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Antiguo 06-02-2007, 19:23
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Sorpresa ©


Cita:
He observado que en el foro se ha registrado un buen amigo de otro conocido foro, fipe, a él darle mi mas calida bienvenida e invitarlo a que nos honre con algun magnifico relato,alguno de los muchos que tiene este genial escritor.

Un saludo fipe.Seas bienvenido!
Gracias querida Silvina, espero que disculpes mi imperdonable lapsus, pr no haberte saludado en sumomento. Bien, en tu honor, aquí os cinluyo un fragmento de una novela recienemte editada (de ahi lo del ©) cuyo autor me ha autorizado a reproducirlo. A fin de que no se interperte como publicidad no doy más detalles. Si alguien los desea, me complacerá mucho ampliárselos personalmente. Espero que os guste.

Andrade regresó con cierta expresión de triunfo. “Ya está, Emilio nos va ayudar... ¿qué es esto?”. La habitación estaba en penumbra, sólo iluminada por la luz de unas velas que apenas permitían vislumbrar el bulto de Teresa sobre la cama.

- “Es muy tarde y mañana tendremos que madrugar, ¿no vas a quedarte?”.

Andrade se acercó descubriendo el esplendoroso perfil del cuerpo de Teresa, apenas cubierto por una sucinta y sugerente ropa interior.

- “Nunca voy a una fiesta sin que me inviten”.

- “Ja ja ja, Paul Newman, Distrito Apache, 1980. ¿No ves que te estoy invitando, pedazo de idiota?. A ver si ahora también me callas como antes”.

- “Será un placer, mi querida cinéfila”. Sus bocas se unieron como antes, pero ya sin urgencias ni presiones. Rodaron sobre la cama sin dejar de abrazarse ni acariciarse. En un momento dado, Andrade quedó boca arriba sin camisa ni pantalón. Teresa, a horcajadas sobre él, llevó sus manos hacia los barrotes de la cama, y de forma súbita, ató sus muñecas con sendos pañuelos de seda.

- “Pero ¿qué haces?”.

Riéndose, se volvió y ató sus tobillos a los pies de la cama con otros dos pañuelos. “Ya lo ves, atarte”.

- “Pero, ¿te has vuelto loca?. Suéltame”.

- “Shhhh, ahora mando yo, a callar si no quieres que te amordace” susurró al tiempo que deslizaba sus bien cuidadas uñas por los costados de Andrade, apenas rozándolos, provocando su inmediato estremecimiento.

- “Mi querido profesor, mañana volverás a instruirme en los misterios de Salamanca y a dirigir eficazmente nuestro trabajo de detectives retrospectivos. Pero ahora, lo siento, pero eres mío. Totalmente. Así que no te resistas, si us plau”.

Andrade se debatía, no entre sus ligaduras, que ya dócilmente aceptaba (¡qué remedio!), sino entre sentimientos encontrados. Por un lado, la profunda irritación que le producía haber sido inmovilizado por aquel demonio con figura angélica. Por otra la indudable atracción que ella le producía “Es como una Sharon Stone con acento del Ampurdán, pensaba”. Finalmente, una insólita excitación se iba apoderando de él al asumir su absoluta indefensión frente a ella, por quien igualmente sentía una creciente confianza.

- “Bien, ya estamos más tranquilos. Ahora me toca a mí”, decía mientras las puntas de su interminable cabello dorado iban acariciando diversas partes sensibles del cuerpo de Andrade.

“¿Eres sadomasoquista?. ¿Vas a hacerme daño?”.

Cerró su boca con un profundo y prolongado beso. “Shhh, ya te he dicho que te toca callar si no quieres que me enfade y te castigue. Y cálmate, que no tengo látigos ni fustas, ni nada de eso. Simplemente, de vez en cuando me gusta controlar la situación. Dominar. Bueno, a veces también me gusta ser dominada. Pero hoy ya te he aguantado mucho y es mi turno. Y a ti te toca recibir y escuchar. Y aprender, querido profesor”. Mientras hablaba trazaba círculos y espirales interminables sobre el pecho de Andrade. Alguna vez pellizcaba suavemente sus pezones. No tan fuerte como para causar dolor, pero sí algo más de lo que hasta entonces había considerado normal. La boca se alternaba con las manos en su tarea de recorrer y explorar incansablemente todos los rincones del cuerpo masculino. Todos... excepto los genitales que seguían pudorosamente cubiertos por el calzoncillo aunque su creciente volumen delataba la excitación que se apoderaba de su poseedor, y cuya impotencia para intentar devolver algo del placer que recibía cada vez le hacía sufrir y le irritaba más.

- “Eeeh, calma, no te vayas a soltar y tenga que atarte con algo más fuerte”. Los besos y las caricias se hacían más frecuentes, el cuerpo de Teresa se apretaba más y más sobre el de Andrade. En uno de los movimientos, y tras un nuevo y profundo beso, únicas ocasiones en las que Andrade podía de algún modo corresponder, aliviando así en parte su tensión, el torso de Teresa quedó frente al rostro de Andrade, y llevando sus manos a la espalda desabrochó el sujetador.

- “No te hagas ilusiones, pequeñín. Aun no es la hora”, decía mientras se despojaba de la breve prenda, de manera que al mismo tiempo su larga melena cubría sus prodigiosos pechos, que seguían hurtándose a la vista y el tacto de Andrade, quien cada vez jadeaba más fuerte con una excitación como nunca había sentido.

- “¿Quieres verlos?. ¿O prefieres tocarlos?”.

- “Suéltame, déjame darte placer”.

- “Shhhh, no tienes que darme nada. Ya lo tomo yo. Insisto, ¿quieres verlos, prefieres tocarlos,... o sentirlos... así?.

Se aplastó contra su torso. Andrade sentía el calor, la suavidad y la imposible combinación de blandura y firmeza de los pechos de Teresa sobre el suyo. Creía no poder resistir más. “Basta, basta, por favor”.

- “¿Es que no te gusta?. Entonces tendremos que probar más cosas”. Y dicho esto, estiró de la cinturilla del calzón, liberando su miembro de las ataduras que a duras penas lo contenían.

- “Pobrecito, está que no puede más, hay que darle cariño”. Su boca lo engulló con golosería mientras sus uñas y sus dedos acariciaban el escroto y tímidamente rozaban el periné e incluso las proximidades anales. Lo soltó, brillaba húmedo por la saliva. Lo envolvió con sus pechos como si quisiera arroparlo y lo frotó varias veces antes de volver a engullirlo. Andrade, ya fuera de sí, con un terrible alarido expulsó de su cuerpo su más preciada esencia, que Teresa recibió impávida en su boca, sobre la que destellaba el fulgor de sus gemelas esmeraldas. “Y ahora, pruébate” dijo salvajemente mientras de nuevo se apoderaba de su boca en la que dejó caer algunas gotas del licor germinal que acababa de recibir. Andrade, perplejo, recibió el beso y lo devolvió con fiereza, tanta que con los movimientos una de sus manos al fin se soltó y agarrando a Teresa por un hombro la volteó e inmovilizó a medias con su propio peso.

Haciendo caso omiso de las protestas de la mujer, rápidamente deshizo el resto de sus lazos y la obligó a permanecer tendida. Tomando sus manos y sus pies, poco a poco y a pesar de que seguía debatiéndose con aparente energía pero sin demasiada fe, logró atarla en la misma posición en que él había estado unos minutos antes.

Aunque desgreñada y sudorosa, la cara sucia por los efluvios masculinos, estaba realmente radiante. Andrade la contemplaba con admiración, pero en su interior latía la sed de venganza. Dulce, pero venganza al fin y al cabo.

- “Molt bé, doctoreta. Como tú dirías, ahora me toca a mí”.

- “¿Qué me vas a hacer?” contestó entre aterrada y excitada. “¡No eso no!” gritó cuando vio que Andrade acercaba las velas. Se detuvo sorprendido.

- “¿Qué?. Ah, jajaja, no, no te preocupes. No se si a ti te irá lo de la cera, aparte de depilarte. Yo sólo quería verte mejor. Tranquila”.

Efectivamente, sólo acercó las velas, ya medio agotadas, para tener más luz. Empezó entonces a recorrer con la lengua los pies de Teresa. Los lados, la planta, el tobillo, el empeine, y finalmente los dedos, uno a uno, con lentitud, con fruición, como si chupara delicadamente dulces caramelitos. Ella empezó a agitarse y a gemir.

- “Shhh, tranquila doctoreta, que todavía nos queda mucho, muuuucho”. Primero un pie, entero, hasta el último milímetro. Luego el otro, entero, hasta el último milímetro. Los minutos se hacían eternos, pero estaban absolutamente saturados de placer. Un placer que se iba haciendo irresistible, inaguantable en su propia dulzura e intensidad. Subió por las piernas. Primero una, luego otra. Primero boca, luego mano. A veces uñas, a veces yemas. Primero avanzaba, después, sin avisar, sin seguir ningún patrón preestablecido retrocedía. Podía volver a un pie. O igualmente podía adelantarse y subir hasta un costado. O el ombligo.

Su reciente explosión y relajación a seguido le daban un enorme margen de maniobra hasta que la excitación también se le hiciera insoportable, así que siguió demorándose. Y regodeándose. Evitaba cuidadosamente las partes más sensibles. Los genitales, el monte de Venus, los pechos, la areolas, los pezones, quedaban lejos del alcance de las maniobras de Andrade, lo que provocaba aún más excitación en Teresa quien ya se debatía desesperada como poco antes lo había hecho él. Acercó sus labios a los de ella, pero los retiraba apenas se rozaban. Repitió en manos y brazos lo que había hecho en pies y piernas. El cuello, las orejas, la frente, los pómulos, la nariz también fueron objeto de su veneración, y al fin apiadándose, acarició y besó aquellos pechos gloriosos cuyos pezones desafiaban la ley de la gravedad apuntado erectos hacia el cielo.

Deshizo el nudo lateral del tanga y ella quedó por fin, absolutamente desnuda. Dirigió su lengua hacia el botón secreto del placer, lo recorrió, alternando con visitas a todo el conjunto de pliegues y recovecos que componían aquella admirable máquina de placer y vida, que eran los genitales de la mujer. Ésta se retorcía tensando sus ligaduras, sin poder resistir, gemía y gritaba cuando su vientre se convirtió en un manantial inagotable. Andrade recogió aquel dulce licor y subiendo hasta la boca de ella susurró “Y ahora, pruébate tú” a la par que la besaba hundiendo la lengua entre sus suspiros, y, en el mismo movimiento, penetró profundamente en su interior, de forma que quedaron unidos hasta el extremo. Deshizo también los nudos de las muñecas de modo que ella pudo abrazarle. Sólo sus pies quedaron inmovilizados mientras los cuerpos se agitaban frenéticamente hasta que ambos alcanzaron al tiempo su liberación con un segundo orgasmo simultáneo aún más liberador que el primero, tras el que quedaron abrazados y exánimes. Sacando fuerzas de flaqueza, aún pudo Andrade desatar los tobillos de Teresa, permitiéndole así relajar sus ya doloridos músculos. Volvieron a abrazarse y se sumieron en un profundo sueño.
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