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Antiguo 17-02-2010, 21:48
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Un regalo de su novio


Era primavera y me habían invitado a dar una conferencia en la Universidad de Sevilla. Era un tema muy polémico, pero acerté con el enfoque; al terminar resultó que les había gustado a todos, por lo que sentí que me había quitado un peso de encima y pensé que me había ganado un buen masaje.

Entre los masajes terapéuticos que encontré, y me cogieron el teléfono, ninguno tenía hora para mí esa tarde, menos uno, que había dejado para el final, porque su precio era más barato de lo habitual y me temía que no fuera una buena experiencia.

Fui caminando por uno de esos paseos de Sevilla alineados de jacarandás, aunque entonces no conocía ese nombre, unos árboles de flores muy lilas, un color tan poco habitual en la naturaleza que da la impresión de que lo que estás viendo ha sido retocado con un programa de edición de imagen. Hacía sol y bastante calor, y me sentía francamente eufórico.

Me presenté en la casa y para mi sorpresa observé que la chica estaba bastante bien, joven y alta, con acento y con nombre muy sevillano, que convertiremos en Macarena.

Había llegado un poco antes de la hora y Macarena me dijo: "Si no te importa, esperamos unos minutos, que acabo de terminar un masaje y así descanso un poco". Quizás por lo bien que me sentía en se momento, le solté sin pensarlo:
"Si quieres, te doy un masaje yo a ti y así descansas un rato, suelo darlos de vez en cuando".

Debí pillarla tan de sorpresa que me dijo que sí. Por suavizar la situación, le dije que por supuesto le pagaría igual por su tiempo y que en el momento que quisiera, seguía ella conmigo como estaba previsto.

Le dejé un poco más de intimidad para que no tuviera que desnudarse delante de mi y se sintiera más cómoda.

"Túmbate boca abajo mientras me voy al baño a lavarme y déjame a mano el aceite que te guste".

Al volver, ví que no se había cubierto con una toalla, cosa lógica por el calor que hacía, pero no se había quitado la ropa interior, un suje y unas braguitas de algodón, de lo más normales, que probablemente eran las mismas que llevaba cuando yo había llegado. Me pareció completamente normal que lo hiciera así, al no conocerme de nada. Sin embargo, la forma natural de recibir un masaje es la desnudez, y permanecer en lencería no sólo puede resultar más excitante para el que lo da, sino para el que lo recibe.

Mi masaje es un quiromasaje normal y corriente, es decir, un masaje con las manos, no especialmente sensual ni erótico. Empiezo por los pies y subo poco a poco por las piernas, amasando con diferentes tipos de movimientos y presiones, hasta llegar al inicio de los abductores, por la cara interior de los muslos, y a los glúteos, por el lado exterior. Poco a poco, Macarena se fue dando cuenta de que mi masaje era razonablemente profesional y estaba disfrutándolo totalmente relajada y en silencio.

Cuando alcancé los glúteos tuve que retirar la braguita, lo que hice formando una especie de tanga, es decir, recogiendo suavemente ambos laterales entre las nalgas, de manera que se pueda trabajar toda la zona sin pasar sobre la tela o meter la mano por debajo. El siguiente movimiento recorre las lumbares y el sacro, para lo cual es más conveniente bajar la braguita un poco. Observé que al hacerlo Macarena levantó un poco el cuerpo, como para darme facilidades para retirar la braga, y podría habérsela quitado del todo, pero preferí enrollarla un poco sobre sí misma y bajarla sólo a medias, de manera que estuviera cómoda y no sintiera muy expuestas sus intimidades.

De la misma manera, para continuar subiendo por la espalda era necesario retirarle el suje, que ella misma se quitó una vez desabrochado, y que dejamos en la mesita de al lado.

Seguí con movimientos ordenados y amplios por toda su espalda, sin permitirme en ningún momento algún pase más suave o una caricia, sino más bien presionando fuerte en las zonas del cuerpo en las que esta sensación es adecuada y se agradece, como los omóplatos y la nuca.

El masaje continuó con normalidad y no habíamos intercambiado palabra alguna cuando le pedí que diera la vuelta. Estaba completamente relajada y parecía disfrutar totalmente. Por supuesto, vi que tenía un cuerpo precioso, pero cuando estás dando un masaje ni tienes tiempo de fijarte mucho en eso ni, como dice mi profesora, debes implicarte. Eso sí, me fijé en que al darse la vuelta no hizo ningún ademán para colocarse mejor las braguitas, que con todos los movimientos habían acabado por quedar tan arrugadas y bajas que prácticamente no tapaban nada.

Continué de nuevo a partir de los pies, recorriendo las piernas en sentido ascendente, y en el momento en que hizo falta, para trabajar bien las ingles y el arco de la cadera, retiré por completo las bragas. Intenté mantener siempre la velocidad adecuada, ni despacio ni deprisa, y aplicando la debida fuerza. En realidad, todas las partes del cuerpo son naturales, aunque en cada cultura haya unas u otras reticencias, y el grado de sensualidad o erotismo de un masaje depende más de la actitud del receptor, de su costumbre de recibirlos y de sus propios deseos que de las intenciones del masajista.

El masaje boca arriba siguió trabajando los costados, subiendo entre los pechos, por los hombros y recorriendo los brazos desde las manos. Aunque llevamos las manos a la vista y se tocan en público sin problemas, son mucho más sensuales de lo que parece y recomiendo trabajarlas todo lo que se pueda, amasando la palma con el aceite y entrelazando los dedos.

El masaje propiamente dicho termina movilizando de nuevo la nuca y el cuello, para luego dar algunos pases envolventes y generales. Sin embargo, Macarena estaba tan relajada que me pareció adecuado, situado de pie tras su cabeza, iniciar un masaje suave alrededor de sus pechos, recorriendo las axilas y el costado, volviendo a subir por el esternón y repitiendo la maniobra en las dos direcciones, hasta que resultó natural trabajar el pecho directamente. En muchas ocasiones he preguntado antes de hacerlo así, con toda delicadeza, pero siempre me han contestado que continúe, de forma que en general prefiero tomar la iniciativa y asumir un error que obligar a la paciente a que lo autorice, siempre con cierta vergüenza por su parte.

Macarena seguía callada, relajada, muy tranquila, y me atreví a continuar con un masaje más sensitivo. Utilizando las dos manos por separado, realicé unos movimientos envolventes, a lo largo de todo el cuerpo, llevando una mano mía a una suya y la otra por todo su cuerpo hasta el pie contrario, y cruzando las manos para realizar el movimiento inverso. Así cada una de las veces, una mano, o las dos, recorren la cara interna de su muslo, o su pubis, y se va sintiendo progresivamente más excitada, pero con suavidad y elegancia, sin alterar nunca el ritmo del masaje o convertirlo en algo excesivamente genital o pornográfico.

El calor de la tarde y el mío tras hora y media de masaje me hacían sudar pero mantuve los movimientos suavemente mientras Macarena iba cambiando su ritmo de respiración, acelerándolo, moviéndose un poco. Yo notaba en cada pasada cómo crecía su deseo y aumentaba su humedad natural, hasta que no pudo contener un orgasmo muy callado, pero profundo y prolongado. Continúe con algunos pases más sensitivos por todo su cuerpo, presiones y caricias, mientras su orgasmo y su excitación iban declinando lentamente. Estuve un rato abrazándola y apretando sus manos, y esperé tranquilamente a que se incorporara.

Cuando se levantó por fin, pensé que se sentiría mas a gusto sin tener que decirme nada, y desde luego no se me ocurrió preguntarle si le había gustado, hubiera sido tan innecesario como vulgar. Al contrario, le agradecí que me hubiera permitido darle ese masaje, que había sido un placer para mí, y que nunca me olvidaría de esa tarde de primavera en Sevilla.
Se colocó una toalla y me indicó que se ducharía, y que tenía otro masaje seguido al mío. Me vestí, porque me había quitado los pantalones para no mancharlos de aceite y de sudor, y me calcé. Entonces saqué el dinero para pagarla, como le había prometido, y puso cara de sorpresa:

"Pero si tú me has dado el masaje a mí...".

Le dije que era su tiempo y no se iba a quedar sin cobrarlo,

"Tómatelo como un regalo".

Entonces se le iluminó la cara:

"¿Quién te ha mandado", me pregunta.

"Nadie, me refiero a un regalo que te hago yo ¿Es que tú no te mereces un regalo de vez en cuando?"

"¿En serio no te ha mandado mi novio?".

"Pues no, ¿cómo se te ocurre eso?"

Entonces me quedé de piedra. Me dice:

"La verdad es que esto exactamente que tú me has hecho es una fantasía que a veces le he comentado a mi novio, que venía un cliente a recibir un masaje pero que me convencía para dármelo él a mí, y que se iba volviendo más sensual hasta que al final acababa así como el tuyo, pero claro no creí que fuera a hacerlo de verdad".

Me encantó que dijera eso, pero me apresuré a insistirle que no se le ocurriera agradecérselo a su novio, no sea que la liara, que una cosa es contar una fantasía en la cama y otra muy distinta convertirla en realidad.

Nos reímos, pero realmente su siguiente cliente estaba a punto de llegar y así, en ese punto, lo mejor era terminar sin más esa relación breve y especial que habíamos construido. Nos dimos un beso y salí.

Volví caminando de nuevo hacia el centro por el mismo paseo alineado de jacarandás, eufórico por mi conferencia y por el masaje que, por encargo de su novio, había tenido el placer de dar a Macarena esa tarde de primavera en Sevilla.
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Antiguo 18-02-2010, 01:47
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Re: Un regalo de su novio


Precioso. Erotismo del fino, prosa elegante y descripciones precisas. ¡Qué fácil es leer lo que está bien escrito! ¡Enhorabuena!
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novio, regalo


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