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Antiguo 14-04-2016, 00:35
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Elena o el elixir de la eterna juventud.


ELENA O EL ELIXIR DE LA ETERNA JUVENTUD

¿Me abrió la puerta un ángel o un demonio?
Esa era la pregunta que me hice una vez crucé el umbral de aquel piso, pues todo lo que aconteció desde ese instante resultó ser deliciosamente fantástico y a la vez peligrosamente adictivo.
La muchacha me recibió con dos besos y una preciosa sonrisa, como si me conociese de toda la vida. Sus ojos tenían un brillo mágico e inusual que invitaba al consuelo y a la dicha. Era una mujer muy bella y extremadamente joven, de apenas unos dieciocho o diecinueve años. Me cogió suavemente de la mano y me invitó a entrar en aquella habitación en penumbras, y fue entonces cuando comenzó el prodigio: se desvistió con lentitud ofreciéndome un cuerpo menudo y bien proporcionado, la cabellera sobre los hombros, el pecho generoso, su sexo joven, los labios húmedos acercándose a mi boca…
Me besó mientras desabotonaba la camisa, primero en los labios, luego en el pecho ya desnudo, y a medida que su boca entraba en contacto con mi piel yo iba notando como mi cuerpo comenzaba a transmutarse, o mejor dicho a regenerarse, pues la epidermis se volvió tersa como por arte de magia, el espejo de la habitación devolvió la imagen de mi pelo gris retornando a la vida y empecé a notar como el corazón bombeaba la sangre con una fuerza desmedida, hasta sentir como las venas se henchían de júbilo por cada centímetro de mi cuerpo. Sus besos parecían un antídoto contra el tiempo, y cuando su lengua se entrelazaba con la mía, observaba yo como mi ser emprendía el camino hacia una nueva juventud. Y el hombre maduro que había atravesado minutos antes aquella puerta, se fue transfigurando en un joven imberbe e inexperto que tenía entre sus brazos a la mujer de su vida.
Transformado entonces en un muchacho lujurioso me entregué de lleno a la embriaguez del sexo. Primero besé con ardor aquellos labios generosos, y a medida que advertía como los latidos de nuestros pechos se entremezclaban, recorrí su bello cuerpo con mis caricias y mis besos, hasta llegar a su sexo húmedo y salvaje. Y allí me detuve.
Ella acompasaba sus movimientos buscando el calor de mi lengua y gemía de placer mientras acariciaba mi pelo negro con sus manos. Después de unos minutos libando de aquel jardín, mi repentina juventud me ofreció un dolor que ya no recordaba: el falo era como una brasa ardiendo a punto de estallar, y como si fuera la horquilla de un zahorí que buscara aguas subterráneas, mi miembro penetró en la muchacha como un colibrí en una flor, e hicimos el amor como dos adolescentes que se quieren; riendo en cada beso, suspirando en cada entrega, muriendo en cada orgasmo.
Y después de dar tanto amor no éramos más que dos animales desmoronados tras la batalla, cuerpos derrotados sobre un lecho malherido, amantes que finalmente han de separarse para, quizás, no volver a verse nunca más.
Nos concedimos una última caricia, un último suspiro mientras nos vestíamos de nuevo, y una vez terminado el ritual de la despedida, ella me acompañó hasta la puerta donde nos dijimos adiós. Al salir de allí recibí el aire fresco de aquella mañana de invierno, y en aquel mismo instante todo en mí volvió a ser como era antes de entrar en aquella habitación: el peso del tiempo volviendo a mi rostro y a mi cabeza, la angustia de los años habitando de nuevo sobre mis hombros, las manos cansadas de agarrar tanta vida.
Acaso, tan sólo mi memoria, antes de perderse en los laberintos de mi existencia, se entretuvo un instante para recordar un cuerpo, el sabor de unos labios, la mirada amorosa de una muchacha de hace ya muchos años en una dulce habitación para dos.
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  #2  
Antiguo 14-04-2016, 01:32
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No me ha gustado, pero se agradece el relato.
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Etiquetas
elena, elixir, eterna, juventud


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