pequeños momentos...
Sólo hace unas horas que te has ido. Aún huelen a ti las sábanas húmedas, el aire del cuarto, mi cuerpo relajado.
Te recibí como me pediste. "Con las medias negras, depilada..." Antes de que vinieras preparé el escenario para ti. Puse sábanas de seda, esas que no uso casi nunca. Me bañé con esmero, me depilé por completo. Sábanas suaves, sexo suave. Esperé tras la puerta sin nada más encima que mis medias y unas gotas de perfume. El deseo traslucía en cada poro de mi cuerpo. Cuando te ví entrar te habría pedido que me penetraras allí mismo, en un frío pasillo, arrinconada contra la pared.
Pero la cama recién hecha era un campo demasiado tentador para desperdiciarlo: te conduje hasta él casi en volandas. Ante el lecho dispuesto me abrazaste, me besaste, sentiste toda mi ansiedad concentrada en mi lengua y en mis manos que abrían el cierre de tu pantalón para certificar tu propio deseo.
Esperé en la cama, tendida boca abajo, a que terminaras de desnudarte. Tu cuerpo sobre el mío encontró el acomodo que tan bien conoce, tu lengua en mi espalda dibujó los arabescos que me vuelven loca, tu sexo se apoyó en la entrada del mío buscando el camino que nos lleva fuera de nosotros.
-Vuélvete, quiero mirarte.
Obedezco y me vuelvo boca arriba para que tú, acomodado entre mis piernas, me explores mientras yo, con los ojos cerrados, disfruto de las sensaciones, sin saber por dónde vendrá la próxima: si me darás tus dedos para que te los lama, si tus dientes apretarán mis pezones justo hasta el límite del placer, si tu lengua bajará por mi vientre hasta ese sexo suave cuyos hinchados labios ya te esperan abiertos. Ahí te entretienes, mientras con los dedos exploras mis rincones más íntimos, tímidamente al principio, decidido después cuando sientes que no opongo resistencia. Mis dedos se entrelazan en tu pelo, mis gemidos amenazan con alarmar al vecindario, pero no quiero llegar tan lejos aún...
Te hago parar y tumbarte boca arriba y ahora soy yo la que se acomoda sobre ti, jadeando de deseo, ansiosa de hacerte tantas cosas que no sé por dónde empezar. Ofrezco mis pezones a tu lengua ansiosa, sólo para volver a quitártelos y recorrerte yo misma con mis labios, dejándote un rastro de saliva, besando, lamiendo, casi devorando. Mis pechos se encuentran con tu sexo, lo acomodan, lo acunan, lo sienten palpitante: deseoso de mi boca que ávida lo acoge, lo traga hasta donde puede, lo viste de saliva, lo deja dispuesto para el siguiente asalto: de súbito me incorporo, me arrodillo sobre la cama, cruzo los brazos sobre la almohada. Así ofrecida, tu sexo tantea mi humedad como un pincel mezclaría una acuarela, suavemente y rozando... y de pronto se clava en mí casi con violencia, hasta el fondo, arrancándome un grito... sigues entrando y saliendo, no resistes la tentación de darme unas palmadas en las nalgas que recibo con gemidos ahogados... y de pronto todo se para.
Pero no, no te has detenido. Ahora son tus dedos los que me penetran. ....................................................................................................................................................?Cuantos?no lo sé. Salen, entran, su roce y el choque con las paredes de mi vagina están a punto de enloquecerme. Llega un momento en el que no sé dónde estoy. Me corro una, dos, tres veces. Chorreando muslos abajo, empapando las sábanas de seda. No lo soporto más y a la vez querría que no acabara nunca. La almohada sofoca mis gritos y de pronto me echo a llorar de puro placer.
Durante un rato no soy dueña de mi cuerpo. Es como si fueran de otra mis movimientos, mis latidos, el río que me baja entre las piernas. A mi lado, me acaricias y me acunas, casi sorprendido a pesar de las muchas veces que me has dado esa pequeña muerte con tus manos. Vuelvo a ponerme boca arriba y te pido que me penetres de nuevo, con delicadeza esta vez, meciéndonos juntos, mirándonos a los ojos y abrazándonos. Dándonos las gracias por estos pequeños milagros.
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