Cuando El Diablo Llama A Tu Puerta

Apenas al despertar temprano por la mañana, noto su presencia. Es como un leve y sutil soplido allá abajo pero no hay duda, está ahí: inquieto, incómodo, revolviéndose. Ya sentado frente a la taza de café tuerzo una sonrisa, hoy será una jornada dura. Lo sé.

El trabajo, el maldito trabajo es hoy una bendición. Desde en punto estoy a pleno rendimiento. Los problemas y conflictos diarios son un bálsamo y yo no quiero ceder ni un milímetro. Concentrado, con nervio y más eficiente que nunca, las horas van pasando con relativa tranquilidad.

Como siempre y aunque nunca la he visto en persona, me alegra oír su voz. Por ahí dicen que es fea, desaseada y gorda, pero no me importa: su voz hechiza, impacta. Pasaría horas embelesado escuchándola hablar sobre cifras, cantidades y fechas. Me sorprendo a mi mismo, es como si las palabras que salen de mi boca las pronunciara otra persona. No estoy seguro de lo que le he dicho, ha sido como sin querer. Ell contesta extrañada, dice que no me ha entendido bien. Rectifico antes de romper definitivamente la armonía. He frenando a tiempo, por los pelos diría yo. Mientras, lo noto allí agazapado, pugnando por salir.

El resto del día fluye tenso pero sin mayor novedad.

Es la hora de volver a casa. Según salgo por la puerta noto que tira con intensidad y agarro el volante con fuerza, acelerando demasiado. El rugir del motor alivia pero no es suficiente. Ya en mi habitación doy vueltas como un león enjaulado, algo tira de mí hacia afuera, a la calle, donde poder saciarlo. Lo primero que me viene a la mente es su contagiosa alegría y su pureza, siempre han surtido efecto. Mientras marco el número me doy cuenta de que está muy lejos, de que ya no hay nadie al otro lado de la línea. Aun así, lo dejo sonar insistentemente con la vana esperanza de que conteste.

Pienso en él, en su serenidad y en su comprensión casi infinita. Pero tampoco hay suerte. Hoy no hay nadie que pueda calmarme ni aplacar mis ansias.

De un impulso agarro la chaqueta y me lanzo calle abajo. Ha llovido, camino sin rumbo entre los destellos del asfalto mojado. La sangre me hierve al fluir por las venas, haciendo palpitar los músculos de mis brazos y pecho. La sensación es la de una espiral que me va perforando hacia dentro, la de un viento que nace de la boca del estómago. Sigo caminando: cinco, diez, veinte minutos... pero la situación no hace sino empeorar. Está en todas partes, allá donde miro está acechándome.

Paro frente a un quiosco. Ella está delante comprando tabaco. La miro distraídamente y de repente... su figura resalta sobre lo demás. Como si todo fuera en dos dimensiones menos ella que está en tres, sobresaliendo del plano: su pelo, su ropa, sus curvas, se aproximan hacia mí en un zoom. Ha notado algo raro y se da la vuelta buscando, hasta que nuestros ojos se encuentran, pero se escabulle manteniendo las distancias.

Compro el periódico con la firme intención de no utilizarlo. Aun es pronto cuando regreso a mi cueva. Me acomodo en el sillón y busco una válvula de escape. Minutos después compruebo que los sucedáneos no surten efecto. Hoy reclama algo físico, en carne y hueso, nada de insípidas golosinas. Quiere algo real. Y lo quiere ya.

Sin saber como llegué, estoy frente a la puerta invadido por una sensación de deja-vù. Un año atrás, quizá algo menos: una chica joven, de bonito trasero y mal carácter. Cuando abren vuelo al presente. El piso es pequeño, casi claustrofóbico, con poca luz y el atronador volumen de una tele lo inunda todo. Al pasar a la habitación reparo en las paredes desconchadas y la suciedad. Da la impresión que la chica vive allí. No se porqué pero de repente todo me parece sórdido. No estoy a gusto cuando ella entra: atlética, con figura femenina y sonriente.

Sus ojos: negros, muy bonitos y expresivos, destilan tristeza. Una profunda y sincera tristeza. Casi con vergüenza y mirando hacia la luz roja de un reloj digital, digo que perdone, que ha sido muy amable, que perdone, que me voy.

Al salir atravesando el portal siento un extraño optimismo y grito para mis adentros: ¡JODETE CABRÓN! ¡HOY NO HAS GANADO TÚ! Pero allá abajo él sonríe condescendiente, seguro de si mismo.

Porque mañana... mañana será otro día.

__________________
“A mí también me gustaba joder, pero para mí no era una religión. Había en ello demasiadas cosas ridículas y trágicas. La gente parecía no saber cómo controlarlo. Así que lo convertían en un juguete. En un juguete que acababa destruyéndoles”
(Charles Bukowski)