Entró en la casa como siempre, como si fuera suya, hablando alto, para que todos le oyesen y se enterasen de que ya había llegado.
- Hola chicas, ¿cómo estáis?
- Hola Antonio, un placer verte de nuevo por aquí.
- Hola Carmen - le contestó mientras ponía la mano en su culo y le daba un beso en la boca.
- ¿Y quién viene hoy contigo?, te has traído un amigote muy joven, ¿no?
- No, ja, ja. Es mi hijo, que ya está en edad de que le hagáis hombre.
El chico miraba al suelo, avergonzado.
- Todavía es virgen, y eso a su edad en un Molinero no se puede consentir. Yo a su edad...
Carmen le cortó, no era momento para que el chaval se pusiera más colorado.
- Antonio no empieces, que si no tu hijo se va a acabar durmiendo. Tienes a Lola al fondo, esperándote.
- ¿Ah sí? En ese caso os tengo que dejar. Y tú pórtate - le dijo a su hijo agarrándole por la colleja. - Luego nos contarás mientras te tomas tu primer cubata.
El padre se alejó llamando a voces a Lola y dejándolos solos.
- Bueno, chico, ¿cómo te llamas?
- Miguel - contestó el chico mientras le clavaba miradas asesinas a la espalda de su padre.
Carmen se le quedó mirando y adivinando las pocas ganas que tenía de estar allí. A la legua se veía que no era como su padre.
- Bueno, ven conmigo. Ya verás que bien lo pasas.
- No quiero pasarlo bien.
- Anda, ven.
Le cogió la mano y se lo llevó. Pasaron a una habitación, la poca luz que había procedía de unas lámparas rojas, como la colcha de la cama.
- Ven, siéntate conmigo y cuéntame. Y no tengas miedo, que no haremos nada si no quieres.
Miguel la miró y cogió la suficiente confianza como para alejarse de la puerta y sentarse junto a ella al borde de la cama.
- ¿Fumas? - le preguntó Carmen mientras le ofrecía un paquete.
- Sí, gracias. Y ya me he tomado cubatas, mi padre no tiene ni idea de lo que ya sé.
Carmen dejó que se fumara el cigarrillo, sin hablar.
- Bueno, ¿más tranquilo? Ya ves que no muerdo.
- No, no muerdes - contestó Miguel sonriendo.
- ¿Tienes novia?
- Sí, bueno, no. Se lo he pedido, pero no se termina de decidir.
- ¿Os habéis besado ya?
- No, no se deja.
- ¿Has besado alguna vez?
- No.
- Y todavía eres virgen.
- Sí.
- No te preocupes, la primera vez es mejor hacerla con quien verdaderamente quieres. Y seguro que a esa chica le interesas.
- ¿Tú crees?
- Estoy segura - le pasó la mano por el pelo.
Pasó un rato de silencio.
- Lo que pasa es que mi padre se puso muy pesado con que tenía que venir. Que si mi abuelo y el abuelo de mi abuelo hicieron lo mismo. Que si es una tradición familiar.
- Bueno, podemos engañarle diciéndole que te has portado como un campeón, ¿no?
- Sí.
- Ya verás como sí.
Pasaron un buen rato hablando sobre chicas, el instituto y lo que sería de mayor. Miguel ya se había olvidado de porqué estaba allí.
- Bueno, tenemos que irnos ya - dijo Carmen. - Pero espera un momento, despeinate, sácate la camisa y desabróchatela un poco, que tu padre se crea que te acabas de vestir. Espera, falta algo más.
Carmen le cogió la cara con las dos manos y se quedó mirando a Miguel a los ojos, éste se quedó clavado en los de ella y no se dió cuenta como se iban acercando poco a poco. Miguel notó que se llenaba su boca, en un principio no sabía qué era aquello, al poco se dió cuenta que era la lengua de Carmen, cálida, húmeda y agradable.
- El
próximo se lo das a tu novia. ¿Ves?, así, manchado de carmín tu padre verá que me has besado y podremos engañarle del todo. Y sigues virgen todavía, un poquito menos, pero virgen. Para tu chica.
Miguel no sabía que decir.
- Vámonos, por la cara que has puesto te van a entrar ganas de quedarte.
Salieron de la habitación y se acercaron hasta su padre, que estaba sentado en un sillón con Lola en sus rodillas.
- Bueno, Carmen, ¿qué tal se ha portado? - dijo mientras se levantaba.
- Muy bien, ha cumplido tres veces. Y aún podría haber seguido más.
- ¡Ese es mi hijo! - exclamó su padre mientras la daba una torta cariñosa en la mejilla. - Te ha gustado, ¿eh?
- Sí, mucho - contestó Miguel mientras miraba a Carmen con una sonrisa.