Tres brasileñas, impresionantes (desde un punto de vista táctil, claro), en el asiento trasero de mi taxi:
- ¿Nos llevas al Club xxx? - me dice una de ellas.
Eran putas (en el estricto sentido genital de la palabra). Princesas a mis ojos. Sirenas que un día cruzaron a nado el Océano (desde el país de la samba) en busca de marineros, o de fajos de dinero y joyas que luego convertirían en comida o en un techo o en una vida nueva para los suyos (al otro lado del mismo Océano). Porque eran putas, pero de las caras. Al Club mencionado sólo asistían hombres con muchos billetes (y alguna que otra alianza) en el bolsillo.
Al llegar, una de ellas me dijo:
- ¿Nos esperas aquí un momento?
Y esperé. ¿Un cuarteto rápido y luego, a casa?, pensé.
Pero no. Porque luego regresaron al taxi y me pidieron pasar por más Clubs "de nivel".
- Estamos buscando trabajo. Pero todo completo. Todos los Clubs llenos de chicas... - me explicó una de ellas con su siempre acento brasileño.
Cinco o seis Clubs después desistieron.
- No queremos trabajar en casas. No hay seguridad, y nunca sabes lo que puedes encontrarte... - sentenció la más guapa.
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