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Pues yo estuve también ayer con Ana por primera vez.
Y en resumen, la experiencia, con luces y sombras. Contactar con ella el día anterior fue sencillo. Llegar y aparcar perfecto, discrección y comodidad.
Me abrió directamente en bragas. Para mí eso ya quita bastante de sensualidad. Ella desde el principio, muy simpática y habladora, muy desenvuelta, nada tímida.
Ana es morena, guapa de cara con una boca bonita, de rasgos un poco achinados (en mi opinión). De cuerpo es recia, durita, ancha pero armoniosa. Buenas tetas, nada caidas.
Tiene un gran tatuaje al final de la espalda, encima del trasero. Me dijo que tiene cerca de 28 años.

Quedamos en masaje de 1 hora terminado en francés por 80 euros. Otras opciones son terminación manual por 60, y también ofrece servicios más subidos de tono y de precio.
Le doy 50+20+20 y lo pone encima de la mesa sin hablar de las vueltas ni hacer ademán de devolver nada. El no terminar la transacción económica y olvidarnos ya de ella, dejando en el aire
la resolución con ambigüedad me despertó un vago flash de desconfianza,aunque no dije nada por mantener el buen rollito imperante.

Entramos en la habitación de actos. Dormitorio amplio, con buena luz y temperatura y limpio, con una canape de 90 cm muy alto y colchon flex con una sábana normal ya puesta. Todo ello frente a un armario
con puertas de espejo que te permite disfrutar de vistas de toda la operación. Me desnudo y sin ofrecerme ni pedirme que me duche me indica que me tumbe. Era pronto todavía y yo me sentía aún bastante limpio pero no se si a ella se lo pareció también y no lo estimó necesario o este es un aspecto que no le quita el sueño.

Empezó un masaje relajante satisfactorio. Yo mismo le pedí que no fuese muy fuerte y por temor a que no hubiese posibilidad de ducha al final y quedar pringoso de aceite por el torso le pedí que se centrase de la cintura para abajo. Trascurridos 15 minutos de masaje relajante, empezó a centrarse en la zona anal, perineo y pene y de ahí se paso sin mucha transición a actitudes más morbosas pero exentas de sutileza.

Ella controla el timing del asunto en todo momento y pasó a hacer un francés natural muy bueno, con algún intento de casi garganta profunda y en el que se plega a tus indicaciones sin problemas. A los 5 minutos, sin embargo empezó a utilizar la mano intensamente y a hacer un poco de sobreactuación que buscaban la resolución inminente del acto. Le indique un par de veces que dejase el zambombeo, pero al ratito volvía a ello sin recato. Visto que ya a las claras buscaba que finalizase, no opuse mayor resistencia y con un poco de decepción me deje ir. Me limpió con toallitas y en cuanto terminó cogió el teléfono y se puso a hablar con alguien saliendo de la habitación con la misma naturalidad y desapego como si hubiera terminado de fregar un plato.
Habían pasado exactamente 30 minutos y estaba bastante confuso y con la desconfianza desatada. Al rato volvió a la habitación y le dije que solo había pasado media hora y me dijo que como le había pedido centrarse solo de cintura para abajo, le corté el recorrido corporal que ella hace habitualmente y que no iba a estar tood el tiempo machacándo sobre las piernas, para inmediatamente después invitarme a ducharme si quería.

Pase a ducharme en un aseo amplio y correcto y mientras lo hacía me sentía bastante mosca y pensando que no sabía como categorizar a Ana. Por una parte el trato es afable y manteniendo la sonrisa y buen rollito, pero sus actos denotan muchas tablas para sobrepasar el límite mínimo de lo exigible en el trato. El caso es que quise creer que su comportamiento podría deberse a alguna causa justificada de aquel día en concreto, decidí salir con una sonrisa y dejar un resquicio para una segunda oportunidad.

Ella continuaba en bragas, tumbada sobre la cama y estuvimos 10 minutos de charla amigable y relajada mientras yo me vestía. Al ver la misma sábana de algodón desgastada le recomendé que emplease sábanas desechables. Ella dijo que prefería poner de algodón que luego lava y cambia personalmente, porque con las desechables paraece que te van a operar.

Estabamos despidiéndonos ya y me acordé que no me había dado las vueltas. Se lo recordé, y ella dijó: "Uy, perdona, es verdad. No me había dado cuenta". No la creí.