Una noche perfecta

Llevaba preparándolo tres meses. Una noche de sábado entera para mí. La mujer y los niños en el pueblo y yo solo en casa. "No puedo ir cariño, tengo muchííísimo trabajo. ¡Qué envidia! Lo vais a pasar fenomenal con las vacas, las gallinas, los abuelos..." Tres meses mirando en internet los anuncios de anuncioworld, los foros de lumispa y madnesswhore, meretricessinfronteras.com... fichando candidatas para una noche loca, inolvidable. He apuntado 17 teléfonos, ninguno de las habituales, porque hoy me apetece algo distinto, algo nuevo. Tres meses ahorrando, tomando menos cafés, fumando un poquito menos, juntando una pasta para fundir en la noche perfecta.

Al volver del trabajo duchita con "freagao" exhaustivo de las las posibles "zonas cero" del impacto sexual. Revisión a fondo del aspecto general y exterminio sin piedad de los pelillos de la nariz, de los de las orejas y de unos 2 cm de uñas de los pies. Un litro de colonia "Eau de Sex", que las vuelve locas. Recuerdo que una antigua novia me dijo en una ocasión: "Echate colonia donde quieres que te besen". Pues lo hago. ¡Joder como escuece! Veinte minutitos con mi hermanito a remojo y, afortunadamente, todo vuelve a su ser. He perdido algo de tiempo, pero no importa, presiento que esta va a ser la noche perfecta.

Me monto en el coche. Giro la llave de contacto, una y otra vez, y no arranca. ARRRGGGHH! Me he dejado el cassette con una cinta de Azúcar Moreno y me he quedado sin batería. Bueno, no importa. El transporte público también tiene su glamour. Al fin de al cabo, no está tan mal ir en metro al encuentro de la noche perfecta.

Dos cervecitas con la cuadrilla, luego otras dos con el colega que viene conmigo de marcha. Cenita sencilla, con jamoncito, setas a la plancha, un solomillo poco hecho y una botellita de Rioja...cada uno. Joder, como nos hemos quedado de a gusto. Empiezo a notar en mi esa agradable sensación de vaivén que me produce el alcohol. Me siento valiente, gracioso, ocurrente. Hoy triunfo. Un café, un par de chupitos de orujo, un purazo, un gin-tonic, un rato de charla intrascendente y dos horitas hablando de todo lo que vamos a hacer en la noche perfecta.

Comenzamos la ronda de llamadas. De las 17, 8 tienen el móvil desconectado, 5 no cogen la llamada, 2 responden desganadas a mis preguntas, no me ponen nada, otra me manda directamente a la mierda y en el último número me sale un tío. ¡Joder, que mala suerte! Hay que tomar otro gin-tonic y recapitular. Me empiezo a reír con un facilidad desconocida en mí de las cosas más tontas que se le ocurren a mi colega. Se me va un poco la cabeza si me muevo muy bruscamente. Necesito otro gin-tonic. Un poco cocido funciono mejor en la cama. ¿Donde vamos? Siempre nos quedan los clubs, los tugurios de guardia para puteros insomnes. Por casualidad uno queda cerca de donde estamos: "Doña Berenguela", un buen sitio para pasar la noche perfecta.

Mientras habituamos nuestros ojos a la oscuridad y a la niebla procedente de un sinfín de cigarrillos, pasados y presentes, nos tomamos otro gin-tonic. La sensación de movimiento se acentúa. Es agradable, hasta cierto punto. Los cazadores comienzan a acechar a las presas. Hay unos 20 cazadores y cinco presas. Las presas son apetecibles: faldas cortas, tacones altos, vestidos breves y ceñidos, sonrisa permanente que invita a la acción. Pero es imposible acercarse a ellas. De repente, en un rincón, oteo una presa que está sola. Quizá no sea la más bella de todas, ni siquiera la más delgada (de hecho sus nalgas se desparraman por ambos lados de la silla en la que está sentada), pero hay algo en su mirada de ojos entrecerrados, en la forma en que las volutas del humo de su cigarrillo se enreda en sus cabellos, originalmente oscuros, parcialmente rubios y ocasionalmente blancos, que me dice que es la elegida para la noche perfecta.

Me acerco a hablar con ella. Se llama Esmeralda o algo así. Es brasileña. Entre la música, su acento y que la lengua le resbala al hablar me cuesta mucho entenderla, pero el mensaje fundamental, lo que me interesa, me ha quedado claro. TE VOI A ASE DE TODO. FRANSES SIN, GRIEGO PROFONDO, KORRETE DONDE KIERAS I LAS BECES KE KIERAS. MUAK. MUAK. Me asesta (no me da, me asesta) dos besos traperos, mezclados con colonia barata, alcohol de alta graduación y el roce de un bigote incipiente. Ella sabe lo que yo quiero. La noche perfecta está a punto de culminarse.

Mientras subimos las escaleras nuestros cuerpos se entrechocan, es difícil mantener el equilibrio. Ella se agarra a mí, yo me agarro a ella y ambos nos caemos rodando por las escaleras, una y otra vez. Con grandes dificultades llegamos a la habitación. Un minúsculo catre con una sábana que sin duda conoció tiempos mejores, un lavabo desconchado, susurros lejanos de vida animal diminuta, ajena a que esta es mi noche perfecta.

Nos desnudamos. Su cuerpo me parece grandioso, literalmente grandioso, pero sin embargo sensible a los efectos devastadores de la ley de la gravedad. Me besa, yo la beso y a mi memoria acuden en tropel recuerdos de banquetes pantagruélicos de ajo y cebolla, regados con abundante vino peleón y un sinfín de cigarrillos. Reprimo una breve arcada y sigo a la faena. Accedo con mi lengua a su reducto más íntimo evocando sensaciones y aromas propios de un puerto pesquero en un día de sol y calor sofocante. Luego ella me hace lo mismo a mí y siento en cada centímetro de la piel de mi hermanito cada hueco de sus encías. Apenas hay dientes. Mejor. Así el contacto entre nuestras mucosas es más íntimo. Es la noche perfecta.

Y entonces, sin previo aviso, me acomete la madre de todas las arcadas, seguida del padre de todos los vómitos, que cae encima de Esmeralda. A ella le debe gustar, porque acto seguido ella hace lo propio conmigo. Aquello parece un choque cataclísmico entre dos motos de Telepizza. Sin saber muy bien cómo ni porqué me quedo dormido. No se cuanto tiempo tardo en despertarme. Cuando lo hago Esmeralda se ha ido. Bajo al piso inferior. Mi amigo tampoco está. De hecho no hay nadie. Me lavo como puedo en el baño y me voy.

Al llegar a casa me tumbo en el sofá como estoy. Hay suerte. En la tele local hay una porno. Más de la mitad de la pantalla está ocupada por anuncios, pero algo se ve. Era peor con el Canal Plus. Al ratito mi mano derecha saluda a mi hermanito, una y otra vez. Se han echado de menos. Tras unas sacudidas relativamente rítmicas mi hermanito se alza en todo su esplendor y proyecta un arco blanco, que surca majestuosamente el aire, parece quedar como suspendido, y finalmente desciende para impactar en mi ojo. ¡Maldición! Ha sido en el derecho (el izquierdo lo tengo vago). El ojo bueno se me pone rojo y me escuece. Tengo que quitarme esta mierda. En mi intento de buscar agua, mis manos, sin la guía de mis ojos, ambos inutilizados, asen la botella de Listerine que me arrojo con profusión en mis maltrechos ojos. El escozor es insoportable. Finalmente, exhausto, me tumbo en el sofá, me vuelvo a dormir y pierdo la noción del tiempo. Me despierta la puerta de casa y al abrir los ojos veo a mi mujer y mis hijos. Creo que ellos lo notan todo al instante: los pantalones bajados, la camisa vomitada, los ojos como culos de chimpancé, las manchas blancas de la tapicería, pero sobre todo el olor, ese olor nauseabundo que parece que no te va a abandonar nunca. Mi mujer se acerca y venciendo su repugnancia me besa... ¿Qué tal la noche, cariño?. Yo solo alcanzo a decir: perfecta.