Corría el verano de hace ya algunos años. Mientras el tórrido calor de la costa Mallorquina daba paso a esa refrescante brisa del anochecer, nos encaminamos a una nueva noche de fiesta isleña. Habíamos llegado tan solo un par de días antes para disfrutar de unas bien merecidas vacaciones y hasta ese día todo había rondado por senderos relativamente normales. De día una ración de rayos uva naturales, la búsqueda de una nueva cala que desafiase el esplendor de la conocida el día anterior y un sinfín de zambullidas en esas aguas mediterráneas que tanto echamos de menos los madrileños. Pero esa noche era distinta, lo era antes incluso de que pasara nada, lo era simplemente porque tenía que serlo. Era la noche que rompería mis esquemas y me haría pensar de una forma completamente distinta.

De camino a una conocida discoteca del paseo marítimo recibí una llamada de un buen amigo que por cuestiones profesionales no nos pudo acompañar a esta escapada. Después de interminables balbuceos e incomodas esperas me dijo que había visto a la que era mi novia con otro en un conocido pub de Madrid. Es más, me dijo que tenía pruebas de ello pues además de él estaban otros compañeros, que ella los vio y salió a toda prisa del local. Evidentemente mi primera reacción fue la de tomar el teléfono y llamarla. A esto la única contestación que recibí fue una interminable sucesión de pitidos de llamada y nadie que descolgase.

Mis amigos, decidieron tomar las riendas de la situación y casi en volandas me empujaron al interior de la discoteca. Aunque no suelo beber habitualmente, perdí la cuenta de lo que ingerí aquella noche, solamente recuerdo que cuando mi “copa” estaba terminando, siempre llegaba un amigo para cambiarla por una rebosante. En esta vida la amistad no tiene precio ni comparación, en estos momentos sabes apreciarla y los que son tus amigos de verdad, saben demostrarla.

Tras varias rondas, de pie en una de las barras del local se me acercó una mujer para pedirme fuego. Yo había visto que momentos antes la misma chica estaba charlando con un compañero y me extrañó la situación. Tras darle fuego, me dijo si quería invitarla a una copa. Mi reacción fue una mezcla de incredulidad y alegría.
Tomamos la copa y charlamos de temas intrascendentales, aunque para ser sincero yo en mi mente aún tenía lo pasado unas horas antes y no prestaba demasiada atención a lo que decía. Pero cuando terminó de pegar el último sorbo a su ron con naranja, acercó su preciosa tez a mi cara y enfrentando la boca a mi oído me dijo.
-¿Te apetece que vayamos a tu hotel?-. Creo que pasaron días antes de que pudiera articular palabra. Sinceramente, era la primera vez en mi vida y sigue siéndolo que me sucede de forma tan inesperada. Balbucee, tragué saliva y tras percatarme que de mi frente emanaba un rio de sudor logré construir una frase medio coherente. Aunque la verdad no demasiado sensata resultó ser más apropiada de lo que pensaba. -¿A cambio de qué?- le solté mientras apuraba el resto de mi ronda.

Resultó ser una “lumi”, cosa que visto con años de diferencia podría deducir por toda la situación en general, pero que en aquel momento no vi venir. Yo era una persona que se podía tachar de “clásica”, hasta se podía decir que la educación impregnada de “clichés” que había tenido, me hacía más partidario al rechazo de ese mundo que a aceptar siquiera conocerlo.
Pero esa noche cambió todo. Como suele ser normal durante la vida, una concatenación de hechos no relacionados da como resultado un solo hecho que marca tu vida y la forma de pensar que tienes.

Esa noche disfruté sin duda del mejor sexo hasta ese momento, esa noche olvidé mis prejuicios en la tercera planta de un hotel y cuando me marché de él días después, ellos, los prejuicios quedaron colgados junto a una toalla de baño bien cerquita de la cadena del WC. Pero además esa noche hablamos, reímos y disfrutamos.
Una “lumi” me abrió los ojos, no para pensar que este mundo es perfecto ni que siempre tenga que acudir a él. Me abrió los ojos para darme cuenta que nadie tiene la razón absoluta, que la más recatada de las mujeres puede ser la mayor de las “putas” y que la más normal de las “lumis” puede ser una gran mujer.

Y aquí perdido en el anonimato de una red anónima de por sí, lanzo este recuerdo tanto al que lo quiera leer como a esa, mi preciosa primera “lumi”.

Un saludo a todos y espero que os guste.