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Antiguo 09-11-2010, 22:54
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Crónica de una visita anunciada


Hacía más de tres años que no nos veíamos y apareció allí de repente, con toda naturalidad, saludando y sonriendo a todos los presentes como pez en el agua. Sus habilidades sociales siempre habían muy sido destacadas. Me presentó a su acompañante, entendí que también pareja, y como antaño, me brindó una más que especial atención. Algo que desde que nos conocemos, no ha dejado de sorprenderme.

A medida que avanzaba la fiesta esa atención se fue tornando más explícita. Comentarios, risas, acercamientos, era más que evidente que me estaba tirando los trastos. Y delante de su novio. Estuve hablando con este y me resulto un tipo correcto y educado, pero de esos que no trasmiten emoción ninguna, como si no tuvieran vida. La película de los cincuenta, “La invasión de los ultracuerpos” vino a mi mente mientras hablábamos.

Salimos en grupo de la fiesta, ahora ella venía sola (nunca volví a ver, ni a saber nada de su pareja) y después de un par de locales más, nos quedamos a solas. Para testar sus intenciones, elegí un sitio que sabía que en absoluto era de su agrado. Accedió sin más y acabamos durmiendo en mi casa.

Desde la mañana siguiente me resultó una relación un tanto opresiva, carente del ritmo natural que para mí habría de tener. Demasiada intensad en demasiado poco tiempo. Interminables horas de charlas telefónicas, multitud de e-mails diarios y en cuanto teníamos un instante libre lo pasábamos juntos. Pero de un modo un tanto forzado, como si una ley no escrita determinara que debía de ser así.

A pesar de mi ligero agobio yo accedía a ese ritmo sin rechistar, quizá mis ganas de iniciar una relación pesaban más que mi sentido común. Una pequeña luz de alerta se había encendido en mi interior, pero la ignoraba con optimismo, con la esperanza de que pudiera funcionar.

Me gustaba su mundo, rodeada de arte y cultura, pero también de diversión y actividad. Inteligente, de mente siempre en acción, con experiencia en la vida pero con ilusión cara al futuro, atractiva y muy sexual. En el otro lado de la balanza, al principio muy tenuemente, siempre estaba a la defensiva, tomándose todo a pecho, interpretando las cosas por su lado negativo y dando por hecho cosas que desconocía. No reconocía nunca sus faltas pero siempre señalaba las de los demás.

Ciertos detalles me resultaban muy reveladores. En lugar de besar, se dejaba besar, y en lugar de abrazar, se dejaba abrazar. Nunca me tocaba.

Poco a poco iba intuyendo que detrás de esa seguridad en si misma y esa arrogancia, se escondían un montón de complejos y problemas. La razón de estos nunca la supe e ignoro si ella era consciente de ellos y los hacía frente. Sus reacciones ante las cosas más nimias me resultaban incomprensibles y nunca me las explicó.

Insistentemente ella reclamaba toda mi atención y eso me fue haciendo mella. Estaba descentrado y desorientado. Estaba tan pendiente de sus necesidades y deseos, que comencé a fallar en el resto de facetas de mi vida. No daba pie con bola. Pero lo peor es que no sentía que mis esfuerzos con ella fueran reconocidos ni recompensados.

El sexo era bueno. O al menos comenzó siéndolo, pero pasó a ser algo demasiado planificado, sin espontaneidad. Siempre en el dormitorio, a las mismas horas y tras una larga preparación de higiene. El llino que ella se me antojó que era, se desinfló y mis propuestas de variación de actividades y posturas, recibían contestaciones de lo más desconcertantes. Del tipo: “eso me parece degradante”, “eso es asqueroso”.

Durante tres días no me cogió el teléfono, ni respondió a mis mensajes. Lo hizo al cuarto. Se comportó como si nada hubiese pasado y tampoco respondió a mis preguntas. Por más vueltas que le dí, no sabía que le había pasado. Aunque no le di más importancia al hecho, me alarmó el cauce por el que estaba discurriendo nuestra relación.

Es misma noche me senté ante el ordenador y con la esperanza de poder fijar bien nuestros cimientos y hablar sinceramente, puse por escrito mis sentimientos hacia ella, mis anhelos y temores, lo que me aportaba, lo que deseaba comprender y en resumidas cuentas, ni yo más íntimo.

Mientras pulsaba el botón “Enviar”, tuve la absoluta certeza de que ese mensaje era un error.

Su voz estaba llena de ira. Como una ametralladora me bombardeaba con una retahíla de reproches, quejas y acusaciones en contestación a mi mensaje. Cada una más grave y cruel que la anterior. Mi sorpresa pasó a la hilaridad, sus acusaciones me hacían parecer un villano cutre de culebrón. No lo pude resistir, solté un chiste seguido de una carcajada. Nada pudo haberle sentado peor. Estaba totalmente fuera de sí.

Un interruptor saltó en mi interior. ¿Le abro mi corazón y reacciona de esta manera? Mezcla de domador de fieras y prestidigitador, tomé el control de la situación. Sin alzar la voz ni usar malas palabras. Curiosamente, por un momento ella pensaba que le estaba dando la razón, que me iba a disculpar. ¿Disculparme por algo que ni sabía que era, ni entendía? No creyó que la estaba dejando hasta que nos despedimos

Pasaron varios días. Me notaba aliviado, sin tanta tensión. Irónicamente ella ahora me perseguía. Quería que volviéramos a estar juntos. Me resultaba absurdo: ¿si a su juicio yo le había hecho todas esas cosas horribles, por qué quería estar conmigo?

Misterio sin resolver.

Llevaba un rato circulando por esa calle cuando me di cuenta. Allí recibía una lumi, vieja conocida. Desde hacía varios meses, desde el comienzo de la ahora extinta relación, no había acudido a ninguna de esas citas.

Tacones altos, minifalda y corsé de cuero. Una coleta muy sexy y la piel resplandeciente de crema hidratante. Su contoneo mientras me guiaba por el pasillo prometía un paraíso de placer. Charlamos un poquito en el sofá. Poco a poco iba provocándome, me enseño su tanga, abierto por delante dejaba su coño al aire. Noté su mano en mi bragueta y su lengua en mi boca. Nos dimos el lote como dos adolescentes, mientras, mis botones se desabrochaban y su corsé se descolocaba para hacer emerger sus voluptuosos pechos.

Me dejó en la puerta del baño y me dijo: “¿quieres que te sorprenda?”. Me faltó tiempo para decir que sí. Salí de la ducha y al entrar en la habitación me la encontré desnuda, a cuatro patas encima de la cama y con los tacones puestos. Me miró divertida. Me aproximé al borde de la cama y deje caer la toalla de mi cintura al suelo, quedando desnudo y con una considerable erección. Lentamente acercó su boca a mi pene, comenzó un suave francés, sin manos. Poco a poco se hizo más profundo y salivado, hasta engullirlo totalmente. Yo ya estaba consumido por el morbo.

Paró y con la misma mirada divertida me dijo que no había visto una cosa. Se dio la vuelta, todavía a cuatro partas y en un primer plano me mostró unas bolas chinas dentro de su vagina y un consolador dentro de su culo. Me arrodillé, con ambas manos la acaricié, golpeé ligeramente sus nalgas, sin quitar de mi vista sus dos agujeros. Retiré lentamente las bolas chinas. Metí el debo gordo en su coño y con los otros acaricié su clítoris. Ronroneó con aprobación y guió mis manos con el movimiento de sus caderas.

Cada vez más excitado la coloqué boca arriba y con fruición, casi desesperación comencé a comerle el coño. Deliberadamente me entretuve por los alrededores de su clítoris, hasta que ella soltando un “¡cómemelo, !”, lo puso en mi boca. Lo notaba húmedo y las reacciones de su pelvis mostraban su aprobación. Jugué con mi dedo a las puertas de su vagina, sin introducirlo, esperando el momento. Primero un poco, después otro poco, mientras, mi lengua no dejaba de saborearlo. Finalmente y mientras aumentaba el ritmo y ella lubricaba cada vez más, tenía dentro dos dedos enteros. Era una especie de doble penetración, ya que el consolador seguía en su ano.

“No me gusta hacerlo con las manos” dijo y seguidamente me ofreció un, como ella lo llamó, “masaje bucal” tremendo. O lo que es lo mismo: un francés magistral. Sintonizaba su actividad con mis reacciones. Más suave más, fuerte, profundo, menos, hasta que poco a poco se desvió a mis huevos y finalmente, un beso negro, húmedo y prolongado. Metió su dedo poco a poco por mi ano, con mucho cuidado. Aumentó la actividad a medida que yo gemía y me dejaba llevar.

De pronto noté una maniobra extraña y levanté la cabeza. Se había puesto en la posición de la tijera con un consolador de dos puntas: un extremo en su culo y otro en el mío. Decididamente no era su dedo con lo que había estado jugando. Esto me cortó un poco el rollo, pero la cara de disfrute y salida con la que me miraba, bien valía esperar un poco a cambiar de tercio.

Me cabalgó de cara y me cabalgó de espaldas, mientras jugaba con su culo. En un momento dado, en esa posición me agarró los dos tobillos para hacer fuerza y según soltaba algunos gemidos, terminó chupándome uno de mis pies. Una ola de placer me invadió. Aceleró el ritmo y a partir de ahí todo está como en una neblina, con escenas inconexas.

Nunca antes me había acoplado al misionero tan bien con alguien. Notaba el roce de su vagina, abría más y más las piernas y su boca succionaba la mía. Follamos de pie junto a la cama, primero de cara y después por detrás. Sus tacones la elevaban, facilitando la operación y de paso, mostrando unas piernas torneadas y duras.

Pasamos al salón. Al sofá. A una silla. Nos apoyamos en la estantería. Todo ello con el griego. Con comentarios morbosos. Conmigo fuera de sí. Finalmente, con un gesto autoritario me lanzó de nuevo a la cama y me folló con fuerza hasta sacarme un orgasmo con temblores y gritos incluidos.

Hacía siglos que no echaba un polvazo como aquel.

Un poquito de charla y me ofreció un masaje. Todo muy relajante y tranquilo, sabía lo que se traía entre manos. La charla continuo con risas y confidencias y al mostrarme alarmado por el tiempo trasncurrido me dijo que no me preocupara. Si quería podía quedarme un poco más, hoy no iba a trabajar más.

No puedo saber lo que pasaba por su cabeza y evidentemente sus varemos son diferentes a los míos, pero intuyo que para ella fue también una buena cita.

Contento y relajado me dirigí a casa.

Al volante un pensamiento sobrevoló mi mente: estaba anunciado desde hacía meses que volvería al sexo de pago. Y curiosamente, en esta cita me encontré con una mujer con la que, dentro del marco del acuerdo que habíamos pactado, todo fluyó con naturalidad, espontáneamente, sin dobleces, ni malos rollos. Al contrario de lo que me había estado pasando en la vida civil.

Irónico, ¿no?
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  #2  
Antiguo 10-11-2010, 09:59
 Avatar de juanperez
Aprendiz de Lumis de Secundaria
 
Fecha de Ingreso: Aug 2008
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Predeterminado

Puede parecer irónico, pero por desgracia pasa como mucha más frecuencia de lo que nos imaginamos.
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anunciada, crónica, visita


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