La ruta de la seda (inesperada 2ª parte) - Foro Spalumi

    
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La ruta de la seda (inesperada 2ª parte)


Aun cuando en un principio di por bueno este relato tal y como fue colgado hace unos días; (de hecho le puse un “FIN” ahora reeditado con un “CONTINUARÁ…”) después, releyéndolo, sentí que le faltaba algo (que no le había sacado todo el jugo a la situación). Barajé dos o tres continuaciones posibles hasta decidirme a desarrollar la que leeréis.
Ahora sí. Doy por finalizado el relato. Ésta es la segunda parte de la versión definitiva:

Sin ser consciente de ello, bajé la mano en que sostenía el móvil, al mismo tiempo que giraba la cabeza para ver pasar a mi lado a un pibón de los de minifalda, medias negras y tacones altos; seguí contemplando unos segundos sus hermosas piernas mientras se alejaba en dirección al departamento de lencería, suspendiendo inintencionadamente mi pantomima de conversación.

-¿Puedo ayudarle, caballero?

Distraído por la visión, no reparé en que, una vez hiciera el cobro; la dependienta, a la que no pudo pasar desapercibida mi absorta atención sobre ella y su clienta durante los últimos minutos y, dado que sus compañeras seguían ocupadas, era muy probable que se dirigiera hacia mí, como así fue, en la lógica suposición de que esperaba ser atendido, reforzada ésta, sin duda alguna, porque creyó que mi conversación por el móvil había concluido. Obnubilado como estaba no oí, y mucho menos pude ver, cómo se aproximaba.

-Eh…, esto…No –Improvisé-: Estoy esperando a mi señora, gracias -¿Habría colado?

-Muy bien, caballero –respondió con una sonrisa que me desarmó. ¡Joder, qué guapa era!

Se giró con elegancia, coleteando a su espalda con gracia su cola de caballo; mandándome hacia las fosas nasales una deliciosa y estremecedora sinfonía de fragancias en dos movimientos: Un “allegro vivace” de champú de lavanda, seguido de un “adagio moderato” de perfume de jazmín; dejándome, mientras se alejaba hacia un mueble a unos tres o cuatro metros a mi derecha, con un movimiento visual: Un perturbador “andante grazioso”.

Fingí teclear en el móvil para no ser nuevamente “asaltado” por otra vendedora; y haciendo creer que hablaba de nuevo, volví a focalizar mi atención en “mi dependienta”.

Reanudó ahora la labor que había dejado suspendida antes de atender a la última clienta: Acabar de reponer unas cajas de medias en las mermadas filas de los estantes del expositor.

Iba cogiendo éstas de un par de “torres” de aproximadamente una docena de cajas cada una, apiladas en horizontal en la parte alta del mueble, situadas en la superficie que dejaban libre unos pequeños pedestales de metacrilato sobre los que se sostenían tres piernas de plástico a tamaño natural. Fue colocando las cajas con rapidez de una fila a otra y de un estante a otro, demorándose lo justo para comprobar su adecuada ubicación según talla y color, supuse, ya que todas parecían pertenecer a la misma marca y modelo; la que correspondía a ese pequeño mueble.

Una vez rellenados los huecos con todas las cajas, se dedicó a colocar mejor las tres piernas, ya que antes debió moverlas un poco sin querer. El apoyo de éstas quedaba más o menos a la altura de su línea de visión. Las de los extremos estaban enfundadas en medias de color carne oscuro una, y de color gris claro la otra, y ambas apoyaban el pie en punta sobre la base. La del medio estaba “desnuda”, y a diferencia de las otras dirigía su pie en punta hacia arriba, ya que se sostenía sobre el extremo del muslo.

Sacando entonces una llave del bolsillo del pantalón se agachó en cuclillas delante del mueble y abrió un cajón en su parte más baja, volvió a guardarse la llave en el bolsillo. Tras rebuscar unos segundos, sacó una pequeña caja negra rectangular; la abrió y extrajo de su interior una bolsita gris plata, y de ésta, una de las medias negras que contenía, dejando la otra dentro. Volvió a guardar la bolsa dentro de la cajita y ésta de nuevo en el cajón. Incorporándose, lo cerró, pero sin echar la llave, con una simple patadita del pie que lo deslizó suavemente hacia dentro.

Ya con la media negra en las manos y permaneciendo frente al mueble, me miró de reojo un segundo -¿Capté además una leve sonrisa de complicidad en sus labios?-Empezó a recoger la extensión de la media con lo que me pareció un movimiento quizá demasiado lento de los dedos -¿Cómo buscando provocarme?

A continuación, una vez recogida la media hasta su puntera, miró hacia abajo y vi que arrastraba hacia sí con el pie un pequeño apoyo de madera que reposaba a un lado del mueble, se subió en el para ganar los centímetros necesarios para poder realizar la operación con más comodidad. Elevó las manos llevando el “sedoso capullo” a lo alto de la pierna del medio y, asegurándose de acomodar correctamente la puntera, fue deslizando lentamente hacia abajo el resto de la media con un vaivén seductor –cual si se tratara de su propia pierna, pensé-Al llegar a la rodilla volvió a mirarme de reojo, esta vez durante dos o tres segundos y sin sonrisa aparente, lo que me excitó sobremanera. Sin duda quería ponerme nervioso, y ya debía haber concluido que de esperar a nadie nada, que yo era un fetichista confirmado y que, ya que era así, se iba a divertir un rato conmigo buscando ponerme cachondo. Y la verdad es que lo estaba consiguiendo.

Se bajó de la plataforma, ya no le hacía falta para acometer la fase final.

Continuó extendiendo la media, que ya lucía brillante y esplendorosa allá en lo alto, hasta el muslo; y con el mismo vaivén seductor de los dedos, acabó de ceñir bien horizontal y dándole el toque final con unos tironcitos de los dedos gordo e índice de cada mano la blonda de ésta, allá donde en su interior se alojan un par de bandas de sujeción de silicona.

Se volvió hacia mí. Ahora, mirándome fijamente, me guiñó un ojo. Me debí poner colorado, ya era totalmente evidente a que se debía mi presencia allí. Tan avergonzado como excitado y sorprendido por su actitud, me di media vuelta, sin despegar el móvil de la oreja, no sin antes advertir en el reflejo de una columna con espejos frente a mi paso, cómo, haciendo un morrito con los labios me mandaba un besito llevándose la punta de los dedos de una mano hacia éstos y extendiéndolos luego hacia mí. Y tras darme de narices contra la columna, de lo atribulado que estaba, la sorteé y me dirigí corriendo, con una mano en el móvil y la otra en las maltrechas napias hacia las escaleras mecánicas. Oí una burlona, pero… ¿cómo no? preciosa risa a mis espaldas.

Sí, es “ella”. La vendedora de medias que nunca olvidaré. La que me regaló una morbosa experiencia. La que además de trabajar entre sedosas texturas; es capaz de brindar un inesperado numerito con ellas al primer fetichista que se le pone a tiro. ¡INCREIBLE!

FIN
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inesperada, parte, ruta, seda


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