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Puta de Lujo


Así se titula un post en una web que se llama Allegramag.com y en la que colabora una famosa escritora.

Hoy he leido este relato, y la verdad que me ha gustado mucho, y por eso lo quiero compartir con vosotros, especialmente con las chicas

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Antes de escribir otra historia más, quiero pararme un rato para que vosotros reflexionéis sobre un concepto que yo tengo muy claro. Leo vuestros comentarios aquí y en Facebook y me sorprente lo recurrente del “yo no me vendo”.
Las putas no se venden, no se venden a sí mismas. Venden un servicio, como un panadero vende su arte de hacer pan, y yo vendo mi arte de saber vender cosas -soy comercial- las putas venden un arte como otro cualquiera, que es el de amar o el de practicar sexo tan bien que parezca que están amando. Alquilan su compañía y su trabajo, no alquilan su cuerpo. Estamos hablando de mujeres, no de muñecas hinchables. Los que véis a estas chicas como un coño en el que cientos de hombres se desfogan, tenéis un problema, porque no estáis entendiendo nada. Son ellas, su esencia, su presencia, lo que hace que este sea el trabajo más antiguo del mundo y que va a durar hasta que los Mayas digan. El hombre solitario, el putero, busca a la mujer, no un agujero donde desfogarse.

O esas, al menos, son las chicas que yo he conocido durante toda mi vida. Chicas de calle, de piso, de club, y hasta de lujo. Venga, hoy os hablo de una de lujo.
Conocí a Marta en el sexshop. Pasó al supermercado del fondo de la calle, y se lo encontró por sorpresa. Yo estaba dentro ordenando revistas, y la ví frente al escaparate, y ya cuando la ví supe que era puta. Instinto, tal vez.
Entró y me preguntó si tenía lencería, le encantó el rollo del maniquí enjaulado con un corset blanco, rodeado de látigos de cuero negro -yo es que tenía una tienda muy cuqui-, pero ella buscaba un disfraz.

Tenía el pelo negro, gafas de pasta negras y los ojos también negros. Le dije que con el que más la veía era con el de policía, pero ella, a sus treintaymuchos, quería el de colegiala. Punto número dos por el que supe que era puta -ya os lo he dicho, las colegialas venden-. Tenía un acento silbante, y le pregunté de dónde era. Me dijo que era Canaria. Cómo les gusta a las putas mentir, poco después sabría que era cubana (vendes más si eres española, tomad nota también). Todita la conversación que vino después fue una mentira. Toditita toda. Me dijo que a su novio le apetecía probar cosas nuevas, que con cuál estaría mejor, que si se llevaba los dos y no le gustaban, qué pasaría, si los podía devolver. Cogió el de policía, unas esposas y un látigo. También quiso comprar el de colegiala. Cuando ya iba a pagar, me preguntó si estaría dispuesta a hacerle unas fotografías para su novio con esa ropa.
Cuando una puta te pide un favor personal, tienes que negarte. Por experiencia, tienes que hacerlo. Si antes de pagarte algo, en este caso lencería, pero cualquier cosa que te tenga que pagar, te ofrece algo parecido a eso, es que piensa que vas a aceptar un trueque. Todas, y digo todas, las chicas a las que he vendido lencería me han intentado pagar con uno de sus servicios. Todas. Marta no era la excepción. Le dije que no tenía cámara, que lo sentía mucho. Me pagó la lencería y se fue.
A las dos horas volvió con una cámara, una tarjeta de memoria y una tela. Me dijo que podía quedarme la cámara, que ella se quedaría con la tarjeta. Que en mi sala de cine podíamos hacer las fotos, que no necesitaba que fueran muy profesionales, que le bastaba con que le gustaran a su novio. Ahí supe que Marta trabajaba sola -el hecho de querer hacerse las fotos en un sitio que no fuera el piso donde trabaja- y que no trabajaba a un nivel corriente, porque las putas, ante todo, son muy agarradas, y eso de ir haciendo regalos por ahí a la primera que pasa después de gastarse 120 euros en lencería, no encajaba muy bien.

Acepté hacerlas, hicimos unas 20 fotografías, 10 con cada modelo, y tres desnuda. Me dio igual. Me limitaba a disparar la cámara, ni siquiera la orientaba sobre esta o aquella postura, me daba exactamente igual lo que estuviera haciendo al otro lado del obturador. Cuando terminamos, me dijo:
-Bueno, ahora quiero pedirte un favor. Si tienes internet, ¿puedes colgarlas en una página? No son para mi novio.
Colgué las fotos en una famosa página de contactos de cuyo nombre no quiero acordarme. Pusimos su número de teléfono y a los pocos segundos, empezó a sonar. El primero, un pajillero. Su voz entrecortada y su respiración agitada al otro lado de la línea sacaron a Marta de quicio y me dijo que siempre era lo mismo, que de cada 10o llamadas, por lo menos la mitad eran tíos a los que había que cortar rapidísimo, y que los muy subnormales a veces no llamaban ni con número oculto. Quizá les pone pensar que ella se va a dejar saldo en responder a su llamada, cosa que, por cierto, tampoco hacen nunca.
La segunda llamada sonó distinta a la anterior, era otro terminal. Entendí entonces que Marta había colgado ese anuncio para buscar una segunda línea de trabajo. Estaba sentada a mi lado en el sofá de la zona tuppersex, y podía oír perfectamente la conversación. La tarifa que le ofreció no fue sino la confirmación de que lo que tenía delante era una chica de alto standing. Se presentó como española, 32 años, morena, elegante, hablaba inglés, frances, castellano y holandés. Tenía estudios de economía y cobraba por noche sin sexo 700 euros, con sexo 1500. El chico le dijo que la llamaría a lo largo de la semana para concretar cómo y dónde se verían el sábado.

-Este no ha visto las fotos, ¿verdad?
-¿Te parece muy caro para las fotos?
-Me parece que no tiene nada que ver, osea, que tú trabajas por tu cuenta a ese nivel, y que las fotos te las has hecho para otra cosa.
-Son para gastos menores. Clientes así te salen una, dos, tres veces al mes. Sí, cubres muchísimo con ellos, pero en realidad los clientes pequeños son los que te mantienen. Puedes trabajar con cinco hombres en un día, a 50-70 euros media hora, y te da para tus gastos. Para pagar el piso en el que trabajo, para comprar comida, para comprarme mis cosas.
-¿Dónde trabajas?
-Abajo, en la zona del Carrefour. Pisos nuevos. Me mudo de piso cada tres o cuatro meses, cuando los vecinos empiezan a sospechar algo, por si llaman a la policía. Yo puedo hacer lo que me de la gana en mi casa, y follarme a 10 tíos al día sin tener que dar explicaciones de si lo hago porque cobro o porque me apetece, pero si estoy con un cliente y la policía me pica a la puerta, la voz se extiende y no trabajo más. Y siempre está la típica amargada que tiene que buscarte las cosquillas. En cada edificio hay una.
-¿Siempre has trabajado sola?
-No, bebé. Antes tenía una compañera, que está en Gijón ahora, es cubana también. Ella está en la zona de la playa, porque es donde mejor se trabaja. Te bajas a la playa, te llega un chico, se te acerca, le dices que si quiere algo lo tiene que pagar, y si te dice que sí te lo subes. Lo más seguro que me vaya con ella a Santander pronto, ¿conoces Santander? Deberías venirte conmigo allí, yo lo pago todo, ya tengo el piso mirado, búscalo en Internet.
Busqué el piso que ella me decía, en otra página de pisos de cuyo nombre no puedo acordarme. Dos habitaciones, baño, terraza mirando al mar. Según ella, una habitación para dormir, una para trabajar. Muy moderno decorado. Su trabajo oficial, el de alto standing, lo hacía en hoteles, así que este sería para el de cubrir gastos.

Cuando un hombre contrata el servicio de una prostituta de lujo, no siempre está buscando sexo. Esto suele ser más frecuente en las mujeres que buscan gigoló. En estos servicios pagas por la presencia a tu lado de un hombre o mujer exhuberante, ya sea en una cena, en una reunión, o sencillamente porque te apetece. Si quieres algo más, te lo pagas a parte. Generalmente, el chico o chica de compañía provoca durante toda la noche que el servicio sexual se solicite, porque estamos hablando de duplicar la tarifa, pero no siempre es necesario. A veces es mejor forjar un buen cliente que te solicite una o dos veces al mes, que uno que te eche un polvo rapidito y no te vuelva a llamar.
Si por ella hubiera sido, yo estaría en Santander. Podéis dudar lo que queráis de la vida de una prostituta, pero cuando conoce a una chica que le cae bien siempre intenta arrastrarla con ella a este mundo. Y yo no arrastraría a nadie que me caiga bien a un infierno. Viven de esto, les gusta este negocio, les gusta este nivel de vida. Muchos de vosotros ganáis en un mes lo que Marta ganaba en una noche sin sexo. Para Marta ese era el camino, ese y únicamente ese. Conocer mundo a través de su trabajo. Quizá conocer a algún cliente interesante de vez en cuando con el que pasar una noche agusto, y sobretodo trabajar al día con clientes a los que no coger cariño porque los vas a abandonar en tres meses. Lo que muchas hemos hecho durante mucho tiempo, pero sin cobrar.
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