La putilla del Moulin Rouge - Foro Spalumi

    
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La putilla del Moulin Rouge


Antes de empezar, quiero que quede claro que esta historia pertenece a un amigo, lector del foro, que no está registrado y no quiere ser identificado en base a los innumerables detalles que aporta. Al mismo tiempo, su texto ha sido completamente reescrito, de forma que la experiencia es totalmente suya, pero la literatura, el estilo, son míos y sólo míos.

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Tenía una dura jornada de trabajo el último día de la jornada laboral en una luminosa ciudad de nuestro hermoso litoral levantino ("curraba un viernes en Valencia", decía el texto de mi amigo).

Como no hay nada mejor que recibir un masaje tras terminar el trabajo, intenté reservar uno terapéutico a través de los anuncios, incluso con varios días de antelación, pero no encontré a nadie libre para esa hora tan tarde, ya en el fin de semana. Por fin dí con uno que ofreciendo más o menos claramente un final erótico tenía un precio incluso inferior al de un masaje totalmente decente. Aceptando el riesgo, llamé. La chica me dijo que un masaje así no se podía reservar con varios días de anticipación, que eso se pedía sobre la marcha, que no se podía fiar de que yo apareciera. Tuve que llamarla dos veces más para estar seguro de que no me dejaría colgado.

Aunque el día indicado llegué a su piso temiendo cualquier cosa, debido al precio, los primeros detalles me gustaron. Ella tenía un aspecto agradable, ni joven ni mayor, delgada y simpática. Sólo resultaba extraño que recibiera con corsé y ligueros, en colores negros y rojos, con un vestidito de cancán como los que salían en el Moulin Rouge y popularizó Tululo-III, tal y como escribió un alumno el nombre del famoso pintor impresionista, según La antología del disparate.

La casa estaba ordenada y limpia y la camilla era muy profesional, no recuerdo si era con mecanismo automático de ascenso y descenso o con calentamiento incorporado, pero de las caras.

Me tumbé boca abajo y durante media hora no intercambiamos palabra. Al darme la vuelta le dije que tenía buenas manos, que se notaba que sabía dar masajes. El comentario la animó y me contó que, efectivamente, había estado varios años en un sitio de masaje terapéutico, que lo había dejado después de que muchos clientes le repitieran que ganaría mucho más con el masaje erótico. Eran dos compañeras y la otra también se había cambiado a esto.

De repente me soltó, así sin más, que sin embargo a ella "la follaban mucho menos que a su amiga". Tanto la forma como el fondo de la frase me sorprendieron. Lo notó y me dijo que es que yo había visto su anuncio más recatado, pero hacía otros servicios, incluyendo el de ser follada por 80 euros, pero que pocos clientes se lo pedían, a diferencia de su amiga. Me sentí obligado a decirle inmediatamente que yo la veía muy "follable", que si no me la follaba ahí mismo era porque estaba muy agustito recibiendo el masaje. Pero ella insistía en que a su amiga la follaban más, y eso que estaba algo gordita y aparentemente no era tan atractiva.

El caso es que con el uso tan directo del lenguaje y otras bromitas empezamos a reirnos y ya boca arriba estuvimos todo el rato hablando, mientras me contaba muchos detalles del trato con los clientes, lo que a veces le proponían, lo que a ella le gustaba, etc., mientras avanzábamos hacia el habitual final de estas terapias. Final del masaje que es completamente prescindible en esta historia, que se centra en otros aspectos de este encuentro, pero que no por ello voy a dejar de compartir.

Y es que, de tanto reirnos y de tomar confianza, se me ocurrió decirle que espabilara, que yo controlo bastante y soy de eyaculación retardada, a ver si por tanto hablar se iba a tirar luego una hora para llegar a la culminación. Esto no hizo más que picarla y ya desde ese momento empezó a utilizar todo tipo de recursos, eso sí, manuales y verbales, pero no orales, para acelerar el proceso. Debe ser una de las pocas veces de mi vida, quizás la única, en la que he llegado al orgasmo mientras me descojonaba de risa, valga la redundancia, y todo ello mientras me decía frases del tipo "Qué, cabronazo, creías que podías controlar esto" y otras igualmente cariñosas. Fin de la digresión.

Me iba vistiendo cuando le dije que yo sabía cómo hacer que la follaran más. Debido a la increíble precisión, detalle y realismo de mi relato, el lector tiene tantos datos como yo tenía a la hora de hacerle esta propuesta, por lo que bien puede imaginar por sí mismo lo que yo le iba a proponer. Por darle más suspense, le hice prometer que cumpliría lo que yo sugiriera, al menos para probar una vez, y no se lo conté hasta tener su asentimiento.

"Pues mira, cuando te cruces con la primera vecina de esta casa, te fijas cómo va vestida y te vistes exactamente igual que ella, vaya como vaya. De vaqueros, traje chaqueta, lo que sea. Y el masaje lo das exactamente con esa ropa, sin quitarte nada de nada."

Me di cuenta de que no entendía la razón de hacer tal cosa, primero por su cara de incredulidad y luego por la frase "Y, haciendo eso, ¿por qué razón me van a follar más?" Le expliqué que muchos hombres no quieren follar sólo porque sí y no les apetece tirarse a una profesional vestida de putilla, con perdón, sino que les hace ilusión creerse que han ligado con una chica normal y corriente, que han sido capaces de seducirla, y que para eso la chica tiene que vestir como una chica normal y corriente, y no desnudarse a la primera, sino mostrando la misma natural reticencia de una chica normal y corriente.

Empezó a pillarlo, porque recordó enseguida dos detalles que le cuadraban con eso. Uno, que así actuaba exactamente su amiga la "más follá", que se limitaba a pintarse los labios, sin usar ropa especialmente sexy. Otro, que una vez un cliente, enterado de que ella estaba fuera de casa, había ido corriendo hasta su portal para ver si la pillaba llegando en ropa de calle.

Estaba ya muy convencida de probar, por lo que intenté el golpe maestro. Le dije que no sólo tenía que imitar la vestimenta exterior, sino también la de dentro. Que se comprase un suje deportivo, nada de puntillitas, blondas ni encajes, y encima se colocara un top, por si acaso. Y lo fundamental, braguitas de todo a cien, blancas y de algodón, dos tallas mayores que la suya y que sobresalieran claramente sobre la cintura del pantalón o de la falda, lo que le hubiera tocado. Pero ahí ya se plantó. Me dijo que de eso nada, que lo otro lo entendía, pero que ella necesitaba sentirse sexy y que con esa ropa estaría muy a disgusto.

Bueno, como quieras, le dije, pero haz lo otro. Yo había intentado este remate más que nada como toque final para fijar conceptos, para que le quedara claro el tipo de imagen que debía dar a fin de convertir su imagen de mujer fácil en un oscuro objeto de deseo.

Lo habíamos pasado bien, pero eso no fue obstáculo para que me cobrara la media hora de más que a petición mía había durado el masaje, lo que me pareció perfecto porque esto es su trabajo, y las risas y la confianza, e incluso el consejo, se dan y se reciben sin ningún tipo de contrapartida.

Le dije "te llamaré en una semana, a ver qué tal te ha ido", y me fui.

Esperé en realidad dos semanas: "Soy el del consejo sobre la forma de vestir, ¿me has hecho caso?". Me contestó escuetamente: "Sí, y estoy ganando el triple". No me dijo más nada, ni falta que hacía. Sólo le pregunté: "¿Y te has puesto las bragas de todo a cien?". "Eso sí que no, ya te dije que no lo haría". "Pues ganarías el cuádruple", improvisé con poca gracia. "Te iré a ver si vuelvo algún día a Valencia". "Cuando quieras".

No he vuelto a la ciudad del Turia y las Fallas, y si volviera seguramente no volvería a quedar con ella. Al igual que los relatos que, llegados un punto, tienen que acabar, también en la vida hay situaciones que es mejor dejar así, como han quedado en un momento dado. Nada podría mejorarlas y, estoy seguro, existen mil posibilidades de estropear su recuerdo.
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del, moulin, putilla, rouge


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