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La foto (Recuerdos de un paji-fetichi-sta / vol. 4))


RECUERDOS DE UN “PAJI-fetichi-STA” / Vol. 4: La foto.

Una vaharada de colonia de baño con fragancia a limones caribeños, de marca idéntica a una nota musical, penetra en mis fosas nasales. Encontrándose un bote grande de éste en el poyete de la bañera de mi residencia veraniega, y no siendo la marca habitual de colonia de baño en mi hogar capitalino; su aroma, que hacía tiempo no olía habitualmente, al usarlo ahora por casualidad tras una ducha, trae a mi memoria de modo automático, un poderoso recuerdo “paji-fetichi-sta”.

Cumplía yo, hace ya casi un cuarto de siglo, el servicio militar en Cáceres. Esa era la misma marca de agua de colonia que llevaba en un pequeño dispensador de plástico en mi bolsa de aseo, y que usaba después de ducharme, y como colonia para todo (bote que rellenaba cada fin de semana al volver a la capital, ya que era la marca que mi madre compraba en aquel entonces, y que al igual que en la residencia veraniega, se encontraba en el poyete de la bañera capitalina).

Los fines de semana nos daban permiso para ir a casa. El autocar que nos llevaba a los reclutas madrileños (la mayoría) a nuestro destino, llegaba el viernes por la tarde a la Plaza de Oriente. Lo primero que hacíamos al bajar de él era echar miradas de ávido deseo a cuanta fémina caía en nuestro campo visual. Las primeras, a alguna novia que otra que esperaba a su soldadito, alguno de mis afortunados compañeros que ese finde tendría con quién desahogarse (yo no tenía pareja en aquella época).

En aquel entonces, sin novia, y todavía no putero habitual (ni inhabitual), tras despedirme de los más allegados, me seguía poniendo cachondo con la visión de las “paseantas” que me topaba de frente (fetichista como soy, especialmente con aquellas que llevaban minifalda y, por estar aún en invierno, mostraban sus bellas piernas enfundadas en medias de mis colores favoritos: negras y color carne) mientras recorría los pocos pasos que me separaban del metro. Entraba en éste, petate en mano, para una vez llegado a casa y darles un beso a mis padres, pegarme un buen baño caliente y espumoso; alegando ante las llamadas preocupadas de mis progenitores a la puerta del aseo, por mi tardanza en salir, lo muy a gusto que estaba prolongando tal relax, irrealizable el resto de la semana.

Deleitábame, una vez sumergido (mitad buscando relajarme, mitad excitarme) en el arte zambombil. Práctica a la que había que poner mucho empeño; ya que, leyenda urbana o no, yo creo que sí que le echaban algo a la comida en el cuartel; no era normal cinco días sin apenas cagar y sin sentirse especialmente cachondo (sobre todo a cierta edad). Aunque esto último, con tantos madrugones, cansado al final de la jornada de tanta instrucción, y rodeado todo el día de tanto tío, era más comprensible.

Había, ya digo, que machacársela como si te fuera la vida en ello (casi hasta el infarto). Pero yo, ya en aquel entonces paji-fetichi-sta avezado, le daba y le daba al asunto evocando las breves y excitantes imágenes femeninas atesoradas al llegar a la capital, y conseguía, no sin cierto esfuerzo, que aquello adquiriera turgencia; y poco más tarde, entre oleadas de bienvenido placer evocando a esas preciosidades y sus divinas extremidades inferiores embutidas en deliciosas medias, una corrida bien caliente y espumosa; tanto, como el agua y el jabón en que me hallaba sumergido.

Uno de esos fines de semana de permiso en que volvía a casa, tras reunir poderosas y excitantes imágenes callejeras, introduje además en el baño como complemento, una foto pequeña, rectangular y alargada, para mí igualmente excitante.

Recuerdo perfectamente como si fuera ayer, cómo, la noche anterior a nuestro permiso (la del jueves), habiendo acabado la novela de bolsillo que me encontrara leyendo entonces, dejando otra en reserva para comenzar en el autocar, y teniendo ya preparado en su mayoría el petate para el viaje, me senté algo cansado, poco antes de echarme a la cama, en un mesa de mi compañía donde otros “futuros Rambos” escribían y otros leían.

Fue mi mirada errática a dar con el ángulo superior izquierda de una revista del corazón que asomaba entre otras, de variada temática, de un montoncito encima de la mesa (un detalle de los mandos, supongo). La extraje y empecé a pasar las hojas sin fijarme demasiado en el texto, sólo para distraerme con las imágenes. De repente, al volver una de las últimas, una foto en la página de la derecha, maravillosa y perturbadora para un paji-fetich-ista de mi ralea, asaltó mi vista…

… Miré entonces a mi alrededor, para percatarme de cuán ensimismados seguían mis compañeros en sus quehaceres y, no sin antes memorizar previamente la precisa posición de la foto en la página, volteé la hoja anterior por encima de aquella en la que se encontraba mi hallazgo; como si estuviera interesado en la lectura de un artículo que se encontraba en ésta. Procedí entonces con suma cautela (pudiera ser que la revista perteneciera a alguno de mis compañeros), a arrancar despacito y a ciegas, con cuidado de no arrugarlo, el calculado rectángulo que contenía la excitante imagen. Después la guardé cuidadosamente, para que no se estropeara (sobre todo la parte de abajo del largo del rectángulo, la que más me interesaba), entre dos tarjetas dentro de mi cartera, que estaba bajo llave en mi taquilla.

Allí estaba yo aquel fin de semana, una vez más en el deseado baño lleno de agua caliente y espumosa. Saqué entonces, secándome bien la mano derecha con una mullida toalla (como zurdo que soy, a la izquierda le reservaba “otro cometido”), la foto escondida entre las páginas de la nueva novela empezada en el autocar ese mismo día, y que reposaba entonces en un taburete al lado de la bañera. La coloqué bien situada encima del libro y lo giré buscando el óptimo ángulo de visión desde mi acuática posición.

La foto era la de una figura femenina sentada con las piernas cruzadas. Describo la imagen empezando desde abajo:

Unos pies calzaban zapatos negros de tacón; a continuación unas pantorrillas largas y preciosas; acabadas en unas bonitas rodillas que conectaban con unos hermosos muslos. El cruce de piernas, enfundadas éstas en transparentes medias negras, ligeramente brillantes, era muy seductor; con las pantorrillas juntas y en posición forzadamente diagonal. La postura, y lo corto de la falda igualmente negra, dejaba ver buena parte de la zona femoral cercana a la nalga de la pierna superior. Más arriba, creo recordar, una blusa rosa, y siguiendo el recorrido, no sin antes toparnos con un protuberante pecho; guapa y de generosa sonrisa, mirando a la cámara, la cara de…Norma Duval (os podéis imaginar hace casi veinticinco años). Era brutal lo guapa que estaba en esa foto, y la preciosidad de piernas que lucía.

¡Cómo me ponía la fotito! ¿Cuánta leche derramé estimulado por ella, desde aquella primera paja que le dediqué en las profundidades abisales de la bañera, hasta que un día se me mojó por descuido y tuve que tirarla?... Unas cuantas, la verdad (tenía que haberla plastificado, tonto de mí).

Mientras me masturbaba, llevaba mi excitada mirada, en un enloquecido vaivén desde su sonriente y atractiva faz, hasta esas esculturales, oscuras y fascinantes piernas, y de vuelta a la cara, que miraba fijamente al fotógrafo. Pero yo imaginaba que era a mí y sólo a mí; invitándome una vez más, con esa sonrisa de superioridad y suficiencia, y conocedora de su tremebundo poder seductor, a bombear y derramar en su honor toda la endiablada leche hirviente de mis pervertidas entrañas.

Imaginaba, entre las brumas hipnóticas de cada salvaje pajote, que de repente un día, como dádiva a mi continuada devoción, la foto tomaría vida, y en un milagroso fenómeno “3D” emergería de la bidimensional instantánea uno de sus diminutos pies (que previamente habría descalzado) enfundado en su negra y sedosa envoltura, y a continuación la pantorrilla y el resto de la pierna; y que buscaría cimbreante, cual serpiente encantada, encontrarse con la boca de su adorador. Entonces yo, cual enloquecido fetichista, lamería la pequeña extremidad como si de un pequeño pirulí envuelto en seda se tratara, mientras, acelerando la masturbación, me correría de enloquecido y mareante placer, saboreando dentro de mi ávida boca la delicia de semejante manjar.

FIN
__________________
Porgi amor,
qualche ristoro
al mio duolo, a miei sospir!
O mi rendi il mio tesoro,
o mi lascia almen morir!
(Le nozze di Figaro / Wolfgang A. Mozart)

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foto, pajifetichista, recuerdos, vol


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