El rumbo alterado de un fetichista irredento
EL RUMBO ALTERADO DE UN FETICHISTA IRREDENTO
Se abren las puertas del vagón y veo que, rebasándome por la derecha, abandona éste una chica jovencita de estatura media, delgada y rubia. Su atuendo, tan de moda entre las jovencitas de hoy en día, y que a mí como fetichista me vuelve loco, me hace bajar detrás de ella aun cuando falta una parada para mi destino (luego pasearé hasta casa, no hay prisa).
¿Cómo podía resistirme a echarle un buen vistazo a semejante panorama vertical? Mi esperanza, ya que en esta estación cabía la desfavorable posibilidad de que enlazara con otra línea, era que saliera del metro para situarme detrás de ella en las escaleras mecánicas de subida a la calle.
La suerte me sonríe: poca gente que entorpezca mi seguimiento y, en efecto, se dirige al pasillo de salida y no al que comunica con otra línea. Acelero los últimos metros que me separan de ella (nadie se interpone entre los dos) cuando se aproxima hacia el primero de los dos tramos de escalera mecánica (más tiempo de recreo) que nos separan del exterior. Mira de reojo, parece que capta que ha llamado mi atención. Eso me pone.
Ya estoy al inicio de la escalera, inmediatamente detrás de ella, dejo pasar tres o cuatro peldaños más tras el que ella ha abordado, buscando la mejor perspectiva posible, la de mi vista justo a la altura de la zona media de sus delgados pero preciosos muslos. Lleva éstos enfundados en medias que, puedo definir como del tono de carne más oscuro o acaso del marrón más claro. Enmarcando su culito un pantaloncito vaquero de esos cortados como de cualquier manera, con algún que otro flequillo de tejido colgando. Sus pies cabalgan unas bambas verde claro. Y lleva una camisa oscura y un jersecito ligero color crema. Se entretiene tecleando algo en el móvil, y yo, mientras tanto, con la espléndida vista de su figura trasera.
Se acaba el primer tramo de escaleras, andamos otro poquito, y desembocamos en otro pasillo perpendicular, donde abordamos el segundo y último de éstos. A mitad de camino otra vez se gira rápidamente constatando que la sigo muy de cerca. Esto me pone aún más.
Una vez de nuevo elevados automáticamente, y yo, habiendo dejado un peldaño menos de separación que en el tramo precedente, no aguanto la excitación, disimulando con la chaqueta ligera que llevo en la mano derecha, hago de ella como un “reacomodo” sobre el antebrazo (para “justificar” mi acción inmediata como consecuencia del bamboleo y posterior roce de una manga “al azar”) y, echando el tronco un poco hacia delante, cuando tan sólo unos segundos nos separan del fin del recorrido de los peldaños, deslizo el dorso de los cuatro dedos de la mano derecha hacia arriba, con suavidad, sobre unos centímetros de su sedoso muslo. Apenas un segundo, segundo y medio.
El excitante contacto de la finísima media cubriendo su pierna, junto a su inmediata mirada de incredulidad a sus espaldas y hacia abajo, en mi dirección, electriza mi columna vertebral cual relámpago pre-orgásmico. Sin querer aceptar que un desconocido ha sido capaz de acariciarla, y prefiriendo auto-convencerse de que habrá sido algo accidental (aun cuando el aparente seguimiento cercano desde la salida del vagón, por los pasillos, y finalmente hacia el exterior de “su compañero de viaje” le hace albergar serias dudas), sale ya hacia la soleada calle, algo asustada, supongo. Quizá eche un último vistazo o vistazos para asegurarse de que no es seguida por el tipo del metro. Yo ya me hallo esperando el semáforo de la calle perpendicular a la que ella ha tomado.
FIN
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 Porgi amor,
qualche ristoro
al mio duolo, a miei sospir!
O mi rendi il mio tesoro,
o mi lascia almen morir!
(Le nozze di Figaro / Wolfgang A. Mozart)
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