Todo por un mal polvo.

Quijoblanco · #1 02-07-2016, 02:16

A mi edad, repasando mi vida, me doy cuenta que he sido siempre un calentorro. Me case para follar, en aquél tiempo mandaban los cojones de Franco, y si no tenias libro de familia no podías irte a ningún hotel ni sitio donde meter mano, y digo meter mano solamente o alguna pajilla en la última fila del cine, la llamada "fila de los mancos" (previo soborno al acomodador), ya que algo más, con una mujer era impensable. Así pues, con la efervescente adolescencia, te matabas a pajas mientras devorabas con la vista los catálogos de sujetadores y bragas. Claro que para los más pudientes siempre quedaba el 600 o el Simca 1000, y además como tenían coche…. ligaban más.
No había preservativos, o estaban reservados para ciertas clases, ni se te ocurriera pedirlos en una farmacia, te llevaban a la cárcel. De revistas o pelis porno ni imaginarlas, se rumoreaba que en el extranjero existía algo así. La píldora aún era un proyecto. A algunos, de alto poder adquisitivo o influencia política, les quedaba la alternativa de irse a Francia para ver el Ultimo Tango o Enmanuel.
Por supuesto, la información sobre sexo era puramente confidencial y secreta, la Santa Madre Iglesia se encargaba de adoctrinarnos en que hacerse pajas te llevaba inevitablemente, además de al infierno, a la ceguera más irremediable, y a las chicas que se dejaban rozar el brazo, al embarazo más inmediato y repudiable.
Con esta represión y desinformación, recién llegado del pueblo y tras casi un año de novio primerizo, para una vez que se me presenta la ocasión (luego comprendí que fue una encerrona), con los nervios, el calor de una noche de agosto y la bisoñez, sólo pude ponerla “morcillona” y me corrí al minuto dos en la entrepierna de mi novia.
Ella, dos años mayor que yo, y con la perspectiva de mi servicio militar a ocho meses vista, dice que está embarazada dos meses después de aquel nefasto día de la morcilla, no habiendo vuelto a tener otro tipo de relación posterior que las susodichas pajillas cinéfilas. Pues oye, que me lo creí, que iba a ser padre gilipollas…, (por lo del gatillazo).
Se montó el “pifostio” con mi familia, que lógicamente se olieron el “percal”, pero yo, erre que erre…., convencido que tenía que reparar y “apencar” con las consecuencias, y bien que me lavó el cerebro la muy p… erjudicada (jeje, mal pensados…..), “Cumple con tu obligación, repara el daño ocasionado, etc, etc”, una y otra vez taladrándome el cerebro durante todas las tardes de cada día. Total, que me casé con prisas, de “penalti” que se decía entonces y de mala manera, en contra de todos y bien que se notó, sin banquete de bodas y con trajes alquilados.
Ahora viene lo mejor, ¡oh, milagro,……… la noche de bodas le viene el período!, y yo tan contento…., el penalti se iba a quedar sólo en fuera de juego, que es como yo estaba, pensando: que bien, ahora los del penalti se lo iban a tragar.
Hasta dos o tres años después no se me encendió la bombilla, eché cuentas de los meses transcurridos desde aquella fatídica noche hasta que se quedó embarazada, justo tres meses después de casarnos. Mi hijo nació seis días antes de nuestro primer aniversario. Aún me pregunto cómo disimulaba la regla cuando le metía mano en la fila de los mancos, que era todo lo que hacíamos hasta que nos casamos. Y yo, creyendo que mis espermatozoides se dedicaban a recorrer la entrepierna, buscando el agujerito por donde yo no había sabido encauzarlos para llegar a su destino final y meterse dentro del óvulo como unos súper bichitos poderosos y entrenados para ese fin. ¡Qué machote!.
Bueno, pues a cargar con las consecuencias, no había divorcio ni separación, tampoco me lo planteé, estábamos entrenados y aleccionados por el Movimiento Nacional y la Doctrina Católica para ser consecuentes con nuestros actos para el resto de nuestras vidas con el consabido “hasta que la muerte os separe...”.
Lo cierto es que no me puedo quejar de la cantidad de sexo, de la calidad tampoco, para lo poco informados y versados por las referencias que pudiéramos tener ya que el tema era tabú. Creo que mi mujer se dio cuenta, o tenía la obsesión, de que teniéndome satisfecho, no buscaría otro agujerito donde descubriera mejores opciones. Por otro lado sólo tenía tiempo de trabajar de la mañana a la noche y volver a casa para descansar, hacer lo mismo cada uno de los días siguientes, había que pagar hipoteca y todos los gastos de la casa, hijos y colegios. Así pasaron veinte años.
Pero claro, Franco no iba a durar toda la eternidad, cuando desapareció se llevó toda la opresión, se rasgó el velo de las tinieblas y vino el conocimiento y la libertad. Mis hijos se hicieron mayores y yo decidí darme una nueva oportunidad, ahora o nunca, me dije.

Continuará.

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