No era la más alta...
"N. del A.: Con motivo de una reciente concentración de foreros, y reconocimiento de las excelsas cualidades de nuestras queridas amigas, tuve la ocasión de conocer a una deliciosa criatura, conocida en este foro, y que los más avispados lectores muy probablemente reconozcan a través del relato. No obstante, al tratarse de una ocasión especial, entiendo que no procede considerarlo experiencia y por eso obvio ficha, datos (incluido nombre) etc. Sólo quede aquí este humilde homenaje a las virtudes de una representante de este maravilloso colectivo de seres excepcionales que tanta alegría, tanto consuelo y tanta dicha nos saben transmitir. Va por todas, representadas en ella. Y pido disculpas por la paráfrasis, hecha con todo respeto y admiración, del impar Alatriste y su comienzo.
Otrosí digo. Si la reconocéis, por favor, no lo pongáis en el foro, para respetar su intimidad, ya que lo relatado no pertenece propiamente a su actividad profesional. Pero los tres primeros que me envíen un mensaje privado con el nombre por el que es conocida recibirán un regalo de mi parte. Muchas gracias."
No era la más alta, ni la más esbelta, ni la mas rubia. Sus curvas no eran las más canónicas, ni su figura la más modélica, aunque su mirada sí se encontraba entre las más tiernas, su piel entre las más suaves, y su sonrisa entre las más dulces. Perdida en el maremágnum de la fiesta, entre diosas de todos los colores, de pechos turgentes —algunos demasiado gracias a las pecadoras habilidades de los magos del bisturí— y extremidades salomónicas, a priori nadie podría sospechar ni imaginar qué hacía entre aquellas divas de la sensualidad.
Sin embargo, bastaron apenas unas palabras, una dulce conversación en una lengua hermana y cantarina, una tímida charla, un cruce de miradas para comprender que era diferente. Y no por su apariencia física, absolutamente alejada de cualquier canon de belleza obligatoria, y más aún de las ridículas modas imperantes, por mor de unos dictadores de normas ajenos a la auténtica hermosura, entre la androginia y la anorexia. No, nada más lejos de la realidad.
Aquellas miradas, aquellas palabras, un tacto de seda, una sonrisa tristemente evocadora hicieron mucho más que todas las ondulaciones anatómicas que nos rodeaban. Y poco a poco, sin sentirlo, supe que era ella la predestinada a compartir conmigo unas horas de huida a otra dimensión aprovechando la vorágine de la fiesta.
Cuando al fin la tuve entre mis brazos, sin la impedimenta textil que siempre nos acompaña, me reafirmé en lo acertado de la elección. Allí, sobre el amplio lecho, la sujeción a los prejuicios estéticos careció por completo de sentido, si es que alguna vez lo tuvo. Allí sólo hubo seda en la piel, terciopelo en los labios, manantiales copiosos, sabrosos y fecundos en sus fuentes de placer. Allí, al fin nuestros cuerpos vencieron sus naturales limitaciones y buscaron con ansia, con urgencia su fusión, su conversión en uno solo. Allí al fin, rodamos por la extensa superficie, nos unimos por cuantos puntos pudimos, nos disolvimos cada uno en el otro, nos perdimos en el tiempo sin tiempo de la entrega mutua y carnal.
Al fin tuvimos que separarnos y regresar a nuestros mundos respectivos de rutina cotidiana, quedando en nuestras pieles la urgencia por unirnos de nuevo, por revivir aquellos momentos. Y no tardamos mucho.
Apenas unos días después, se conjuraron los astros en propicia alineación. Y volví a buscarla. Sin prisas, sin urgencias, volvimos a encontrarnos.
Los besos y las caricias volvieron a volar, a extenderse sobre su piel. Volví a sentir la extrema suavidad de su epidermis, volví a recorrer la calidez de todos sus rincones, volví a gozar de sus labios húmedos y ardientes, de la avidez de su boca que ansiosa me devoraba por do más pecado, y más placer, había. Volví a entrar, una, dos, mil veces en los pliegues de su interior. También en aquellos, más secretos, que la primera vez quedaron fuera de mi alcance. Volví a sentirme envuelto, absorbido, absorto en su placer y su goce, me supe causa y receptor de sus espasmos de placer, de sus gritos de triunfo. Volví a ser objeto de su dulce ataque desenfrenado, empeñada en que yo también alcanzara las cimas de las colinas del éxtasis que una y otra vez ella visitaba triunfalmente. Y lo consiguió, a fe mía. A fuerza de insistencia, de constancia, de sabiduría y sensualidad, pudo por fin extraer del fondo de mi alma toda mi esencia, toda mi virilidad acumulada que tan sólo esperaba a alguien capaz de activarla con su magnético poder.
Dos encuentros, dos momentos mágicos en los que se disuelven las fronteras de la carne, de la piel, del tiempo y del espacio. Dos ocasiones únicas de fusión con otro ser más allá de lo aparente, de lo trivial, de lo evidente. Dos gotas de eternidad, dos sorbos de pasión, dos miradas al más allá del deseo. Qué importa el dinero, qué importa el entorno, qué importa nada frente al llino del impulso, al vértigo de unos ojos, de tus ojos.
Última edición por fipe; 17-02-2011 a las 01:16
Razón: Correcciones orto-tipográficas
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Porgi amor,
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