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Antiguo 04-03-2014, 17:31
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Otra historia de putas


Para Maria del Sol. De mirada dulce y triste. A la que también le gusta el amanecer

Advertencia:
Esta es una historia totalmente inventada. Todo parecido con personajes reales es pura coincidencia. O tal vez no.
No es un relato erótico, ni siquiera estoy seguro que sea ameno. Es simplemente una historia de putas



Tenía los ojos verdes,era una criatura deliciosa y le gustaba ver amanecer.
La conocí en el Ángel Azul, el típico antro de zona industrial. Un edificio de ladrillo blanco, alumbrado con luz violeta, feo y sin elegancia que fue diseñado como hotel de segunda para viajantes y terminó siendo club con ínfulas de hiperputas. Con tres mostradores, donde dos docenas de chicas ofrecían sus servicios y donde hasta había un pequeño escenario con barra, para que las chicas con vocación de stripper, los días de más aforo, montasen sus numeritos para regocijo de una variopinta parroquia dividida a partes iguales entre ejecutivillos encorbatados y obreros manuales que acababan de dejar el mono e intentado quitarse el negro de las uñas.
Lo frecuentaba con cierta asiduidad, en aquellos momentos en que mi matrimonio hacía aguas, a punto de naufragar y yo iba allí, para alargar el tiempo de llegar a casa, entretener mi frustración y tratar de limpiar mis manchas de soledad, ahogando las penas en gin tonic y alegrando el ojillo y en ocasiones algo más que el ojo, con alguna chica.
Decía llamarse Mariela, tener veintiocho años y ser de Venezuela.
En realidad se llamaba María del Amparo, que es el nombre que le dieron las monjitas que la cristianaron. Próximamente cumpliría los treinta y seis y su única relación con Venezuela era que había nacido en Ciudad Bolívar, un barrio marginal de Bogotá, en donde los niños, los perros y los gatos comparten miseria y charcos.
Cuando nació, su madre tenía 15 años y su padre era un pandillero de unos veinte que se unió a las FARC y fue muerto en un encuentro con los paramilitares cerca de Santiago de Cali en el departamento de Valle del Cauca, cuando los paramilitares estaban en pleno apogeo allá por los años noventa, dejando a Maria de los Amparos absolutamente sin cuidado, es decir, cuando se enteró ni se inmutó, pues a su padre no llego a conocerle nunca y nunca mostró ningún disgusto por su muerte
Vivió con sus abuelos, que por entonces, cuando nació ella, su abuela tenía la provecta edad de treinta y cuatro años, pues había tenido a su hija, la madre de Mariela, a la edad de diecinueve, edad avanzada para lo que se estilaba en el barrio. Y además su abuelo, que entonces no llegaba a los cuarenta, ere un hombre trabajador, cabal y honrado que mantenía y mantuvo a su prole relativamente estable y sin pasar excesiva hambre. Eso sí a base de dos y tres trabajos diarios.
Mariela, como digo, se crió y vivió con sus abuelos que al cabo del tiempo, pudieron mudarse a una calleja cerca de la Avenida Ciudad de Villavicencio abandonando la infravivienda que le sirvió de cuna durante sus primeros años.
Con una madre adolescente que se ocupó de ella, lo que puede una niña que tiene que participar con su trabajo en la maltrecha economía de una familia numerosa y voraz, con unos tíos mas o menos de su edad, e incluso uno de ellos tres años más joven, Mariela creció compartiendo cariño y miserias. Con ocho años, tenía que cuidar de su tío de cinco, mientras su madre y su abuela iban a trabajar. Una niña cuidando de otro niño.
Con catorce años y por aquello de seguir la tradición familiar, Mariela se quedó embarazada de un muchacho, guapo, pandillero y adicto al pegamento. El abuelo estuvo dispuesto a hacer frente a aquella boca de más y Mariela tuvo una niña, con problemas durante el parto por lo que nació con una parálisis cerebral infantil.
Mariela sorprendentemente para su edad, se desvivió por ella y la cuido y la mimó hasta que una neumonía se la llevo con nueve años., cuando la niña que apenas hablaba había aprendido a comer sola.
Cuando Mariela se quedo sin nadie a quien cuidar, pensó que tal vez era el momento de buscar otros horizontes más halagüeños.
Su madre llevaba ya dos años, trabajando en el servicio doméstico, en esta nuestra España cuando nos creíamos ricos, y cuando España iba bien, eso sí, bien directo hacía un desastre económico. Pero en aquel entonces y para una chiquilla joven guapa y decidida, esto le parecía el paraíso prometido.
Así que aterrizó en Madrid con una maleta llena de ilusiones dos años antes que el odio y la intransigencia reventasen unos vagones de tren llevándose por delante a su madre que viajaba en uno de los trenes y el pequeño control que ejercía sobre ella.
Toda su familia viajo a España para el funeral ayudados por el gobierno Español, y trataron de convencerla que volviese a Colombia. Ella incitada por una amiga que ya se dedicaba a ello, y harta del manoseo del señor de la casa en donde cuidaba niños, ya había decidido comenzar la aventura de la prostitución. Así que comenzó en ese mundillo, primero compartiendo piso con su amiga, con la que terminó tarifando, luego en una casa, luego de independiente y por ultimo y desde hacía poco en el Ángel Azul.
Diez años de prostitución le habían creado una coraza o al menos era lo que decía, para tener otros pensamientos que no fuesen el ganar dinero. Pero seguía ganando dinero para mandarlo a Colombia a un abuelo, todavía joven pero maltratado por la enfermedad y que precisaba de oxigeno diario para seguir viviendo.
Era no muy alta, yo la conocí morena y rubia y me gustaba mucho más con el pelo oscuro color caoba que destacaban más sus inmensos ojos color esmeralda. De tipo era delgada, tenía buen culo y ya había pasado por quirófano para tunearse las tetas, que mantenerse virgen del bisturí habría sido un milagro en una chica que llevaba tanto tiempo en el negocio.
Fueron su cara pícara y esos inmensos ojos verdes los que me cautivaron.
-“No estés tan serio, que con esa cara vas a asustar a la suerte”-
Fueron las palabras que me sacaron de mi ensimismamiento, las demás chicas ya habían comprendido que el tipo mayor que trasegaba gin tonics como si fueran agua y que tenía las mandíbulas apretadas no era en eses momento un cliente en ciernes.
-Verás preciosa, creo que hoy no sería buena compañía, te aconsejo que busques por otro lado- dije levantando la mirada a un Angel Azul poco menos que vacío.
El problema es que me crucé con sus ojos.
-“¡Ay Papito que borde eres! Solo quería ser amable.-
-Perdona chiquilla. No estoy en mis mejores momentos. Pero no querría que perdieras el tiempo con un tipo al que no vas a conseguir sacarle un servicio-
-No todo es dinero. ¿Verdad papi? Me contestó, haciendo un mohín con la naricilla, que me hizo pensar que mi resistencia sería inútil y que terminaría esa noche colgado del paraíso del que sus dos piernas hacían de pilares.
Como si quisiera darme a entender que no se había acercado a mí buscando a un cliente, me tocó ser quien insistiese en terminar la amena conversación en su habitación.
Así que subimos. Sabanas de papel es decir de mentira, y besos que yo esperaba de papel y me resultaron casi de verdad.
Cuando terminamos, miró el reloj y me dijo de salir afuera para ver amanecer.
El amanecer en el Angel Azul no era una foto del Nacional Geographic. El sol salía entre un edificio de oficinas y unas chimeneas de fábrica. No había ni copas de árboles iluminados por la luz naciente, ni lagos de plata donde reflejarse. Pero la luz iluminaba la carita de una preciosa niña y se reflejaba en dos esmeraldas que se habían enclavado en su rostro.
Yo volví a ver múltiples amaneceres con Mariela, y me desesperaba pensando que como en la canción “tenía los ojos verdes y un negocio entre las piernas”.
Siempre pagué por sus favores y siempre me dijo que yo era especial.
Estaba a punto de mandarlo todo a paseo y proponerle a Mariela, irnos los dos solos y juntos a buscar amaneceres de postal, cuando una entupida caída por una escalera, me mandó al hospital unas semanas, mi mujer se desvivió por atenderme y yo decidí que mi matrimonio no era tan malo, aburrido sí, pero no malo.
No volví al Angel hasta pasado más de un año. Lo hice con unos amigos y en otro plan bastante más distinto al de antaño.
Busque a Mariela pero no la vi. Pregunte por ella y una amiga suya me contó que se había enamorado de un chico que trabajaba en un taller de ruedas. Era joven, guapo y se había enchochado de Mariela y Mariela de él.
Parecía que aguantaba bien el oficio de ella hasta que un día le soltó un botellazo a un idiota que por hacer una gracia con los amigos, le había echado, a Mariela, cera derretida de una vela en el escote.
Se armó la de Dios es Cristo y terminaron echando a Mariela y a su enamorado.
Se fueron un amanecer hacia donde salía el Sol montada en su moto como si se tratase de la grupa del corcel blanco del caballero. Nunca más se supo de ellos. Mariela le regaló a su amiga sus trajes de trabajo y sus zapatos de tacón de aguja. Y yo quiero creer que están juntos y son felices viendo a un Sol salir en la lejanía de un mar azul.
Y desde entonces se que las putas también se enamoran, que son capaces por sus hombres de liarse la manta a la cabeza y empezar de nuevo. Que el dinero no es siempre lo primero.
La pena es que sé que nunca seré yo el caballero.
__________________
La ironía es un arma de la inteligencia. Si hay que explicarla, la hemos cagado

Quod natura non dat, Salmantica non praestat
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  #2  
Antiguo 05-03-2014, 00:51
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Cyrano, gracias. Bella historia bien contada. Sin más.
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Antiguo 05-03-2014, 16:35
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Iniciado por cyranodemadrid Ver Mensaje
Para Maria del Sol. De mirada dulce y triste. A la que también le gusta el amanecer

Advertencia:
Esta es una historia totalmente inventada. Todo parecido con personajes reales es pura coincidencia. O tal vez no.
No es un relato erótico, ni siquiera estoy seguro que sea ameno. Es simplemente una historia de putas



Tenía los ojos verdes,era una criatura deliciosa y le gustaba ver amanecer.
La conocí en el Ángel Azul, el típico antro de zona industrial. Un edificio de ladrillo blanco, alumbrado con luz violeta, feo y sin elegancia que fue diseñado como hotel de segunda para viajantes y terminó siendo club con ínfulas de hiperputas. Con tres mostradores, donde dos docenas de chicas ofrecían sus servicios y donde hasta había un pequeño escenario con barra, para que las chicas con vocación de stripper, los días de más aforo, montasen sus numeritos para regocijo de una variopinta parroquia dividida a partes iguales entre ejecutivillos encorbatados y obreros manuales que acababan de dejar el mono e intentado quitarse el negro de las uñas.
Lo frecuentaba con cierta asiduidad, en aquellos momentos en que mi matrimonio hacía aguas, a punto de naufragar y yo iba allí, para alargar el tiempo de llegar a casa, entretener mi frustración y tratar de limpiar mis manchas de soledad, ahogando las penas en gin tonic y alegrando el ojillo y en ocasiones algo más que el ojo, con alguna chica.
Decía llamarse Mariela, tener veintiocho años y ser de Venezuela.
En realidad se llamaba María del Amparo, que es el nombre que le dieron las monjitas que la cristianaron. Próximamente cumpliría los treinta y seis y su única relación con Venezuela era que había nacido en Ciudad Bolívar, un barrio marginal de Bogotá, en donde los niños, los perros y los gatos comparten miseria y charcos.
Cuando nació, su madre tenía 15 años y su padre era un pandillero de unos veinte que se unió a las FARC y fue muerto en un encuentro con los paramilitares cerca de Santiago de Cali en el departamento de Valle del Cauca, cuando los paramilitares estaban en pleno apogeo allá por los años noventa, dejando a Maria de los Amparos absolutamente sin cuidado, es decir, cuando se enteró ni se inmutó, pues a su padre no llego a conocerle nunca y nunca mostró ningún disgusto por su muerte
Vivió con sus abuelos, que por entonces, cuando nació ella, su abuela tenía la provecta edad de treinta y cuatro años, pues había tenido a su hija, la madre de Mariela, a la edad de diecinueve, edad avanzada para lo que se estilaba en el barrio. Y además su abuelo, que entonces no llegaba a los cuarenta, ere un hombre trabajador, cabal y honrado que mantenía y mantuvo a su prole relativamente estable y sin pasar excesiva hambre. Eso sí a base de dos y tres trabajos diarios.
Mariela, como digo, se crió y vivió con sus abuelos que al cabo del tiempo, pudieron mudarse a una calleja cerca de la Avenida Ciudad de Villavicencio abandonando la infravivienda que le sirvió de cuna durante sus primeros años.
Con una madre adolescente que se ocupó de ella, lo que puede una niña que tiene que participar con su trabajo en la maltrecha economía de una familia numerosa y voraz, con unos tíos mas o menos de su edad, e incluso uno de ellos tres años más joven, Mariela creció compartiendo cariño y miserias. Con ocho años, tenía que cuidar de su tío de cinco, mientras su madre y su abuela iban a trabajar. Una niña cuidando de otro niño.
Con catorce años y por aquello de seguir la tradición familiar, Mariela se quedó embarazada de un muchacho, guapo, pandillero y adicto al pegamento. El abuelo estuvo dispuesto a hacer frente a aquella boca de más y Mariela tuvo una niña, con problemas durante el parto por lo que nació con una parálisis cerebral infantil.
Mariela sorprendentemente para su edad, se desvivió por ella y la cuido y la mimó hasta que una neumonía se la llevo con nueve años., cuando la niña que apenas hablaba había aprendido a comer sola.
Cuando Mariela se quedo sin nadie a quien cuidar, pensó que tal vez era el momento de buscar otros horizontes más halagüeños.
Su madre llevaba ya dos años, trabajando en el servicio doméstico, en esta nuestra España cuando nos creíamos ricos, y cuando España iba bien, eso sí, bien directo hacía un desastre económico. Pero en aquel entonces y para una chiquilla joven guapa y decidida, esto le parecía el paraíso prometido.
Así que aterrizó en Madrid con una maleta llena de ilusiones dos años antes que el odio y la intransigencia reventasen unos vagones de tren llevándose por delante a su madre que viajaba en uno de los trenes y el pequeño control que ejercía sobre ella.
Toda su familia viajo a España para el funeral ayudados por el gobierno Español, y trataron de convencerla que volviese a Colombia. Ella incitada por una amiga que ya se dedicaba a ello, y harta del manoseo del señor de la casa en donde cuidaba niños, ya había decidido comenzar la aventura de la prostitución. Así que comenzó en ese mundillo, primero compartiendo piso con su amiga, con la que terminó tarifando, luego en una casa, luego de independiente y por ultimo y desde hacía poco en el Ángel Azul.
Diez años de prostitución le habían creado una coraza o al menos era lo que decía, para tener otros pensamientos que no fuesen el ganar dinero. Pero seguía ganando dinero para mandarlo a Colombia a un abuelo, todavía joven pero maltratado por la enfermedad y que precisaba de oxigeno diario para seguir viviendo.
Era no muy alta, yo la conocí morena y rubia y me gustaba mucho más con el pelo oscuro color caoba que destacaban más sus inmensos ojos color esmeralda. De tipo era delgada, tenía buen culo y ya había pasado por quirófano para tunearse las tetas, que mantenerse virgen del bisturí habría sido un milagro en una chica que llevaba tanto tiempo en el negocio.
Fueron su cara pícara y esos inmensos ojos verdes los que me cautivaron.
-“No estés tan serio, que con esa cara vas a asustar a la suerte”-
Fueron las palabras que me sacaron de mi ensimismamiento, las demás chicas ya habían comprendido que el tipo mayor que trasegaba gin tonics como si fueran agua y que tenía las mandíbulas apretadas no era en eses momento un cliente en ciernes.
-Verás preciosa, creo que hoy no sería buena compañía, te aconsejo que busques por otro lado- dije levantando la mirada a un Angel Azul poco menos que vacío.
El problema es que me crucé con sus ojos.
-“¡Ay Papito que borde eres! Solo quería ser amable.-
-Perdona chiquilla. No estoy en mis mejores momentos. Pero no querría que perdieras el tiempo con un tipo al que no vas a conseguir sacarle un servicio-
-No todo es dinero. ¿Verdad papi? Me contestó, haciendo un mohín con la naricilla, que me hizo pensar que mi resistencia sería inútil y que terminaría esa noche colgado del paraíso del que sus dos piernas hacían de pilares.
Como si quisiera darme a entender que no se había acercado a mí buscando a un cliente, me tocó ser quien insistiese en terminar la amena conversación en su habitación.
Así que subimos. Sabanas de papel es decir de mentira, y besos que yo esperaba de papel y me resultaron casi de verdad.
Cuando terminamos, miró el reloj y me dijo de salir afuera para ver amanecer.
El amanecer en el Angel Azul no era una foto del Nacional Geographic. El sol salía entre un edificio de oficinas y unas chimeneas de fábrica. No había ni copas de árboles iluminados por la luz naciente, ni lagos de plata donde reflejarse. Pero la luz iluminaba la carita de una preciosa niña y se reflejaba en dos esmeraldas que se habían enclavado en su rostro.
Yo volví a ver múltiples amaneceres con Mariela, y me desesperaba pensando que como en la canción “tenía los ojos verdes y un negocio entre las piernas”.
Siempre pagué por sus favores y siempre me dijo que yo era especial.
Estaba a punto de mandarlo todo a paseo y proponerle a Mariela, irnos los dos solos y juntos a buscar amaneceres de postal, cuando una entupida caída por una escalera, me mandó al hospital unas semanas, mi mujer se desvivió por atenderme y yo decidí que mi matrimonio no era tan malo, aburrido sí, pero no malo.
No volví al Angel hasta pasado más de un año. Lo hice con unos amigos y en otro plan bastante más distinto al de antaño.
Busque a Mariela pero no la vi. Pregunte por ella y una amiga suya me contó que se había enamorado de un chico que trabajaba en un taller de ruedas. Era joven, guapo y se había enchochado de Mariela y Mariela de él.
Parecía que aguantaba bien el oficio de ella hasta que un día le soltó un botellazo a un idiota que por hacer una gracia con los amigos, le había echado, a Mariela, cera derretida de una vela en el escote.
Se armó la de Dios es Cristo y terminaron echando a Mariela y a su enamorado.
Se fueron un amanecer hacia donde salía el Sol montada en su moto como si se tratase de la grupa del corcel blanco del caballero. Nunca más se supo de ellos. Mariela le regaló a su amiga sus trajes de trabajo y sus zapatos de tacón de aguja. Y yo quiero creer que están juntos y son felices viendo a un Sol salir en la lejanía de un mar azul.
Y desde entonces se que las putas también se enamoran, que son capaces por sus hombres de liarse la manta a la cabeza y empezar de nuevo. Que el dinero no es siempre lo primero.
La pena es que sé que nunca seré yo el caballero.
Muy bonita su historia .que nunca sera el cabalero eso de nunca .... nunca se sabe....
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  #4  
Antiguo 05-03-2014, 16:46
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Buen relato cyrano.
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  #5  
Antiguo 19-04-2014, 23:07
Primeros pasos
 
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Estas echo un poeta que escribe en prosa! Muy bien, me ha conmovido!
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