Excitante viaje en tren (segunda parte)
Esto fue lo más para un fetichista como yo. Di gracias a la Diosa fortuna por otorgarme el privilegio de asistir a semejante show; por proporcionarme asiento VIP para el espectáculo de esos maravillosos pies de formas exquisitas embutidos en la excitante transparencia de las medias. Empezó a juguetear con los deditos estirando el gordo y luego flexionando todos a la vez, produciendo unas pequeñas arruguitas en su finísima envoltura.
¿Había adivinado que estaba ante un loco de las medias y de las extremidades inferiores femeninas? Si era así, tuvo a bien concederme una generosa dádiva con la exhibición impúdica de las mismas. Tenía también unas bonitas pantorrillas y unos firmes y apetecibles muslos, ni gruesos ni delgados; perfectos para mi gusto.
Me cercioré de que seguía concentrada en el libro y de que mis ancianos compañeros de fila no constituían peligro (Él se quedó dormido con la boca abierta y la mujer seguía leyendo la revista). Atento también al tráfico del pasillo agarré el periódico con la mano izquierda y con la derecha así el abrigo que tenía al lado, arrastrándolo lentamente hacia mí. Una vez hube colocado su parte superior, la correspondiente a los hombros, encima de mi entrepierna y quedar el resto a lo largo del otro asiento, procedí:
Con disimulo intenté mantener el periódico abierto y vertical, con la única ayuda de la mano derecha, por delante del abrigo; difícil maniobra dada la ligereza de las hojas.
Inclinando un poco el tronco hacia la derecha llevé mi mano izquierda por debajo del abrigo al botón del pantalón para destrabarlo; mientras realizaba la operación seguí echando miradas furtivas a la cara de mi acompañante y a los ancianos (Ella también cayó en los brazos de Morfeo) y al pasillo, por dónde una pareja cogida de la mano venía hacia mí, en dirección seguramente, a la cafetería que se encontraba más atrás. Nuevamente el pasillo quedó despejado.
Bajé lentamente la cremallera y pasando la mano por debajo de la pernera izquierda del calzoncillo saqué el ya abultado miembro. Comencé a masturbarme lenta, pero firmemente. La polla empezó a endurecerse (Nuevo vistazo a la cara, seguía absorta en la lectura; a los ancianos, fritos; al pasillo, vacío. Todo en orden).
Incrementé el ritmo. Estaba cachondísimo deleitándome en cómo el brillo de la lycra ensalzaba las pronunciadas curvas de sus hermosísimas piernas y sus deliciosos pies.
Mi mano enloquecida y casi con voluntad propia seguía arriba y abajo a velocidad vertiginosa. El embriagador aroma de su suave pero penetrante perfume inundó mis fosas nasales cuando se colocó la cola de caballo hacia su derecha con una leve sacudida ¡Qué bien olía! Dirigí otra vez la mirada hacia la estimulante visión que tenía enfrente inyectando mis ojos de deseo.
El placer fue aumentando exponencialmente, anunciando la llegada del clímax. Tan absorto estaba en lo mío que ni pensé en que dejaría el forro del abrigo hecho un Cristo. Ni de coger un kleenex me acordé. Pero ojalá todo hubiera quedado ahí.
Obnubilado por la perturbadora escena me olvidé de vigilar el pasillo y no vi venir por él a una azafata empujando un carrito de bebidas, con tan mala suerte que un saliente del mismo se enganchó en el bajo del abrigo que colgaba del apoyabrazos que daba al pasillo, dando un fuerte y seco tirón a éste dejando al descubierto mi “travesura”.
La concatenación de coincidencias no pudo ser mayor: En el preciso instante en que el abrigo salió volando llegué al punto de no retorno; el periódico se me cayó al suelo del susto; la soprano en mis oídos acometió el álgido final de su bellísima aria; y para estupefacción de la azafata y sobre todo de mi compañera lectora, un géiser de lefa hirviente fue a parar a sus gafas, su nariz y su boca abierta, ya que en ése momento la abrió exclamando:
-¡¡¡Pero qué es esto, Por Dios!!!
Y la azafata: -¡AAAyyy! ¡¡¡Cielo santo!!!
Intentando desviar las siguientes descargas, en un rápido movimiento de la mano apunté el rabo hacia la izquierda mientras con la mano derecha me apresuraba a cubrirlo, No llegué a tiempo de evitar que dos o tres arcadas más de abundante y espeso semen aterrizaran en sus muslos y pantorrillas en una artística parábola, empapando de pegajosos grumos sus bonitas y delicadas medias.
-¡¡¡Cerdo, más que cerdo!!! –Gritaba echa un basilisco llevándose las manos al chorretón de esperma de la cara- ¡¡¡No me lo puedo creer!!!
Y la azafata, por un móvil que sacó del bolsillo: -¡¡¡Seguridad!!! ¡¡¡Acuda al coche número cuatro!!!
Lo siento, lo siento… –Repetía yo cabizbajo apoyando los codos en las rodillas y escondiendo la cabeza entre las manos. Luego la levanté bruscamente y añadí:
“¡ES QUE ME ESTABA PROVOCANDO, JODER!"
FIN
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