Holaaa
LOS CABALLEROS DE THALAMI ROTUNDI
INTRODUCTIO
Corría el año 493 de nuestra era, como diría Casar Vidal, cuando Lucio Artorio Casto, conocido “dux bellorum”, acudía con sus huestes de guerreros británicos y sármatas, partiendo de sus cuarteles en “Camulodunum”- ver “Asterix en Bretaña - a plantar batalla a los invasores sajones y anglos a quienes derrotó en la batalla de “Mons Badonicus” y obligándoles a firmar la “Pax perpetua”.
Tras esta hazaña, Lucio Artorio, se hizo nombrar sucesivamente “Magíster Militum”, “Regissimus Britanniarum” y Emperador. Finalmente murió en el año 514 en el fuerte de Avallaba.
Este Lucio Artorio Casto es el que, curiosamente, nos han vendido como “King Artur” en una película del año 2004 y, más curiosamente todavía, como El Rey Arturo y sus caballeros de la Tabla Redonda. Digo curiosamente porque no era general de un Imperio Romano cuya última legión abandonó la isla el año 410, año en que fueron corriendo a Roma a defenderla de Alarico I, y que dejó de existir cuando, en el 480, murió su último emperador, Flavio Julio Nepote.
La otra versión, la de los caballeros y tal, solo se parece en que Camulodunum era Camelot, Avallaba era la mítica Avallon y Ginebra era su segunda esposa, antes su criada. Es más fantástica pero la más bonita de las tres.
RELATIO
Mientras el Rey Arturo ese y sus caballeros andaban a vueltas con su Tabla Redonda, muy lejos de allí, en la que fue la provincia romana de Hispania, en el valle de Pincia, cerca de la romana villa de Septimanca, la de las siete manos, un hombre, cubierto con un viejo sayo de lana marrón, galopaba en dirección al castillo.
- Mi amo, mi amo – gritaba con urgencia mientras atropelladamente descabalgaba.
- Mi amo. Se ha estropeado el heliógrafo, no recibimos ninguna luz y, sin embargo, el sol brilla en el firmamento
El caballero Ubimetibusme que así se llamaba el dueño del castillo, Ubi para los allegados, miró perplejo a Monitorio, el encargado del faro de señales y le acosó con toda clase de preguntas. Pero no hallaron explicación alguna.
Ubi, sin pérdida de tiempo, seleccionando sus mejores monturas, envió mensajeros a todos los puestos de señales de la comarca y todos volvieron con la misma preocupante noticia. Los heliógrafos habían dejado de reflejar sus mensajes.
Sin pensarlo dos veces hizo sus preparativos y a pesar del mal tiempo reinante, viajó día y noche, a través de las grandes estepas y de las escarpadas cordilleras hasta una pequeña aldea, del otro lado del bosque llamado “Pardeo” por los lugareños.
A las afueras de la aldea, penetró en una pequeña gruta cuya oculta entrada solo él y unos pocos caballeros mas conocían. Sabía que los encontraría allí, estaba seguro. Eran los caballeros de “Thalami Rotundi”, una vieja orden que se creía extinguida y que proseguía su andadura en el más completo anonimato, con una perseverancia y una discreción aún mayores que las de los legendarios “Staurofilàkes”.
Estos arcanos caballeros tenían la tradición de ponerse bajo la advocación y al servicio de una dama a la que consideraban su reina y señora. Con el paso de los siglos, la “regina eis” cambiaba y los caballeros también pero no la abnegación en su servicio.
Allí estaban sus viejos compañeros. Quasirrealibus, KumFerres, Nikelodeon, Sinejolgorios y otros más. A todos los había traído la misma inquietud. En sus territorios tampoco funcionaban los faros de señales y no podían ponerse en comunicación con su señora.
Cavilando y reuniendo datos, algunos solo rumores, llegaron a la conclusión de que detrás de todo esto tenía que estar el malvado Acidus Botulimicus. Un perverso ser, algunos dudaban incluso que fuera humano, que siempre urdía toda clase de planes y buscaba los mas potentes conjuros para perjudicar a la “regina” de estos caballeros.
Eomgué, que así se llamaba tan singular dama, estuvo en tratos, mucho tiempo atrás, con el malvado Botulimicus quién con engaños y extraños sortilegios y encarnándose en distintas naturalezas, estuvo a punto de apresarla y arrebatarla su belleza. Pero Eomgué, apercibida de las aviesas intenciones del maligno, pudo huir a tiempo y ocultar su paradero. Desde entonces solo se puso en contacto con sus caballeros por medio de los heliógrafos, aunque se dice que el caballero Sinejolgorios había logrado verla allá por la tierras de Lutecia. Sinejolgorios guardó un gran sigilo a ese respecto por si caía en manos de sus enemigos. No quería darles pistas.
Decidieron los caballeros enviar espías a la corte de Botulimicus para ver de avriguar si éste era el culpable del prodigio que los tenía incomunicados con su dama y, de ser así, en que consistía su maleficio. Resultó de las pesquisas que el malvado, reforzado con las maléficas fuerzas del Averno, había hechizado a algunos “moderantios”, antigua secta de adoradores del sol, que tenían poder sobre sus potentes rayos, consiguiendo que mutasen y no se reflejaran en los espejos. Pudieron conseguirlo mediante la arcana magia conocida por los iniciados como “filus clauso”. Magia muy poderosa que estaba más allá de las posibilidades de los caballeros y de sus hechiceros, los “jaqueranios”.
Solo había una salida, enviar urgentemente un comisionado hasta la comarca de Camulodunum, en los confines de las Tierras de Albión, a pedir ayuda al poderoso mago Merlín.
Para ello fue elegido el valiente caballero Ubi, quien arrostrando nosecuantos peligros y algunos más, logró ponerse en contacto con Merlín, que en esta ocasión si que estaba disponible y no se había ido a reunirse con Panoramix y otros amigos en el bosque de los “Cornetes”.
Ubi explicó al famoso mago la terrible situación por la que pasaban la hermosa Eomgué y sus caballeros del “Thalami Rotundi”. Al cabo de unos días Merlín proporcionó a Ubi un voluminoso fardo y dándole todas las explicaciones necesarias le despidió desde las puertas de Avallaba, junto al Muro de Adriano.
Nuestro intrépido caballero emprendió, no sin antes arranca de una piedra y llevarse de recuerdo una vieja espada que nadie sabía para que estaba allí, un rápido y no menos peligroso viaje de regreso hasta la gruta del bosque de “Pardeo”.
Del fardo que traía extrajeron unos extraños cristales con los que sustituyeron los de sus heliógrafos y orientados según unas cartas astrales que Merlín incluyó en el lote, concentraron todos los rayos del sol sobre el castillo del malísimo Acidus Botulimicus que quedó mas tostado que un guerrero de la lejana Nubia.
Así y con la proverbial generosidad de estos caballeros, que no castigaron por sus malas acciones a los “moderantios” corruptos, pudieron reunirse de nuevo con su venerada reina Eomgué y vivieron felices en su “thalamo rotundo” donde ella les prodigaba toda clase de……atenciones.
Y colorín, colorado……..este cuento habrá terminado? o tendrá continuación.
“Eis clavem habent” FINIS
AUCTORIS NOTAE
Se cree, aunque no está documentalmente probado, que la orden de “Thalami Rotundi” todavía existe e incluso que siguen usando el heliógrafo para citarse, no se sabe bien con que fines.
Aquellos extraños cristales proporcionados por Merlín, fueron redescubiertos siglos más tarde, por el gran creador de tendencias Risto Megide, y utilizados para confeccionar una variedad muy exclusiva de gafas de sol.
Entre el bosque de “Pardeo” y un río situado algo mas al sureste, que tomó nombre de un
próximo huerto de manzanas, acabaría edificándose una gran urbe, pero “esa es otra historia”
Cualquier parecido, entre esta narración y la realidad, no es coincidencia es completamente intencionado.
Es posible que algunos lectores, debido a referencias indirectas o a determinadas alusiones, sobre las cuales no poseen antecedentes, no alcancen a comprender todo el significado de algunos pasajes. A ellos les pido disculpas. A los que se sientan aludidos: “Patientia et perpessio probi proprius virtutes sunt”
Saluditos
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