Un viaje con una monja.
Hace años hice un viaje de muchos kilómetros en autocar, sentándome en el asiento del pasillo; a mi lado en ventanilla iba una mujer de unos 50 años vestida de manera muy humilde, iba con una falda larga, y en el pecho llevaba un crucifijo. Por la monotonía del viaje, después de algo de lectura, empecé a entablar una conversación con ella; recuerdo que me comentó que era una monja de la orden de las mercedarias, su sede social estaba en Francia, y que ellas nunca vestían con hábito. Ella vivía en Guatemala ayudando en todo lo que podía a la gente sin recursos, y estaba en España de vacaciones para ir a Zaragoza a ver a su familia. De entrada me pareció una mujer no agraciada aunque tampoco diría que era fea, pero algo en ella acabó por darme morbo, posiblemente el hecho de que fuese monja, y en un momento determinado le dije que estaba bastante cansado y que iba a echar una cabezada. No sé si fue por mimetismo pero al cabo de unos 5 minutos, la monja empezó a cerrar los ojos, y aunque hacía esfuerzos para no dormirse, al final le pudo el cansancio, se recostó en la ventanilla cogiendo postura y pareció dormirse. Ella estaba a mi izquierda y entre los dos asientos la única separación que había era una especie de brazo que impulsé seguidamente hacia arriba hasta que desapareció entre los dos asientos. No pensaba dormir porque seguía excitado con un ritmo respiratorio in-crescendo, por lo que intenté ganar una frialdad para tranquilizarme. Ella como he dicho estaba a mi izquierda ocupando el asiento de la ventanilla, y me puse a mirarla, y a continuación me crucé de brazos y la mano derecha la deslizé lentamente por debajo del brazo izquierdo hacia la parte baja derecha de su asiento, y lo hice hasta que mis dedos indice y medio estuvieron a escasos centimetros de la falda de su pierna derecha. Mi mano iba progresivamente adelantando y cediendo terreno, pero siempre pocurando ganar terreno. Creo recordar que era verano, y su falda no era gruesa aunque si hacía una serie de pliegues. Toqué levemente su falda con los dos dedos pero no su carne, por lo que mis dedos encaramaron la subida por un pliegue de su falda para deslizarme hacia el hueco que hacía la bajada donde inevitablemente tocaría su pierna, y sólo pensarlo me di cuenta que volvía a estar muy excitado. Toqué su pierna con sólo los dos dedos y ganando y cedien do terreno muy suavemente al principio fui pasando los dedos a ambos lados de la pierna, derecha e izquierda, cada vez con mayor confianza, y a la vez seguía mirando a la monja, al principio con el rabillo de mi ojo izquierdo, pero cada vez con más confianza fui girando mi cuello hacia ella. La monja hacía como que dormía, o a lo mejor dormía, no lo creo, porque empezó a mover sus labios con algún movimiento espasmódico, y así seguimos durante un rato hasta que ella se despertó. Al abrir ella los ojos, discretamente retiré mi mano, al final trabajan 4 dedos, de su pierna, y como si no hubiese pasado nada seguimos hablando, pero a los 5 minutos de charla volví a tener un morbo en hacer cosas con ella, los 2 estábamos en nuestros asientos, pero yo me había medio girado para mirarla mejor, y aprovechando un momento en el que ella me hablaba mirándome fijamente, volví a hacer la misma operación anterior solo que esta vez con menos detenimiento, y volví a tocarle la pierna, siendo ella consciente, y no me retiró su visión de mis ojos, no prestó atención a lo que hacía mi mano, que seguía trabajando la parte baja de su muslo derecho, y en un momento determinado la monja sin mirar a su bolso, que estaba colocado en sus ingles, lo retiró hacia delante dejando un hueco entre el bolso y el final de sus piernas de un palmo.
Afortunadamente reaccioné rápido porque comprobé que mi mano derecha no temblaba, y la deslicé pierna arriba, y poco a poco fui llegando hasta su coño, hundiendo al principio dos deditos en movimientos circulares, hasta poner toda mi mano en cuña, llegando hasta lo mas hondo que pude de su chocho, y todo ello sin que ninguno de los dos bajáramos la vista por un momento, porque de haberlo hecho hubiese sido el fin de la complicidad. Así estuvimos un buen rato, hasta que a punto de entrar en la estación de Zaragoza, retiré la mano y la llevé al bolsillo del pantalón que había sufrido una fuerte descarga de leche de mi verga, y de él extraje mi billetero y abriéndolo le di a la monja 20 euros, y le dije "Hermana, tenga 20 euros para que Vd. Haga lo que crea conveniente, me alegro de haberla conocico, soy un pecador", y aunque parezaca increíble ella me contestó algo así conmo diciendo "Es Vd. una persona encantadora, he pasado un viaje muy agradable con Vd". Nunca más la volví a ver, y es la 1ª vez que lo cuento a alguien.
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