La parada del diecinueve - Foro Spalumi

    
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Antiguo 11-11-2010, 11:55
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La parada del diecinueve




Hay historias que merecen ser relatadas como si de un sueño se tratase. En ocasiones, la vida nos muestra su lado más real, su cara más alegre, su sabor más dulce, y es tanto y tan magnífico que no queremos salir nunca. Lo que ocurrió en aquella ocasión fue una casualidad mayor, de dimensiones cósmicas pues, se puede decir así, se conocieron en un universo. Ella podía haber sido una mujer cualquiera de las que ofrecían sexo a cambio de dinero, pero en el momento que apareció en aquella parada de autobús, Ernesto tuvo claro que no lo era.


La parada del diecinueve

Llegó caminando y lo hacía como una graciosa geisha. De rasgos latinos, Elisabeth no mediría más de un metro sesenta y estaría en los primeros años de la cuarentena. Vestía completamente de negro y era menuda y morena. Un grueso abrigo negro tapaba todo su cuerpo y le protegía de la noche fresca y ventosa. La prenda, grande, le llegaba casi hasta los pies, lo que le hacía dar pasitos cortos como los que lanzan esas enigmáticas damas orientales. Atenazaba por el frío, llevaba las manos bien metidas en los bolsillos, los hombros encogidos y la barbilla hundida en las solapas levantadas. Apenas se le veía la cara. Sus facciones delimitaban un rostro armonioso del cual destacaban unos ojos oscuros y vivos. Al compás de cada soplo, su melena suelta devolvía brillos nocturnos de limpísima negrura y toda ella desprendía seriedad y aplomo en cantidad suficiente como para intimidar. Realmente no parecía una lumi.

-Hola, ¿Eres tú?-, preguntó ella sacando tímidamente el dedo índice por la manga del abrigo.
-Sí, creo que sí- dijo Ernesto con tono precavido. -¿Tú eres... Elisabeth?-
-Sí, soy yo-
-¡Ah, hola! Sí, soy Ernesto, encantado-
-Igual- contestó ella mientras acercaba su mejilla a la de él.

Tras dos besos de presentación y cruzar unas breves palabras, dirijieron sus pasos hacía la casa de ella. En el camino, Elisabeth le preguntó sobre su profesión, sobre por qué un hombre como él recurría al sexo de pago y también otras cuestiones que hiló con frases hábiles y directas, inspiradas en los temas que surgieron en los varios correos que cruzaron antes de citarse. Elisabeth prefería a los hombres maduros, pues confiaba en que tenían la cabeza en su sitio. Tampoco quedaba con hombres obesos, y hacía esto mas por lógica biológica que por prejucio, pues no tenía problema en formar pareja con un hombre "rellenito", pero sabía que era difícil ofrecer un encuentro agradable con un desconocido total si, al menos, no tenía un físico agradable. Nunca eran preguntas baladíes, pues en sus parámetros para lograr el dinero que había decidido ganarse con su cuerpo, no admitía estar con un hombre cualquiera. Ella tampoco se consideraba una mujer vulgar. Lo que Elisabeth esperaba de esa primera conversación era averiguar si iba a estar con un hombre que le atrajese en algo. De no ser así, se volvería al piso ella sola, condición que avisaba a sus posibles clientes desde el primer momento. Pero en poco tiempo entablaron una conversación
dinámica, por lo que a Ernesto le fue permitido acompañarla hasta más allá de la primera esquina, donde varios se habían quedado antes.

Después de callejear varias manzanas en la penumbra del barrio dormido y silencioso, Ernesto y Elisabeth llegaron al portal y subieron las escaleras charlando animadamente, como si se conocieran desde hace tiempo. Jorge Luis, el vecino del primero B, gruñó y se giró bajo la pesada manta mascullando algo a los del rellano. Abrieron la puerta chirriante y entraron directamente hasta una de las habitaciones. Colgaron la ropa e hicieron breves comentarios sobre el piso. Luego Elisabeth trajo unas bebidas que Ernesto aceptó gustosamente y, tras dar unos sorbos, le pidió pasar a la ducha, momentos que ella aprovechó para ordenar un poco la habitación.

Éste era un cuarto alquilado, de esos de estudiantes, pequeño y recién higienizado con una última mano de pintura. Al fondo había una cama de reducidas dimensiones y bajo una pequeña ventana de aluminio una mesita redonda sobre la cual reposaba un ventilador y algunas bolsas que ocultaban su contenido. Una gran librería de baldas de madera blanca de pino cubría pared de la izquierda. En ella reposaban varios montones de libros bien ordenados y algunas carpetas con papeles. Unos cuantos pares de zapatos y sandalias descansaban en la parte baja del mueble. La pared de la derecha estaba limpia de toda decoración. Él salió del baño y entró en la habitación. Ella sonrió y se fue diciéndole que volvería enseguida.

Unos minutos más tarde, se sentaron juntos en la cama y continuaron con la conversación con los cabellos húmedos. La luz tenue de una farola entraba a través del fino visillo de la ventana y daba a la habitación un particular tono anaranjado. Desde la calle llegaba el canto gutural y dormido de un borracho errante. Por primera vez se miraron a los ojos y contemplaron con detenimiento a la persona que tenían delante. Ambos escudriñaron sus facciones y se dieron cuenta de que se gustaban. -¡Bien!-, pensó Ernesto, -Dinero bien aprovechado-. Por su parte, ella reflexionó agradecida por su buena suerte esa noche. -Es un hombre interesante, hum-. Sonrió enseñando los dientes.

Ernesto era alto y bien parecido. Moreno de pelo muy corto y facciones marcadas, poseía un cuerpo atlético que Elisabeth valoró como atractivamente masculino. Por un lado, ella sabía a lo Ernesto había venido, pero por otro, su inexperiencia le hacía dudar cómo actuar en estos casos, por lo que decidió seguir hablando. Esperaría un poco más a ver si él daba el primer paso.
Sentía su cuerpo frío y daría tiempo a su corazón caliente.

Ese aparente desinterés que mostraba hacia ella la excitó por momentos.
Tal y como esperaba, cuanto más charlaba con él, más le gustaba. Veía su boca moverse e imaginó cómo rozaría sus labios vaginales. Una pequeña convulsión subió desde su pubis por todo su cuerpo. Entonces se esforzó por volver a la conversación.
-¿No has hecho esto muchas veces, verdad?-, le preguntó Ernesto confiado mientras se echaba hacia atrás en la cama.
-¿Eso crees? Estás equivocado. He quedado más veces-, dijo orgullosa reprimiendo desvelar una cantidad que seguramente sonaría escasa.
-Pues no lo parece-, replicó Ernesto.
-Te noto como extraña. Ya sé que no eres una...-, dudó unos instantes guardando la palabra en la boca, -...Una prostituta normal, quiero decir, pero tampoco te veo suelta. Que no me importa, pero que te noto, eso, rara. ¿Estás bien?-.
-Sí, estoy bien. Eres una persona agradable y estoy a gusto contigo-, añadió Elisabeth inclinando su pecho sutilmente hacia él para retomar las riendas de la situación.

Sus senos se marcaban como frutas majestuosas y el escote de la bata floreada dejaba ver un un canalillo que mostraba dos turgentes guijarros que flotaban sobre el río rosado y tibio de su respiración, la misma que hacía subir y bajar el torso ofreciendo un irresistible baile seductor. Tal y como esperaba, Elisabeth observó como Ernesto comenzaba a mirarla de reojo entre frase y frase pero, como él no hizo ademán de disimularlo, ambos terminaron por cruzar sus miradas con la picardía corriendo por sus venas. Entonces Ernesto aproximó despacio sus labios a los de ella, mas se detuvo a cierta distancia. Elisabeth dudó el instante necesario para quitarse de la cabeza la certeza de que lo estaba haciendo por dinero, después se dejó llevar. No se había equivocado, Ernesto besaba muy bien. El autobús cerró sus puertas, el freno hidráhulico resopló y el vehículo comenzó a deslizarse por la avenida con dos pasajeros menos, unos amantes que habían quedado atrapados y envueltos en un halo de irrealidad propio del sueño más feliz, de esos de los que uno desea no despertar nunca.



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Antiguo 11-11-2010, 12:17
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MP, eres un poeta.....


Cita:
Iniciado por Marco_Palo Ver Mensaje


Hay historias que merecen ser relatadas como si de un sueño se tratase. En ocasiones, la vida nos muestra su lado más real, su cara más alegre, su sabor más dulce, y es tanto y tan magnífico que no queremos salir nunca. Lo que ocurrió en aquella ocasión fue una casualidad mayor, de dimensiones cósmicas pues, se puede decir así, se conocieron en un universo. Ella podía haber sido una mujer cualquiera de las que ofrecían sexo a cambio de dinero, pero en el momento que apareció en aquella parada de autobús, Ernesto tuvo claro que no lo era.


La parada del diecinueve

Llegó caminando y lo hacía como una graciosa geisha. De rasgos latinos, Elisabeth no mediría más de un metro sesenta y estaría en los primeros años de la cuarentena. Vestía completamente de negro y era menuda y morena. Un grueso abrigo negro tapaba todo su cuerpo y le protegía de la noche fresca y ventosa. La prenda, grande, le llegaba casi hasta los pies, lo que le hacía dar pasitos cortos como los que lanzan esas enigmáticas damas orientales. Atenazaba por el frío, llevaba las manos bien metidas en los bolsillos, los hombros encogidos y la barbilla hundida en las solapas levantadas. Apenas se le veía la cara. Sus facciones delimitaban un rostro armonioso del cual destacaban unos ojos oscuros y vivos. Al compás de cada soplo, su melena suelta devolvía brillos nocturnos de limpísima negrura y toda ella desprendía seriedad y aplomo en cantidad suficiente como para intimidar. Realmente no parecía una lumi.

-Hola, ¿Eres tú?-, preguntó ella sacando tímidamente el dedo índice por la manga del abrigo.
-Sí, creo que sí- dijo Ernesto con tono precavido. -¿Tú eres... Elisabeth?-
-Sí, soy yo-
-¡Ah, hola! Sí, soy Ernesto, encantado-
-Igual- contestó ella mientras acercaba su mejilla a la de él.

Tras dos besos de presentación y cruzar unas breves palabras, dirijieron sus pasos hacía la casa de ella. En el camino, Elisabeth le preguntó sobre su profesión, sobre por qué un hombre como él recurría al sexo de pago y también otras cuestiones que hiló con frases hábiles y directas, inspiradas en los temas que surgieron en los varios correos que cruzaron antes de citarse. Elisabeth prefería a los hombres maduros, pues confiaba en que tenían la cabeza en su sitio. Tampoco quedaba con hombres obesos, y hacía esto mas por lógica biológica que por prejucio, pues no tenía problema en formar pareja con un hombre "rellenito", pero sabía que era difícil ofrecer un encuentro agradable con un desconocido total si, al menos, no tenía un físico agradable. Nunca eran preguntas baladíes, pues en sus parámetros para lograr el dinero que había decidido ganarse con su cuerpo, no admitía estar con un hombre cualquiera. Ella tampoco se consideraba una mujer vulgar. Lo que Elisabeth esperaba de esa primera conversación era averiguar si iba a estar con un hombre que le atrajese en algo. De no ser así, se volvería al piso ella sola, condición que avisaba a sus posibles clientes desde el primer momento. Pero en poco tiempo entablaron una conversación
dinámica, por lo que a Ernesto le fue permitido acompañarla hasta más allá de la primera esquina, donde varios se habían quedado antes.

Después de callejear varias manzanas en la penumbra del barrio dormido y silencioso, Ernesto y Elisabeth llegaron al portal y subieron las escaleras charlando animadamente, como si se conocieran desde hace tiempo. Jorge Luis, el vecino del primero B, gruñó y se giró bajo la pesada manta mascullando algo a los del rellano. Abrieron la puerta chirriante y entraron directamente hasta una de las habitaciones. Colgaron la ropa e hicieron breves comentarios sobre el piso. Luego Elisabeth trajo unas bebidas que Ernesto aceptó gustosamente y, tras dar unos sorbos, le pidió pasar a la ducha, momentos que ella aprovechó para ordenar un poco la habitación.

Éste era un cuarto alquilado, de esos de estudiantes, pequeño y recién higienizado con una última mano de pintura. Al fondo había una cama de reducidas dimensiones y bajo una pequeña ventana de aluminio una mesita redonda sobre la cual reposaba un ventilador y algunas bolsas que ocultaban su contenido. Una gran librería de baldas de madera blanca de pino cubría pared de la izquierda. En ella reposaban varios montones de libros bien ordenados y algunas carpetas con papeles. Unos cuantos pares de zapatos y sandalias descansaban en la parte baja del mueble. La pared de la derecha estaba limpia de toda decoración. Él salió del baño y entró en la habitación. Ella sonrió y se fue diciéndole que volvería enseguida.

Unos minutos más tarde, se sentaron juntos en la cama y continuaron con la conversación con los cabellos húmedos. La luz tenue de una farola entraba a través del fino visillo de la ventana y daba a la habitación un particular tono anaranjado. Desde la calle llegaba el canto gutural y dormido de un borracho errante. Por primera vez se miraron a los ojos y contemplaron con detenimiento a la persona que tenían delante. Ambos escudriñaron sus facciones y se dieron cuenta de que se gustaban. -¡Bien!-, pensó Ernesto, -Dinero bien aprovechado-. Por su parte, ella reflexionó agradecida por su buena suerte esa noche. -Es un hombre interesante, hum-. Sonrió enseñando los dientes.

Ernesto era alto y bien parecido. Moreno de pelo muy corto y facciones marcadas, poseía un cuerpo atlético que Elisabeth valoró como atractivamente masculino. Por un lado, ella sabía a lo Ernesto había venido, pero por otro, su inexperiencia le hacía dudar cómo actuar en estos casos, por lo que decidió seguir hablando. Esperaría un poco más a ver si él daba el primer paso.
Sentía su cuerpo frío y daría tiempo a su corazón caliente.

Ese aparente desinterés que mostraba hacia ella la excitó por momentos.
Tal y como esperaba, cuanto más charlaba con él, más le gustaba. Veía su boca moverse e imaginó cómo rozaría sus labios vaginales. Una pequeña convulsión subió desde su pubis por todo su cuerpo. Entonces se esforzó por volver a la conversación.
-¿No has hecho esto muchas veces, verdad?-, le preguntó Ernesto confiado mientras se echaba hacia atrás en la cama.
-¿Eso crees? Estás equivocado. He quedado más veces-, dijo orgullosa reprimiendo desvelar una cantidad que seguramente sonaría escasa.
-Pues no lo parece-, replicó Ernesto.
-Te noto como extraña. Ya sé que no eres una...-, dudó unos instantes guardando la palabra en la boca, -...Una prostituta normal, quiero decir, pero tampoco te veo suelta. Que no me importa, pero que te noto, eso, rara. ¿Estás bien?-.
-Sí, estoy bien. Eres una persona agradable y estoy a gusto contigo-, añadió Elisabeth inclinando su pecho sutilmente hacia él para retomar las riendas de la situación.

Sus senos se marcaban como frutas majestuosas y el escote de la bata floreada dejaba ver un un canalillo que mostraba dos turgentes guijarros que flotaban sobre el río rosado y tibio de su respiración, la misma que hacía subir y bajar el torso ofreciendo un irresistible baile seductor. Tal y como esperaba, Elisabeth observó como Ernesto comenzaba a mirarla de reojo entre frase y frase pero, como él no hizo ademán de disimularlo, ambos terminaron por cruzar sus miradas con la picardía corriendo por sus venas. Entonces Ernesto aproximó despacio sus labios a los de ella, mas se detuvo a cierta distancia. Elisabeth dudó el instante necesario para quitarse de la cabeza la certeza de que lo estaba haciendo por dinero, después se dejó llevar. No se había equivocado, Ernesto besaba muy bien. El autobús cerró sus puertas, el freno hidráhulico resopló y el vehículo comenzó a deslizarse por la avenida con dos pasajeros menos, unos amantes que habían quedado atrapados y envueltos en un halo de irrealidad propio del sueño más feliz, de esos de los que uno desea no despertar nunca.



Viajo mucho por Madrid en tren, metro y autobus....me identifico con tu relato. Cuantas ocasiones con fantasias vividas, pero claro está, nunca se ha marchado el metro, tren, o autobus sin dos pasajeros menos....
Pero quien sabe, la vida da muchas vueltas....y un día..

Salu2
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  #3  
Antiguo 11-11-2010, 12:34
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Sabio supremo
 
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Como en este hilo no se pueden dar las gracias, no me queda más remedio que valorar aquí la excelente prosa de este entretenido y delicado relato.

Que sí, que ya sé que existen los mp pero las alabanzas se deben hacer en público y las críticas en privado. Es lo que me enseñó mi papá.
__________________

Usuario esporádico. Modo vago on.
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  #4  
Antiguo 11-11-2010, 23:50
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Párvulo
 
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Agradecido 29 Veces en 3 Posts
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Soberbio relato, Marco Palo. No pretendo darle coba, pero en el poco tiempo que llevo por estos lares, los posts que más me han gustado han sido suyos. Además de éste, sus experiencias con la comercial madura y con la insulsa. Enhorabuena.
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  #5  
Antiguo 14-11-2010, 02:27
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Amiga del foro
 
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Ubicación: Madrid
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Mensajes: 40
Gracias: 0
Agradecido 0 Veces en 0 Posts
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¡Qué autobús más interesante


Aunque sé que conoces mi opinión acerca de tu manera de ser y de hacer, me alegro de poder decirte que me ha mantenido interesada hasta el último punto. sobre todo porque es un relato que irradia sensualidad sin necesidad de ser explícito.

La elegancia de la descripción de los personajes, somera pero suficiente y la atracción que se respira entre ambos está contada como algo vivido.

Espero que haya más, muchos más querido Marco.

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