Hoy es uno de esos días en los que me encuentro como despistado, ausente de mi mismo, sin encontrar mi sitio, con la mente vagando por encima de mis hombros tan solo porque es su ubicación natural, porque de hecho debería estar por los suelos...

Y, en este foro, mi encaje me resulta aún más incomprensible. Me siento (ya lo decía J.M.G.) como un "bulto sospechoso", como un "sin papeles" en situación irregular.

Como terapia no se me ocurre otra cosa que escribir (los sociólogos aragoneses somos muy dados a ello). Así que os contaré un relato del siglo pasado.

Lo sabeis todos y si no lo intuís, seguro, que yo soy de buena familia.

Desde la época de Sagasta, con cuya corriente política liberal comulgaban mis antepasados, hemos sido la punta de lanza de las ideas que han hecho avanzar este país (cuando ha avanzado, porque otras veces ha retrocedido manifiestamente).

Pero también hemos follado lo suyo (he querido decir "lo nuestro").

Como éramos muy liberales, Mamá siempre dejó a Papá echar una canita al aire, de vez en cuando.

Mi Papá, el Duque, siempre dispuesto, no se limitó a echar una canita, sino que echó varias y acabó calvo.

Como era muy fisno, para sus correrías no utilizaba preservativo sino condón (que tiene su tratamiento en la última sílaba).

Además, materialmente no era posible usar preservativos porque no existía el látex.

A Papá le hacían los condones de ganchillo y, aunque no eran muy seguros, porque se escapaba todo, molaban un montón.

De hecho, los condones de Papá ganaron un concurso médico, al detectarse que, por entre las rendijas, dejaban pasar solo el colesterol bueno y retenían el colesterol malo (no me hagais mucho caso pero creo que era algo así).

Al cabo del tiempo, la mitad de las mujeres de Argamasilla de Hornillos (pueblo cercano a la finca de Papá) aparecieron embarazadas.

Nadie protestó (menudo era Papá cuando se cabreaba), pero el señor cura le dijo a Papá que, para evitar males mayores, tirara los condones de ganchillo (¡qué pena porque eran una monadez!) y los usara de punto de cruz, que son más tupiditos y dejan pasar peor el caldo. Y así lo hizo.

Mamá, mientras tanto, hacía sus labores. Bueno, en verdad, se la hacían siete costureras y doce aprendizas que acudían a nuestra finca todas las tardes.

A Mamá la llamaban Duca (no en vano era la mujer de Papá, el Duque).

Nunca le gustó que la llamaran Duquesa, porque, como tenía tendencia a engordar, la ponía enferma que la pudieran llamar Duquesa de Bola (Duquesa manchega no hubiera podido ser porque Mamá era de Jávea).

En fin que así transcurrió mi infancia y ahora, aquí me veis, en un foro de putas... Si se entera Papá me mata.

(CONTINUARÁ ....tal vez)

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