A mi padre no le importó, hacía más caja. Mi hermano lo llevaba peor, sobre todo cuando un cliente le dijo, "aprende de tu hermano, éste sí que tiene mano con las mujeres." Al principio me soltaba más collejas que antes, pero con los días él también se animó a ir hablando con ellas y se olvidó de mí y de las collejas.

Luego ya me tocó crecer de verdad y supe lo que hacían las putas, pero para entonces ya sabía como eran. Han pasado ya muchos años de esto, el barrio ha cambiado mucho, ahora es un barrio moderno, hasta tenemos tiendas con luces de neón. Ya no hay putas en él, añoro la vida que le daban. Y sus conversaciones.

Me ha gustado. Escribe más.
Salut.

Prosaico y poético; a ras de suelo y de estilo elevado; costumbrista y trascendente, pero siempre transmitiendo sentimientos profundos y auténticos. Es decir, Perillán en estado puro.

Gracias.

Muchas gracias Perillán. Como dice Pacumbral, un estilo costumbrista y entrañable lleno de respeto y cariño. Un lujo leerte.

Gracias a todos por leerlo, me alegro de que os guste. Me gusta esa época de cuando se es niño y aún el hombre no ha tenido tiempo de echarse o no a perder.