Era otoño de 2006. El avión despegó desde Barajas y se dirigió a la Terminal 2 del aeropuerto Charles de Gaulle. Viaje de trabajo, por supuesto, yo aun no he estado nunca en París como turista. Nada más pisar el aeropuerto me invadió la pereza de otro aburrido viaje de curro en el que iba a perder dos días de trabajo (días que nadie iba a recuperar por mí).

Nos alojamos en el hotel Concorde St. Lazare, el que años antes había servido como escenario para rodar algunas de las escenas de la película “Frenético” de Harrison Ford. Nos llevaron a cenar en un bateau de lujo por las orillas del Sena. El viaje y la cena me encantaron, ya que me gusta París y me gusta mucho el río que cruza la ciudad. Al mirar a través del techo panorámico del barco pude contemplar las estrellas. Ellas me miraban y parecían preguntarme qué hacía en un lugar tan romántico acompañado de aburridos colegas de profesión. Es algo que siempre me pasa en esos viajes. Suelen llevarnos a sitios impresionantes, hoteles de cinco estrellas que yo considero un despilfarro innecesario ya que apenas podemos disfrutar del hotel, lugares con encanto, muchas veces románticos, que me gustaría compartir con alguien especial. Eso hace que me sienta aun más sólo.

El caso es que después de cenar en el bateau, nos llevaron de nuevo al hotel. Éramos más de 100 compañeros de toda Europa y el 90% por ciento se fue a dormir, pero como a los españoles no nos gusta acostarnos pronto, un pequeño grupo decidimos dar una vuelta por los alrededores del hotel. Vimos la iglesia de la Madeleine, algo que me gustó ya que yo no la había visto nunca, ni siquiera desde fuera. La luz de las farolas le daba un aspecto fantasmagórico e interesante. Después decidimos tomarnos una copa en un pub cercano y a partir de ese momento sucedieron una serie de acontecimientos que aun no he logrado aclarar, aun no sé cómo pudo ocurrir todo aquello.

Cuando aquella noche decidí tomarme el primer gin-tonic debía de llevar 5 o 6 años sin que una gota de alcohol se mezclara con mi sangre. Y al primer cubata siguieron otros dos, al menos hasta donde alcancé a contar. A partir de ese momento las imágenes que ha guardado mi cerebro están borrosas y distorsionadas. En mi descargo debo decir que estaba deprimido y pensé que me vendría bien ahogar mis penas en un poco de alcohol.

Lo siguiente que recuerdo fue despertarme a las 4 de la mañana en mi cama del hotel con dolor de cabeza y una fuerte sensación de mareo. Estaba en el lado derecho de la cama, como es mi costumbre, pero mis gafas no estaban encima de mi mesilla, así que me giré hacia la izquierda para ver si las había dejado en el otro lado de la cama. Al mirar para el otro lado vi un bulto sospechoso debajo de la sábana. Un cuerpo largo, con melena negra y piel blanca estaba dentro de la cama conmigo. Yo estaba desnudo y ella parecía estarlo también. Lo primero que pensé, todavía medio dormido, fue “¿qué hace mi mujer conmigo en París si estoy en un viaje de trabajo?”. En seguida descubrí que no era mi mujer. El movimiento de mi cuerpo había destapado parte del cuerpo de la otra persona y una mano apareció entre las sábanas para taparlo de nuevo. Desde luego, no era la mano de mi mujer. Y por suerte para mí, tampoco parecía la mano de un hombre. Bufff, ¡qué alivio!

Me quedé boca arriba en la cama, mirando el techo de la habitación sin saber qué hacer. Decenas de pensamientos se agolpaban en mi cabeza “¿La despierto y le digo algo?” “¿Será española o extranjera?” “¿Ligaría ayer?” “¿Qué habrá pasado? Dudo que con el alcohol que bebí anoche haya podido mantener una relación sexual completa”.

Cinco minutos después decidí levantarme de la cama, tapar mis vergüenzas y buscar por la habitación cualquier objeto personal que pudiera darme alguna pista sobre quién era aquella mujer que estaba conmigo en la cama. Zapatos negros de tacón, vestido negro largo, un bolso también negro… Decidí cotillear un poco en el bolso y encontré una acreditación igual que la mía. Así supe que era una colega italiana y que su nombre era Laura Muzzone. Con eso me bastaba, así que decidí respetar el resto de su intimidad.

Me coloqué a su lado y le susurré al oído, porque no sabía cuál sería su reacción ni qué tipo de su despertar tendría por las mañanas, “Laura, despierta”. Ella se dio la vuelta y siguió durmiendo. Opté entonces por darle unos toquecitos suaves en la espalda. “Che cosa?” contestó moviéndose pero sin darse la vuelta. Entonces, subiendo el tono de voz le dije “Laura, despierta”. Ella se puso boca arriba tapando su cara con la sábana como un niño al que han despertado y quiere seguir durmiendo. Después bajó la sábana y una cara guapa, con grandes ojos marrones, nariz pequeña y labios carnosos, me miró. No vi signos de sorpresa en su expresión. Más bien un ligero atisbo de alegría. Me dijo suavemente: “You are soooo bad, why do you wake me up?”. Yo flipaba, la tía no estaba borracha ni mucho menos. Me miró con sonrisa pícara y me dijo “Honey, do you wanna play a bit more?”.

Yo no sabía si alegrarme, deprimirme, acostarme a su lado y seguir durmiendo para ver si se me pasaba la resaca, o qué hacer. Ella en seguida me animó a que hiciera lo último: “Come with be baby, you are soooo sweet. I want to sleep with you all night long”. Me metí en la cama con los ojos desencajados, encontrándome totalmente fuera de lugar allí, pero aproveché para echar una mirada furtiva a su cuerpo. “Joder, vaya pibón, y yo sin acordarme de nada.” Pensé. Ella me abrazó, yo la abracé. Me besó en los labios pero yo no la correspondí. Me hice el dormido pero ella no se dormía. Se quedaba mirándome fijamente y, cuando yo habría los ojos, me sonreía de forma muy tierna. Finalmente me dormí mientras agradecía tener su cuerpo junto al mío dándome calor.

Horas después sonó el despertador y ella ya no estaba. Sólo quedaban su perfume en la almohada y la huella de su cuerpo en las sábanas. Yo me sentía raro, pero tenía que ducharme y vestirme pues a las 8 tenía que estar en el hall del hotel para partir camino al aeropuerto.

Entré en el baño y me encontré un mensaje pintado con carmín en el espejo. “You are so sweet. I´ll never forget you. A thousand kisses. Laura”.

Cuando terminé de arreglarme bajé al hall para hacer el check-out me y uní al grupo español. Me tranquilizó saber que nadie hacía ningún comentario sobre mi supuesta relación con la italiana. Sólo uno me dijo “Qué tal anoche? Tío, te vi muy mal, cuando te dejamos en el pub, estabas deprimido y llevabas ya 5 gin-tonic, pero no hubo manera de sacarte de allí.” “Qué pasó con los italianos? Nos dijiste que nos fuéramos tranquilos, que ibas a seguir la fiesta con ellos”. A lo que yo contesté: “Pues nada, me acabé el quinto cubata y me fui al hotel cinco minutos después de vosotros. Los italianos son taaan aburridos, ya sabes”.

Durante todo el vuelo de vuelta no pude dejar de pensar en lo que pasó aquella noche en París. ¿Qué ocurrió realmente en aquella habitación de hotel? ¿Cómo acabé allí? ¿Cómo aquella belleza italiana completamente lúcida terminó en la cama de un español borracho? Probablemente nunca lo sabré, pero en cada nuevo viaje de trabajo me emociono pensando que volveré a encontrar a la chica del vestido negro. Aquella extraña que me dio calor en aquella noche de un frío día de otoño en una impersonal habitación de un hotel de París.

Increible relato,fantasia o realidad? Besitos

Enhorabuena Marys por haberte leído el ladrillo hasta el final.

Hola, holaaa.

Joder tío, auchsss, perdón, que hay señoritas.
Jopelines tío, que yo voy a ir en Abril. Pasame la dirección del Pub.
Por si lo frecuentan más italianas :lol: :lol: :lol:
Muy bonito relato?, si señor.
Seguro que cuando vea La Madelein, "po'zieto" que pinta de templo romano que tiene, o cuando "faite la promennade sur le bateau", tu "aventurita?" irá resonando en mi cabeza y toda la visita tendrá su puntito de morbo.

Saluditos

Ya os contaré otra historia sobre mi último viaje de hacer unos días... :twisted:

Jolin... me ha encantado...

Es genial levantarse así una mañana en París, con una dulce mirada, un dulce beso y una dulce despedida...

Sweet!!