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Antiguo 19-09-2012, 23:03
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La chinita del colmado


LA CHINITA DEL COLMADO

Llegó hace algunos años a mi barrio, como al de muchos, esa pequeña tienda de comestibles llevada por chinos que te pilla al lado de casa (al lado de otras tantas regentadas por sus mismos compatriotas con toda clase de cachivaches, adornos, ropas, etc.) que tantas y tantas veces nos sacan de una urgencia a horas “intempestivas”.

Desde luego no es la única de sus características cercana a mi casa, pero sí la que tengo más cerca, y la de más reciente apertura. Y he de decir que aunque no fuera así y se tratara de una de esas otras que me quedan más apartadas, sería igualmente la que visitaría con más asiduidad. ¿Y quién tiene la culpa?

La tienda es llevada por un matrimonio de mediana edad muy amable, y sus dos hijos –chico y chica- ambos allá por la veintena, como mucho. Unas veces la atienden los padres, otras veces sólo el hijo, o sólo la hija. Aunque siempre al menos un par de miembros, si no tres, de la familia, están cercanos a la tienda sin perder la visual de la entrada (si no hay ningún cliente en ese momento). O bien los dos fuera o bien uno dentro y otro fuera, si no hay mucho trabajo. Suelen estar sentados en un banco frente a la tienda; charlando o a menudo jugueteando con una nieta de unos tres añitos, que andurrea de la mano de otra abuela de la misma familia que, junto con su marido y otro hijo, regenta una tienda cercana en la misma acera.

Como ya habréis adivinado la hija veinteañera es la razón principal por la que me gusta visitar la tienda. Es bajita y de bonitas piernas, no un bellezón especialmente, pero desde luego para nada fea. Tiene una sonrisa encantadora y una mirada somnolienta (no sólo la que trae de serie por ser oriental), como de vicio, que me vuelve loco. El pelo cortito, castaño claro y con una especie de flequillo encantador que le cae desde un lado. Suele vestir, ahora en las postrimerías del verano y en los meses calurosos vestiditos claros a media pierna, o bien shorts, y sus lindos piececitos calzan sandalias transparentes. Más de una vez cuando he llegado a casa tras pasar de comprarle algo, me he pajeado a su salud, si el conjunto de ese día, además de una de sus sonrisas –medio tímida, medio juguetona-, me ha puesto especialmente burraco.

Me encanta esta chinita, esta “niña”, que podría ser mi hija (si yo fuera chino, claro), para mí, en conjunto, destila un morbazo tremendo. Yo, que los que ya me conocéis, soy un fetichista exacerbado de las piernas y los pies, disfruto de la visión de sus bonitas extremidades inferiores (y en una ocasión, no sólo de la vista, como contaré más tarde) cada vez que visito la tienda y tengo la fortuna de que es ella la que en ese momento atiende.

Ahora que en breve, allá por comienzos de Octubre, más o menos, vendrá el fresco (al respecto ver, si se desea “La cuenta atrás”), llegará también a mi chinita ese otro “plus”, ese fino engalanamiento de sus extremidades inferiores que a un fetichista como yo le vuelve completamente loco. Es ahora, cuando antes de contar la “experiencia de contacto” que tuve el invierno pasado (ver, si se desea “Tres caricias subrepticias”), tengo que explicar la disposición de la tienda y del lugar desde donde atiende las ventas la chinita:

La tienda es rectangular, y no muy grande, como dije al principio. Un alto mueble con estantes, repleto de productos a uno y otro lado recorre longitudinalmente el centro de ésta, sin llegar al fondo de la misma. A la izquierda hay una gran mesa-vitrina de vidrio llena de apartados con cajitas de chucherías, barritas, bollos, etc. Tras ella, en la parte más al fondo, que es también la más cercana a la izquierda de la entrada del local es en la que se sientan (en un taburete alto la hija, por ser especialmente bajita), y donde tienen delante la caja registradora, ya que desde ahí, a su derecha y sin esfuerzo pueden alcanzar el pan y otros productos como sándwiches preparados. A la mesa-vitrina se accede por su parte derecha vista desde fuera. Por tanto, muchas veces, si quiero verle las piernas, debo pedirle un helado (de los pocos productos de la tienda que tienen que salir a servirte).

De hecho, y antes de continuar, he de comentar que a menudo, cuando he cogido algo situado en la pared frente a la misma línea de la zona de la mesa donde se sienta delante de la caja registradora (lugar en que se hallan los estantes con bolsas de patatas fritas y la cámara frigorífica con las latas y botellas de refrescos), y desde donde no es necesario desplazarse a la derecha de la mesa para pagar si no has cogido nada de esa zona; lo he hecho, sin necesidad, con el único objeto de echarle un ojo a sus piernecitas, a ver de qué color lleva las medias ese día, si estamos en los meses de frío (en invierno me encanta ver sus muslitos y pantorrillas de preciosa forma enfundadas en medias, a veces negras, otras veces color carne, crema…). Pues bien, un día, en que a la hora de pagar realicé esa maniobra innecesaria, ya que sólo cogí unas latas de coca-cola, sonriendo me dijo: “eh, pol aquí…”, señalando delante suyo. Pues bien, esa sonrisa de medio lado que mantuvo entonces y la mirada que me clavó; que me pareció, no tanto de extrañeza ante mi “incómoda” forma de querer realizar el pago, sino más bien de comprensión por su parte de mis pretensiones, como venía y viene siendo habitual, de echarle una visual a sus extremidades inferiores, me dio un morbazo tremendo.

No sé, igual es mi imaginación y no hay nada de eso, pero por otro lado juraría que estaba jugando a ponerme a prueba para ver de qué modo reaccionaba, y sí que se ha percatado en más de una ocasión de que me pone mirarla con atención. A veces miro sus piernas, y sostengo la mirada intencionadamente, algún segundo más del debido, mientras busca la vuelta del dinero que le he entregado, buscando yo a mi vez que “me pille” en mi acto voyeurista. La sonrisa que me devuelve entonces, cuando levanto la vista recogiendo la vuelta, no sé si es de inocencia, de complicidad, o de una mezcla de ambas, pero enciende mi deseo de una manera brutal. Ese día, aborté mis pasos que ya se dirigían hacia la derecha de la mesa, y pagué desde el frente, pero otro día…

…volvía yo del trabajo, a mediodía. Era a comienzos de otoño, por tanto mi chinita ya usaba medias (ay, madre). Iba a casa a comer, y la verdad es que nada me hacía falta comprar, pero desde la acera de enfrente, que cruzo en diagonal para dirigirme a mi casa, vi a mi chinita frente a la tienda, fuera de ella y de espaldas a mí. En ese preciso momento acababa de hablar por el móvil y cortando la comunicación se dirigía al interior de la tienda salvando el escalón de entrada. Si hubiera ido con pantalones largos, o no especialmente provocativa, habría pasado de largo, pero…ay, amigos míos: Llevaba minifalda negra, y un destello de pálido sol otoñal hizo refulgir en sus extremidades inferiores un seductor brillo color crema, el color de las medias que embutían sus bonitos muslos ese día. Demasiado para mí. Tenía que verla de cerca. Es más, ese día me propuse tener una “experiencia de contacto”. Confié en que estuviera sola (lo que solía, y es, ser habitual a esa hora), para que ningún otro miembro de la familia interrumpiera mis aviesas intenciones.

Entré (estaba sola en la tienda). En ese momento se dirigía al interior de la mesa-vitrina, sonriéndome me dijo “hola”, y se quedó medio parada interrogándome con la mirada porque me dirigí directo a ella, sin coger producto alguno de la tienda.

¿Dónde vas tan deprisa, cielo? Pensé. Y dije:

-Hola, quería un helado –y señalé la cámara situada a la derecha de la tienda, algo al fondo, en su diagonal izquierda.

Salió entonces de la entrada de la mesa pasando por delante de mí, cogiendo al mismo tiempo un pequeño cartón en el que venían las fotos y precios de los helados, para que le indicara cual quería.

-Éste -elegí señalando uno.

Se dirigió, conmigo tras su estela, hacia la cámara frigorífica. Mi mirada se lanzó en primer lugar a sus pies, calzaban estos unas sandalias transparentes que le había visto en alguna ocasión, dejándome vislumbrar sus delicados deditos enfundados tras el sedoso capullo de la media algo más gruesa en esa zona, ya que era de las que tenían refuerzo en la puntera pero no grueso ni opaco en exceso. Acto seguido, y antes de que se detuviera una vez alcanzado su destino, deslicé la mirada por sus deliciosas pantorrillas y muslos, recreándome en los sinuosos brillos que presentaba la licra de la media mientras seguía los pasos de mi chinita.

Una vez concentrada en las profundidades de la cámara, buscando entre diversas cajas el helado elegido por su querido cliente, me dije: “ahora o nunca”.

Dejé caer al suelo, como sin querer, un periódico que llevaba en la mano. Procuré que cayera lo más cerca posible de su pie derecho (me encontraba a su derecha). Justo cuando ya parecía que había dado con el helado preciso, y empezaba a incorporarse, me agaché con rapidez y cogí el periódico con un par de dedos, para a continuación, mientras me incorporaba y con el dorso de la mano, deslizar ésta a lo largo de su muslo en una subida “innecesariamente” lenta y próxima.

Sonriendo y con el helado en la mano, se volvió mirando su pierna y luego a mí. Una vez más, como tantas que he realizado esta “operación” en el pasado, una honda y electrizante excitación recorrió mi ser ante la indefinible sensación del roce de mi piel sobre el sedoso tacto de la media envolviendo la firmeza del muslo. Ante lo “pecaminoso” y atrevido de la situación por mí provocada. En fin, ante la incertidumbre, una vez más, de si mi “víctima” es consciente de que lo acontecido no ha sido casual, o si por el contrario, siendo consciente, acaba empatizando con mi capricho fetichista con una sonrisa cómplice. Así era la que sostenía mi chinita mientras me daba el helado y recogía el dinero. Salí de allí dispuesto a homenajear el momento en el baño de mi casa. A poco olvido meter antes el helado en el congelador.

FIN
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Porgi amor,
qualche ristoro
al mio duolo, a miei sospir!
O mi rendi il mio tesoro,
o mi lascia almen morir!
(Le nozze di Figaro / Wolfgang A. Mozart)


Última edición por VERDI; 19-09-2012 a las 23:13
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  #2  
Antiguo 24-08-2014, 18:02
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prohibido insultar

Última edición por GRUPI; 24-08-2014 a las 19:47
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  #3  
Antiguo 10-10-2014, 22:05
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Muy bueno! Me encantan los relatos fetichistas igual que los hombres que adoran a los pies pues hay un rumor que dice que son los mejores amantes en la cama será verdad?
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