Ocurre que a veces mi pecho se llena de melancolía, se hincha como si desde alguna parte dentro de mí la espita del desasosiego se hubiera abierto. Y noto el pesar creciendo dentro, como un gas en expansión, tensándome, subiendo por mi garganta, como si la tristeza me quisiera salir por la boca. Suspiro pero la melancolía no escapa por mi boca, por el contrario parece crecer, inundando ahora mi cabeza, llenándome la mente.
Cierro los ojos. Mi corazón está triste, lo oigo lamentarse. La melancolía es ahora mi piel, todo lo que siento. La ligereza de la pesadumbre: la pesadumbre es un gas, vuela y se expande, todo lo llena, todo, yo floto, arrastrado por la tristeza, una hoja bailando en el viento de la pena.
¿Por qué esta tristeza? ¿Por qué mi melancolía? ¿Por qué te echo de menos? Si no fuiste más que quizás tres horas, minutos en la eternidad, fugaz.
¿Por qué se me hincha así el pecho al pensar que no te volveré a ver? ¿Por qué me pica la piel en las puntas de mis dedos anhelando tu tacto?
Porque me diste la primavera en febrero. Primavera fugaz de tres jornadas. Me descongelaste, avivando la brasa, ya casi un rescoldo inerte. Pero tu aliento, tus ojos, tu sonrisa y el tacto de tu piel avivó la llama. Ardí y me descongelé. El peso de la rutina se desprendió de mí. Fui de nuevo, por dentro, joven. Volví a vivir. Y sentí la libertad como un viento acariciando mi cara, de nuevo, como cuando el tiempo está lleno de posibilidades más que de certezas, rutinas y horarios.
Fuiste toda expectativa, anhelo y deseo. Me arrojé en brazos de la posibilidad que representabas. Fuiste mi sueño de volver atrás, a tiempos en los que dejarse ir o llevar. A tiempos en los que explorar y comenzar quizás una travesía, una aventura.
Fuiste la primavera en tres jornadas, breve primavera de aquel febrero.
Así, en menos de tres horas, eternidad en los minutos, eternidad.
Ocurre que a veces mi pecho se llena de melancolía, se hincha como si desde alguna parte dentro de mí la espita del desasosiego se hubiera abierto. Y noto el pesar creciendo dentro, como un gas en expansión, tensándome, subiendo por mi garganta, como si la tristeza me quisiera salir por la boca. Suspiro pero la melancolía no escapa por mi boca, por el contrario parece crecer, inundando ahora mi cabeza, llenándome la mente.
Cierro los ojos. Mi corazón está triste, lo oigo lamentarse. La melancolía es ahora mi piel, todo lo que siento. La ligereza de la pesadumbre: la pesadumbre es un gas, vuela y se expande, todo lo llena, todo, yo floto, arrastrado por la tristeza, una hoja bailando en el viento de la pena.
¿Por qué esta tristeza? ¿Por qué mi melancolía? ¿Por qué te echo de menos? Si no fuiste más que quizás tres horas, minutos en la eternidad, fugaz.
¿Por qué se me hincha así el pecho al pensar que no te volveré a ver? ¿Por qué me pica la piel en las puntas de mis dedos anhelando tu tacto?
Porque me diste la primavera en febrero. Primavera fugaz de tres jornadas. Me descongelaste, avivando la brasa, ya casi un rescoldo inerte. Pero tu aliento, tus ojos, tu sonrisa y el tacto de tu piel avivó la llama. Ardí y me descongelé. El peso de la rutina se desprendió de mí. Fui de nuevo, por dentro, joven. Volví a vivir. Y sentí la libertad como un viento acariciando mi cara, de nuevo, como cuando el tiempo está lleno de posibilidades más que de certezas, rutinas y horarios.
Fuiste toda expectativa, anhelo y deseo. Me arrojé en brazos de la posibilidad que representabas. Fuiste mi sueño de volver atrás, a tiempos en los que dejarse ir o llevar. A tiempos en los que explorar y comenzar quizás una travesía, una aventura.
Fuiste la primavera en tres jornadas, breve primavera de aquel febrero.
Así, en menos de tres horas, eternidad en los minutos, eternidad.
Precioso. Creo que a pesar de la tristeza con la que impregnas tu relato de principio a fin, se vislumbra también un rayito dorado, un destello de luz y esperanza con el que tú melancolía baila durante la narración y que la hace tremendamente real, cercana , que te engancha de la primera a la última línea. Enhorabuena. Escribes muy muy bien. Espero volver a leerte y espero que la primavera siga alumbrando esa eternidad que a veces dura menos de tres horas.
Un beso.
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Gracias Silvia. Y así es. En realidad la melancolía es una celebración añorante de una felicidad, en la que de alguna manera esa felicidad permanece aunque solo sea en nuestra memoria. He ahí la eternidad de lo efímero.